Ariantes: El Hijo del Dragón

KIRTAN MEDRES

Kirtan y Carión caminaban por el rocoso y sinuoso sendero que se dirigía hacia el noroeste. El camino estaba deteriorado, y los cansados fugitivos, exhaustos. Una vez que salieron por fin del camino, Carión se percató de donde se encontraba realmente. Un poco más al oeste de su ubicación se encontraba el tradicional asentamiento semi-orco, tenía ganas de avisar a su gente, pero sabía que su principal deber era para con su rey. No dijo nada, pero Kirtan notó que estaba más atento que otras veces.

¿Qué estás buscando? – preguntó Kirtan sin ningún tipo de sutileza.

Nada… nada…– respondió.

Estamos juntos en esto, asique dime la verdad.

Mi pueblo… viven a unos diez kilómetros al oeste.

Pues vayamos a avisarles que marchen para el norte – aún pueden escapar a este destino – respondió de manera despreocupada Kirtan.

No podemos – dijo poniéndose serio – nuestro deber es con el rey Rikko III, los intereses personales…

¿Intereses personales? – respondió de manera burlona Kirtan – No son intereses personales. Ustedes son una gran fuerza militar, cuanto más de ustedes podamos llevar al fuerte Virianti, mejor.

De acuerdo, tienes razón – se forzó a decir Carión.

Kirtan no dijo nada más, sólo se sorprendió de que el semi-orco sacara a lucir sus sentimientos. La verdad es que a Kirtan no le interesaba en lo más mínimo un puñado de semi-orcos, sobre todo cuando sabía que la mayoría de los que se encontrarían en el poblado serían mujeres, niños o viejos. Los jóvenes y entrenados ya formaban parte de la guardia. Pero había comenzado a sentir algún tipo de simpatía por Carión, y eso le había llevado a tomar una decisión que desobedecía directamente con sus órdenes.

Cambiaron su rumbo entonces hacia el oeste, y la segunda mañana desde que habían escapado de la prisión ya habían llegado hasta la aldea semi-orca, un pequeño asentamiento con una empalizada de madera y una fosa en la parte externa. Vivían allí unos quinientos semi-orcos que, como había sospechado Kirtan, no se encontraban en condiciones de luchar. Había también algunos jóvenes que estaban llegando a la adolescencia, pero que llegado el caso podrían luchar.

Cuando llegaron, los recibieron de manera muy cordial, todos conocían la historia de Carión, el comandante. Era para ellos un orgullo que uno de los suyos llegara a ser el jefe de la guardia y la mano derecha de un rey. Les ofrecieron ropas, comida y bebida, que ellos aceptaron gustosos. Kirtan se sorprendió de que le trataran de una manera tan cordial, pues los consideraba poco más que bestias.

Cuando Carión les contó el motivo de su visita, varios de ellos se alarmaron, aunque los más ancianos, embravecidos, fueron a buscar sus armas y armaduras, ya viejas y polvorientas. Les prepararon unas camas para que pasaran la noche, y al otro día, un poco antes del alba, ambos guerreros, bien comidos, bebidos, dormidos y vestidos, partieron hacia el norte en unos hermosos y jóvenes caballos. Los pobladores les aseguraron que marcharían al norte a pie esa misma tarde, pero les rogaron que no les esperaran (aunque no pensaban hacerlo) y fueran a ocuparse de la defensa del reino que tan bueno había sido con ellos.

Ese día cabalgaron de manera continuada, tomando descansos periódicos para sus caballos, para que así resistieran el ritmo del día. Decidieron parar por la noche y descansar al aire libre. Consiguieron un lugar tranquilo al pie de un pequeño arroyo. Allí tomaron agua y sus caballos pastaron tranquilos, mientras ellos comían algunas de las provisiones que les habían dado los semi-orcos de la aldea.

Kirtan dormía de manera muy apacible cuando repentinamente Carión lo despertó.

¿Qué demoños te pasa? – dijo sin percatarse de que hablaba con un superior.

Mira – dijo Carión sin tomar en cuenta el tono de Kirtan – Mira hacia la costa.

Eso es… Zarix. – dijo para sí.

Debemos irnos, no creo que sea accidental, hay que llegar a Taria antes de que nos corten el paso.

Reunieron los caballos y levantaron los bolsos para partir hacia el norte a toda velocidad. A su izquierda, sobre el cielo nublado, el resplandor del fuego se elevaba sobre la Ciudad Puerto de Zarix. Evitaron acercarse lo más posible, pues temían que fuese un ataque de Ulog Gro-Bash. De así serlo, el próximo paso sería bloquear el paso hacia Taria, para evitar que los refuerzos llegaran desde la capital.

El resplandor del fuego le permitió a Kirtan visualizar movimiento en el agua. Detuvo su caballo y le pareció ver el movimiento de unos barcos, aunque con la noche cerrada no estaba seguro. Siguieron marchando hacia el norte, a ese paso llegarían apenas entrada la mañana.

El alba trajo consigo la posibilidad de ver el horizonte y la gran humareda que emanaba desde Zarix. Se detuvieron unos minutos para dejar descansar los caballos, mientras miraban hacia el occidente. El humo formaba una densa nube que todo lo cubría, y por el tamaño de la humareda, el incendio debía de haber sido gigantesco.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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