Ariantes: El Hijo del Dragón

KIRTAN MEDRES

La tierra del reino de Rhondia era muy rica. En sus montañas del norte, las minas de oro abastecían al mercado interno y externo, acuñando muchísima moneda anualmente. En sus montañas del sur, el hierro y el (poco) metal orco permitían la forja de armas y armaduras de respetable calidad. La zona baja de las montañas estaba cubierta por pequeños árboles que abastecían al mercado interno para la leña, para los requerimientos más importantes o exigentes, la madera era comprada al reino de Valandi (en períodos de paz) o Kazaria. El río Rhondo, del cual tomaba nombre la región y el reino, permitía la navegación de barcos de un calado medio y desembocaba en el océano, además, era de agua dulce, por lo que se utilizaba tanto para el riego como para el uso diario, al igual que las vertientes provenientes de las montañas. Era un valle encerrado entre montañas y agua, por lo que eran tierras aptas para el cultivo y muy fértiles.

Su estratégica posición, le daba una ventaja militar excepcional. Los únicos accesos al territorio eran por medio de un paso entre las montañas en la frontera con los orcos, o por estrecho camino que bordeaban las montañas de los enanos, donde el límite con el reino Valandi era defendido fácilmente por una masa de tierra delimitada por dos ríos, en su centro, un muy protegido fuerte denominado  El lucero del Norte se erigían haciendo casi imposible el paso. Siempre estaba la posibilidad de un ataque por agua, pero la costa oeste quedaba muy lejos, y los únicos puntos de fácil desembarco, estaban protegidos por un fuerte; además, Rhondia tenía una gran tradición naval, y poseía la mayor flota del continente, con la cual solía viajar hacia las islas del oeste, y de donde conseguía objetos que en Ariantes no se conseguían. En la península de Taria se erigía la majestuosa ciudad capital de mismo nombre, que servía también de gigantesca atalaya, por lo que si intentaban desembarcar en algún otro punto de la costa, las tropas podían movilizarse fácilmente y con anticipación. En el otro extremo, tres fuertes se alzaban impidiendo un desembarco cómodo. El único riesgo era una invasión por parte de los enanos, pero siempre habían tenido muy buenas relaciones, tal es así que en algún momento se permitieron los casamientos mixtos, cuestión que suscitó una gran controversia en los otros reinos, debido a la gran cantidad de mestizos dando vueltas.

Los mestizos de estas cruzas eran conocidos por los enanos como Emer. En lengua enana, ellos se autodenominaban Mer, la “E” antepuesta significaba medio, por lo tanto: “Casi Enanos” era su nombre oficial. Eran conocidos por los humanos simplemente como medianos. Ellos brindaban, en la actualidad, la mayor cantidad de fuerza de trabajo. Su estatura promediaba el metro y medio, y tenían una musculatura menos importante que la de los enanos, pero eran fuertes como el humano promedio. Estas características los hacían grandiosos trabajadores para las minas, actividad que habían heredado de sus antepasados enanos, pero que nunca habían dejado de practicar.

En algunas zonas del sur, también había algunas cruzas de hombres y orcos, producto de las razias esporádicas entre unos y otros. Éstos no eran bien recibidos entre las tribus orcas (eran asesinados apenas vistos), por lo que decidían huir hacia Rhondia, donde se habían reunido los suficientes como para formar una pequeña aldea, en la cuales se reprodujeron, ganando la inclusión dentro de las leyes del reino. Hoy en día, ganan su comida como soldados del rey y forman parte de las tropas de élite, encargadas de defender distintas partes del reino. Su gente no tiene nombre, se los conoce como “Las bestias del Rey”, pues se decía que nunca desobedecían una orden.

En los últimos días, muchos de estos soldados especiales habían llegado al fuerte Hröngar, la edificación que protegía el paso a las tierras orcas. Era una estructura de piedra con muros de quince metros, que se extendía de extremo a extremo del paso. Sus ladrillones estaban perfectamente colocados y pulidos, para evitar que los escalaran y regularmente bañados en aceite, para dificultar aún más a cualquier orco que intentara trepar para abrir la puerta.

Kirtan Medres se encontraba revisando que los soldados estuviesen en sus puestos. Él era uno de los centuriones apostados en el fuerte hacía más de cinco años, por lo que todos reconocían su permanencia con su experiencia en su puesto. Era muy respetado, y no solo por su cargo, sino por su apariencia. Medía un metro setenta y tenía un cuerpo trabajado; su pelo castaño bastante corto, pero completado con una barba poblada. El lado izquierdo de su cara presentaba una cicatriz que descendía desde el inicio del cuero cabelludo hasta la parte baja de la mejilla, producto de una espada que había pasado cerca, pero que no pudo penetrar el cráneo (ni dejarle sin ojo). Tenía treinta y seis años, era un probado militar, un gran líder de hombres y un obediente soldado, aunque siempre había esperado escalar más en el ejército, algo imposible debido a su ascendencia plebeya, que legalmente no le permitía conseguir un cargo superior, que solo estaban reservados para los hijos del rey o los nobles.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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