Ariantes: El Hijo del Dragón

KORGUEN EST BRUM’A

Korguen marchaba junto a las tropas, mientras observaba a su padre y sus primos a caballo junto a la guardia personal de éstos últimos. Los últimos días habían hecho mella en el carácter de Lucan, a quién se veía cada vez más cansado y apático, mientras que Alani, cordial y con su incorporada gracia, no dejaban de sonreír y agradecer, aunque denotaban dolor y desconcierto.

Lankin, su padre, viajaba con rostro adusto, y hacía días que no le dirigía la mirada. Hacía tres noches habían vuelto a tener una discusión, en la que le desautorizó frente a su pequeña tropa, y Korguen había estallado de furia. Los problemas familiares eran ya conocidos por todos, pero nunca habían existido tales destemplanzas. La relación no tenía ya punto de retorno. A pesar de ello, Korguen le reconoció como comandante en jefe, por lo que acataba las órdenes que le eran dadas. Sus primos se habían acercado a ambos, y habían intentado que hicieran las pases, pero había sido en vano.

Faltaban unas horas para llegar al fuerte “Lucero del Alba”, donde descansarían; siempre y cuando Soren hubiese tenido éxito en su misión. Korguen deseaba que fallara, que le capturaran, pero que no le mataran. En los últimos días, el carácter de Korguen se había vuelto más frío y amargo, ya no era aquel que competía por el amor o reconocimiento de un padre, sino que competía por el poder de liderar a su pueblo.

Cuando a solo unos kilómetros del lugar, su padre le llamó. Korguen, como soldado que era, se dirigió con la frente en alto, hizo una inclinación de respeto en símbolo de respeto y se puso en posición militar.

No hace falta que te pongas en posición, Korguen – comenzó Lankin, pero cuando notó que éste no cambiaba la posición, decidió no volver a discutir – De acuerdo… Toma tres hombres y dirígete hacia el fuerte. Anticipa quienes somos y nuestro propósito.

Si, señor – respondió Korguen aún en posición militar - ¿Algo más, señor?

No – concluyó Lankin ya sin fuerzas – Puedes retirarte.

Korguen hizo una leve reverencia y dio media vuelta. Salió caminando velozmente hacia su tropa y eligió a sus tres mejores arqueros. Luego de explicarles a donde irían, apuraron el paso hacia el oeste. Tardaron una hora en llegar hasta el lugar ya que habían decidido ir a pie, puesto que se sentían más cómodos de esa forma. Además, habían circulado por un camino que bordeaba el pie de la montaña, alejándose de las ciudades humanas (aunque una de ellas fue visible durante una buena parte del camino), pero que carecía de refugio para aquellos elfos acostumbrados a guarecerse en la copa de los hermosos y grandes árboles de Ariantes. Aquél camino se les había hecho largo y difícil a partir de la llegada de Lucan y Alani; el día posterior a la elección de Lucan como jefe del clan Ren’al, los Ar-Gun encontraron su salida del bosque, donde el sol constante y el viento frío de la montaña se ocupaban de hacer mella en los ánimos de su pueblo y en el propio. Korguen sabía que, en caso de amotinarse, gran parte del ejército le seguiría, pero el estaba decidido en no tomar el poder por medio de una guerra civil en la cual gran parte de su gente moriría en vano, ya habría bastante muerte en el ejército de Soren con una lucha en vano contra el enemigo “imaginario” que Soren había plantado en sus cabezas.

La fortaleza era la mayor construcción que Korguen había presenciado en su vida. Poseía una sólida muralla exterior de aproximadamente ocho metros de alto que se ubicaba al borde de un río. Cortando la monotonía de esta muralla, dos portones gigantescos de madera se encontraban con su respectivo puente. Éstos estaban protegidos, del lado de Valandi, por dos barbacanas con porticotes enrejados de hierro, en los cuales sus extremos se erigían grandes almenas, que restringían el paso hacia el puente.

Para su sorpresa, de acuerdo a lo que le habían enseñado, los puentes debían de ser anchos, para permitir que las tropas se movilizaran con facilidad; pero en este caso, ambos puentes se angostaban en su centro hasta ser de aproximadamente solo un metro y medio. Esa era, según se imaginó Korguen en ese momento, una de las medidas de defensa del fuerte, las tropas entraban en un embudo que les impedía acercarse velozmente hacia la puerta y las murallas, mientras que dificultaba el acceso de los arietes y demás armas de asedio.

La pequeña compañía se acercó hasta el puente e inmediatamente diez soldados con sus arcos tensos emergieron de las almenas.

¿Quiénes son? – preguntó una voz.

Mi nombre es Korguen Est Brum’a. Mi hermano, Soren Est Brum’a ha ido a hablar con vuestro rey para ofrecerles ayuda en la guerra que se avecina.

Estás falto de información actualizada – respondió la voz a la vez que bajaba el arco – La guerra ya está aquí. Y me dijeron que venían con un ejército que nos ayudaría, pero solo veo cuatro elfos.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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