Ariantes: El Hijo del Dragón

KEREL FELDÜR

La noche era cerrada, la luna estaba cubierta por una espesa capa de nubes. Los barcos navegaban sin luces, pero a pesar de ello se sentían tranquilos. Los Fe-Gun habían desarrollado la habilidad de ver en la oscuridad con una agudeza increíble, producto de vivir tantos años bajo los gigantescos árboles del bosque de Colra, que impedían la entrada profunda de la luz solar.

Kerel había aprendido con el tiempo algunos hechizos para poder ver en la oscuridad, permitiéndole pasar desapercibido por las noches en distintas ciudades y lugares peligrosos. Había pasado los últimos días en el mar intentando ver el futuro, pero éste se le presentaba esquivo. Sus dones de clarividencia no estaban funcionando, o tal vez no hubiera ninguna línea concreta que pudiera ver. El futuro cambiaba constantemente, pero él había aprendido a surfear por las visiones de futuros posibles, ocupándose de dirigirlo. Esta vez, las mareas del tiempo se encontraban en total ebullición.

De acuerdo a lo acordado con Ulog dos noches atrás, llegarían justo antes del amanecer. Habían sobrepasado la península de Orishi hacía ya tres horas, y deberían estar a mitad de camino sobre el golfo. Ya era pasada la medianoche, cuando a lo lejos, Kerel divisó una columna roja a la distancia. Un rato más tarde, pudo ver que ésta aumentaba aún más en tamaño. Sonrió para sí mismo y se acercó al capitán de su barco. Era hora de apurar aún más el paso, Ulog había cumplido con su tarea. El momento de la guerra había llegado a las tierras de los humanos, de mano de una poderosa fuerza que los arrasaría, dejando sólo cenizas.

El barco comenzó a moverse más rápidamente, Kerel miró hacia el cielo cubierto y pronunció unas palabras “Kiri, Viaera, Kili gui zhon”, que podía traducirse como “Aire, Viento, llévanos hacia delante”. El viento comenzó a soplar desde el sudoeste con muchísima fuerza. Mientras más se acercaban, el rojo resplandor se veía con mucha más fuerza.

Ese color le recordaba su pasado, a su llegada al bosque de Colra. Fue luego de que hubiera encontrado indicios en Valandi acerca de la leyenda del dios dragón Drako. Había ido hacia los puertos del este, donde contrató un buque mercante que le alcanzaría hasta el límite del bosque de Colra. Desde allí, Kerel había conseguido un caballo, robándolo de una de las granjas de la zona, para atravesar el bosque a toda velocidad. Allí tuvo un primer contacto con los elfos oscuros. Decidió averiguar lo que más pudiera acerca del dios Drako, a quién ellos veneraban. Allí conoció todo sobre el rito de iniciación en el cual el nuevo Alergus ingresaba hasta el fondo del bosque, para conocer al dios y conseguir el conocimiento acumulado de los antepasados. Pasó aproximadamente un año con ellos hasta conseguir su confianza y así obtener respuestas acerca de la fuente de su conocimiento y su magia. Aprendió allí las bases de la magia de sangre, arte que tardó muchísimo tiempo en dominar.

Cuando terminó ese año, Kerel ya se encontraba en viaje hacia el volcán Drako Nigáis, hogar del dios Drako, a pesar de todas las advertencias que le habían hecho. Según contaban, aquellos que se internaban en el bosque no retornaban al mundo de los vivos. Según contaban los Alergus a lo largo de los años, se encontraban muchas veces en sus viajes con los restos de aquellos viajeros que habían desobedecido las reglas. También había algunos de ellos vagando sin rumbo entre la neblina, ciegos y sordos, perdidos, ni vivos ni muertos.

Una de las principales dificultades en el viaje hacia el volcán lo había presentado la falta de caminos transitables. Los árboles eran de un tamaño enrome y se encontraban muy juntos, la luz del sol no lograba traspasar su copa, por lo que parecía que siempre era de noche. Cuanto más se acercaba, el oscuro bosque se volvía cada vez más neblinoso. En los últimos kilómetros, la visión era prácticamente nula, por lo que Kerel se percató de que podría perderse allí y nadie nunca le encontraría. A pesar de ello, estaba convencido de que se encontraba en el camino correcto. Pronunció un hechizo que hizo correr una brisa de oeste a este, utilizando la corriente para guiarse por el camino.

Nunca supo cuanto tiempo estuvo allí, si días, meses o años. El aire era tan pesado en esa parte del bosque, que el respirar se volvía cada vez más difícil. En más de una ocasión había pensado en volver hacia atrás y tomar un bote para costear el bosque, aunque si la niebla se extendía hasta las costas como le habían dicho, un error de cálculo y hubiera muerto de manera rápida.

Cuando por fin salió del bosque, el aire se notó mucho más ligero, aunque todavía seguía sin poder ver nada. Según lo que había averiguado, luego del bosque había tres ríos que llevaban hacia el volcán. Fuera del bosque los días, a pesar de la neblina, podían contarse y el sol se dejaba entrever en la neblina de tanto en tanto. No tardó mucho en encontrar uno de los ríos, y lo siguió hasta el volcán. A medida que se acercaba, la neblina iba tendiendo a disiparse. Cuando por fin pudo ver el volcán, Kerel quedó boquiabierto. Era la montaña más grande que había visto nunca. En la parte superior el calor del magma reflejaba su rojo resplandor en una nube de humo de un tamaño gigantesco. Los ríos que llegaban a sus pies eran de agua hirviendo, y eran los que constantemente enviaban una nube de vapor que luego se convertía en niebla o neblina. A diferencia de lo que los Fe-Gun le habían contado, Kerel no encontró ningún cuerpo ni muerto viviente durante el camino.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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