Armadura de Clave

5. Matt

Temía la reacción de mis padres, no me había atrevido a mirar el móvil por si acaso habían escrito algo después de mi último mensaje. Hacía tiempo que no discutíamos tanto, pero últimamente nuestra situación solo había empeorado.

Era mi hermana, no podía entender cómo mis padres podían haberlo superado tan rápido. Quizá para ellos ya había pasado suficiente tiempo, pero no llegaba a entenderlo.

Habían sido los tres peores años de mi vida.

Antes yo tenía una vida normal: iba a la universidad, jugaba al baloncesto, quedaba con mis amigos…

El Matt de ahora no se parecía nada a ese, este Matt tenía los nudillos destrozados de azotarlo todo, había olvidado lo que era sonreír, estar contento… no sabía disfrutar.

No merezco disfrutar.

Joder, era una persona horrible, y me daba igual lo que pensara el resto del mundo, me daba igual lo que me dijesen mis padres, mis amigos… Había matado a mi hermana, había muerto por mi culpa, y eso no tenía perdón.

Si hubiese hecho las cosas bien, si hubiese actuado más rápido, sin pensarlo todo tanto… ella estaría aquí, conmigo.

Tenía todo un futuro por delante, joder.

 

Me despedí de mi amigo con un fuerte abrazo, Devon me apretó entre sus brazos, negándose al choque de puños que le ofrecí sin considerar la situación de mis manos, me dedicó una afable sonrisa y desapareció tras la puerta.

 

Estaba anocheciendo y por consecuente, apenas quedaba nadie en la calle. El viento helado que se paseaba por entre los árboles resultaba desagradable a la piel, y por eso fue que me oculté bajo la capucha y me guardé las manos en los bolsillos, acelerado el paso.

Se me disparó el corazón, a punto de salirme por la boca.

Ese olor.

Levanté la vista, pero el cielo estaba tan oscuro que no conseguí apreciar nada.

«No puede ser»

Esas tres palabras se reprodujeron en mi mente como un disco rayado, atormentando mis pensamientos mientras el olor a humo, cada vez más intenso, penetraba cada poro de mi piel.

«Otra vez no»

No podía distinguir de dónde salía la humareda, me encontraba bastante próximo a mi casa y eso no hizo más que alterarme sobremanera, me apresuré intranquilo y decidí acabar con esa incertidumbre corriendo hasta el portal.

Recorrí cada casa de arriba abajo, inclinado sobre mis rodillas y con la respiración sofocada, sin aire en los pulmones.

La presión en el pecho cesó notablemente cuando fui consciente de que todo continuaba con normalidad, pero el desagradable olor seguía incrustado en mi nariz y no podía relajarme.

Encendí el móvil y llamé inmediatamente a mi madre, intentando disimular mi agitación.

—¿Estáis todos bien mamá?

—Sí hijo, ¿Qué ocurre? —parecía no tener ni idea de lo que le hablaba, entonces me permití relajarme.

—Todo huele a humo… —murmuré apesadumbrado, pasándome el antebrazo por la cara.

—Hijo…

—Voy a ir mamá.

No quise oír su protesta así que pulsé rápidamente el icono rojo y me guardé el móvil en el bolsillo.

A estas alturas el humo ya envolvía el ambiente como una espesa niebla, por lo que me resultó más fácil seguirlo hasta el lugar afectado.

 

Había varios coches de policía aparcados delante de la vivienda en cuestión y un montón de gente agrupada alrededor, observando la escena aterrados.

Me colé entre la multitud a empujones, elevando la cabeza por encima del resto para conseguir ver algo. Algún que otro vecino me dedicó una cara de espanto, decidí ignorarlo y continué a lo mío, con el corazón desbocado.

—Estamos esperando a los bomberos, no tardarán en llegar. —Fue lo único que me respondió uno de los policías cuando me acerqué, y me aseguró que en la vivienda no quedaba nadie.

Menos mal.

Continué abriéndome paso entre la gente hasta quedar completamente de frente a la puerta de la casa, hasta donde la cinta me permitía acercarme.

Necesitaba saber más, no entendía qué había podido pasar.

Recorrí la escena con la mirada, observando atentamente cada detalle.

Sentada, junto al muro que separaba esta vivienda de la siguiente, di con una chica que lloraba desconsoladamente. Mi intuición me dijo que podía tener algo que ver y sin darle más vueltas me acerqué a ella. El pelo rojo cobrizo le caía por la espalda y algunos mechones se adherían a sus mejillas empapadas, y su rostro estaba completamente rojo de tanto llorar, lo que me hizo pensar que llevaba un buen rato así.

Todavía no había abierto la boca, pero en cuanto me vio, la chica abrió los ojos como platos y se inclinó hacia atrás, golpeando su espalda bruscamente contra el muro de piedra.

Su reacción me desconcertó y los nervios me abrasaron, haciéndome dudar si acercarme más o no.

La miré a los ojos, verdes e hinchados, estaba destrozada. No dejaba de llorar y su pecho subía y bajaba muy agitado. Podía sentir su corazón latir muy fuerte sin necesidad de tocarla, como si quisiese salir disparado de su pecho.

Finalmente me agaché a su lado y permanecí inmóvil durante lo que consideré necesario, tratando de ayudarla a relajarse. Si no paraba de toser no podría explicarme que estaba ocurriendo.

Después de unos minutos en silencio, pareció que intentaba decirme algo.

—Em… —comenzó, pero la tos la interrumpió.

Repitió la misma palabra una y otra vez, pero casi no emitía sonidos por mucho que lo intentara y la tos no le dejaba continuar, por lo que no lograba entender lo que me quería decir.

—¿¡Hay alguien dentro!?—Estaba empezando a perder el control a pesar de mis intentos.

La chica se asustó ante mi arrebato, pero asintió con la cabeza, provocando que mi cuerpo se tensara y apreté los puños con fuerza.

«No puede ser, el policía dijo q…»

Sí puede ser

«No puede ser»

Sí pued…

—Em…—Repitió en un fino hilo de voz, interrumpiendo la lucha entre mi conciencia y yo.




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