Ariantes: El Hijo del Dragón

ILETH UNWIL

El bosque de Colra era un lugar hermoso, o así lo pensaban los Fe-Gun. Para Ileth, aquel sucesivo mar de ancianos árboles se había convertido en un laberinto de terror y locura. Todavía no podía caer en conciencia de que su familia había caído en desgracia, no tenía hermanos, y sus amigos se encontraban a ya varios kilómetros de distancia. Tenía el presentimiento de que no los volvería a ver, y eso le llenaba de tristeza, pues ya extrañaba a cada uno de ellos.

Desde la ciudad capital Fe-Gun de Illiew Wir-Dhin, Ileth había partido hacia el norte, pero manteniéndose alejado del camino. Esto había llevado a que se perdiera en ocasiones, retrasando aún más su escape. Ileth se encontraba enfadado, con el embajador orco, con su padre, consigo mismo. Todo su mundo se desmoronaba, pero él no podía hacer nada.

Su primer objetivo era llegar a las tierras de su padre en la frontera norte del bosque, esperaba poder juntar algo de dinero, alguna armadura y ropas. Tal vez pudiera conseguirse una escolta que lo acompañara en su camino, aunque sabía que sería difícil una vez que la noticia de quién era él llegara a los oídos de sus empleados.

Ileth demoró cuatro días en llegar hasta la casa de su padre. Acostumbraba a llamarla así a pesar de que nunca había vivido en ella, y era más una casa de descanso que una vivienda permanente. Igualmente, su padre se había encargado de que ante sus largas ausencias, su estancia se mantuviera productiva y bien cuidada, al igual que sus empleados.

Ileth se acercó durante el anochecer, y utilizó las sombras lo más que pudo para acercarse al edificio principal. A diferencia de la mayor parte de las estructuras del bosque, ésta estaba construida de ladrillos de adobe cocido, con un techo de madera y tejas. De la chimenea se desprendía una nube de humo, los empleados ya se encontraban preparando la cena. Había seis personas dentro de la casa. Dos granjeros, dos carpinteros, el capataz y su esposa. Por lo que pudo observar Ileth, acostumbraban cenar todos juntos.

Sin golpear la puerta ingresó al recinto intentando trasmitir tranquilidad. Todos se levantaron y fueron a su encuentro, sorprendidos porque nadie les había avisado de su llegada. Lo sentaron en la mesa y se disculparon por la humilde cena que estaban comiendo, una sopa de conejo con cebollas y zanahorias. Ileth agradeció el plato de comida caliente, pues desde el almuerzo de aquél fatídico día que no comía un plato caliente. A pesar de la insistencia de ellos por saber el motivo de su visita, la respuesta fue esquiva e inconclusa. Les comentó que estaba cansado por el viaje y se retiró hasta la alcoba de su padre.

La pequeña habitación se encontraba prácticamente vacía, había en ella sólo una cama, un maniquí con una armadura y una repisa con algunas armas. A los pies de la cama se encontraba un cofre, y a su lado un escritorio. Se acercó al cofre y comprobó que el candado estaba cerrado y no tenía la llave. Tomó entonces la espada y rompió la cerradura de un solo golpe. Cuando lo abrió se encontró con varios atuendos de seda y algunos libros, a los que descartó de inmediato. En cambio, decidió quedarse con algunos de los otros elementos que había dentro. Encontró un monedero con doscientas monedas de oro, que le servirían para pagarse el viaje hacia Rhondia; un collar perteneciente a su madre, el dije era una representación del dios Drakón, hecho en oro con rubíes en el lugar de sus ojos; encontró también una daga de metal enano que había pertenecido a su padre, la hoja era de color verde con un filo curvo.

Agarró todos los elementos y se puso la armadura; cuando posó su vista en la ventana de la habitación, vio en el reflejo, si bien distorsionado, a su padre. Nunca se había percatado del parecido entre ambos. La armadura de su padre era una hermosa combinación de piezas que encajaban de manera perfecta en su cuerpo. Era una simple túnica azul que llegaba hasta arriba de la rodilla; el peto era una pieza de piel de oso negro que cubría el frente y la espalda, aunque no los costados; las botas y los guantes también eran de piel de oso. Se había ceñido la espada en el lado izquierdo de la cintura y la daga en la parte baja de la espalda. Se cubrió con una fina capa de tela de un azul idéntico al de sus ropas.

Ileth pensó en despedirse de sus trabajadores, pero prefirió no hacerlo. En cambio, dejó una carta al encargado, diciendo que un cuervo había llegado durante la noche y debía partir de inmediato.

Eran las cuatro de la mañana cuando Ileth se subió a un caballo y salió a pleno galope con dirección hacia el oeste. Pasaría por las tabernas linderas del bosque, allí donde elfos oscuros y humanos tomaban contacto en pos de compartir una buena bebida o una partida de los juegos de azar.

Las dos primeras tabernas, ubicadas dentro del bosque, se encontraban prácticamente vacías. En la primera disfrutó de una buen almuerzo caliente, mientras que en la segunda cenó frugalmente y pasó la noche.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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