Ariantes: El Hijo del Dragón

EPILOGO

Cuatro días habían pasado desde la victoria de Rhondia sobre el ejército invasor orco. Las bajas habían sido numerosas en ambos bandos, pero Soren y Thoriq estimaban que habían sido peores para sus enemigos. Los festejos en la capital eran, en gran parte, desmesurados, pero era la manera de mostrar a sus enemigos que Rhondia aún seguía viva, por más que hubieran sufrido muchísimas bajas. El este había permanecido intacto frente a la guerra, en parte debido a que era la zona más pobre del reino, al igual que la más despoblada. Tanto Taria como la Ciudad del Lago habían sufrido la destrucción de la guerra en carne propia, pero ambas se las habían arreglado para permanecer de pie. Estaban en el puente del castillo, mirando el paisaje en silencio, sumidos en sus propios pensamientos, hasta que el diálogo volvió a surgir como si nunca hubieran estado en silencio.

¿Te marcharás ahora hacia Ori? – preguntó Soren.

No, tengo un ejército que liderar y un muchacho que criar.

Kadaz luchó como un auténtico enano, fuerte y testarudo como su padre.

El fruto no cae lejos del árbol que le dio vida – respondió con una sonrisa – Además, el nuevo rey Terrik VIII me ha pedido que entrene a un regimiento de jóvenes Emer, para mejorar el número de sus fuerzas – hizo una pausa incómoda antes de preguntar - ¿Que harán Alani y tú?

No tenemos a donde ir. Nuestro bosque está ahora en manos de Valandi. Mi hermano tiene un gran ejército demasiado numeroso, yo solo no puedo recuperar a mi pueblo, eso tendrá que esperar. He enviado a Kirri y a Volik para que se hagan pasar por desertores y averigüen sobre lo que sucede en el ejército de mi hermano, tal vez haya algunos disidentes que quieran sumarse a nuestro ejército.

Me parece una buena idea pero… ¿puedes confiar en ellos?

Creo que sí, aunque solo el tiempo lo dirá. ¿Han respondido los arcontes?

Sí, aunque las noticias no son del todo prometedoras – dijo Thoriq con rostro serio – Según dicen, nada ha cambiado en los ríos rojos. Algo se está gestando, aunque la dirección es ahora menos clara.

Parece que nada ha terminado, todo acaba de comenzar.

La ceremonia está por comenzar – intervino Ileth quien los cruzó mientras caminaba por el puente – Creo que el rey apreciaría vuestra presencia.

Al igual que a su mago personal – respondió Soren con una sonrisa.

Yo no estaré presente. Para muchos ver la cara de un Fe-Gun es lo peor que puede pasarles en estos momentos.

Ileth les dedicó una sonrisa y una leve inclinación de cabeza, para luego partir rumbo a su habitación. En sus ratos libres había estado revisando aquel viejo pergamino que le había intrigado. Era algo muy interesante y antiguo, había logrado descifrar algunos de los símbolos, aunque no todos. Por lo que había entendido, esos símbolos otorgaban poder a quién decidía tatuárselos en el cuerpo, pero tenían ciertos efectos que él no había podido todavía descifrar. Esto le intrigaba tanto que cualquier excusa era buena para tomarse un tiempo con él. Al pasar por la puerta se encontró con Kirtan y Carión, brindando con unas jarras grandes de cerveza. Ambos charlaban animadamente sobre lo que había sucedido, Ileth los saludó pero no se detuvo.

Todavía no puedo creerlo, Terrik me ha nombrado general – dijo Kirtan con un rostro lleno de orgullo.

Está más que merecido – fue la respuesta de Carión – Yo perdí mi temple y fuiste tú el que tomó mi lugar, llevando a cabo lo que era mi obligación.

Eso no es del todo cierto. Yo sólo cumplía con mi deber, el cual era defender a mi pueblo. Tú, amigo mío – dijo poniéndole una mano en el hombro – haz hecho lo mismo.

Ojala fuera cierto – dijo entristecido – de ser así hubiera mantenido mi rango. Pero creo que es lo que me merezco. Ahora volveré a empezar y volveré a ganar mi lugar y respeto.

Brindo por eso – dijo Kirtan y ambos elevaron nuevamente sus copas y tomaban un gran sorbo.

♦♦♦

En el este, Korguen Est Brum’a miraba por la ventana hacia el oeste. Los reportes de la victoria rhonda sobre las fuerzas de Ulog Gro-Bash le habían puesto en una situación difícil, porque con ellos habían venido también informes e historias sobre el gran líder en el que Soren, su hermano, se había convertido. Esto también dificultaba su posición en cuanto a la expansión hacia el este, porque ahora debería mantener controlada de manera más férrea a su nueva capital, Tarianti. Había prometido no expandirse hacia el oeste, para no entrar en conflicto con el ejército invasor. La realidad residía en que tampoco podía permitirse tomar ninguna de las ciudades del este rhondo, pues implicaría defender una frontera demasiado grande en un terreno pobre.

A pesar de ello, Korguen no se desanimaba, tenía planes en marcha que le darían más fuerza al nuevo reino élfico. Miró con una amplia sonrisa primero hacia el oeste y luego hacia el este. Su nuevo reino todavía no comenzaba, pero estaba seguro de que tampoco tendría límites.



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En el texto hay: elfos, enanos, guerra

Editado: 13.06.2019

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