Tragué saliva con fuerza. Mi cuerpo había dejado de responder cuando se había visto envuelto por una presencia masculina, que me observaba desde su altura, con una expresión que no conseguí descifrar.
La vena del cuello me palpitaba hasta ser incluso perceptible por el chico moreno, que en ese instante se agachaba frente a mí.
Reaccioné de golpe, chocando con la fría piedra sin llegar a asimilarlo del todo. Tanteé rápidamente el suelo de césped bajo mi cuerpo, hasta rozar el muro macizo a mi espalda y asimilar la situación en una milésima de segundo.
No tenía escapatoria, estaba condenada a quedarme ahí, inmóvil por fuera e incontrolable por dentro.
Me zumbaban los oídos, no podía oír nada más que mi propio corazón latiendo a un ritmo desenfrenado.
Esperaba su reacción, esperaba que me dijese cualquier cosa, pero no. El chico permaneció inmóvil a mi lado, ni siquiera movió lo labios, se limitó a observarme. Me perforó con sus iris azul intenso, la tensión de la situación había provocado que sus pupilas se dilataran, otorgándole un aire realmente imponente y aterrador.
Traté de desviar la atención que mi mete le prestaba en numerosas ocasiones, pero la adrenalina vibraba por cada poro de mi piel y no podía dejar de moverme. Me zarandeaba hacia delante y atrás impulsivamente, mientras trataba de pensar en qué debía hacer.
Cada vez estaba más segura de que Ema había perdido el audífono. Se le había caído o descolocado, no tenía ni idea, pero eso explicaba por qué no había respondido cuando la abuela había gritado su nombre antes de salir, porque no la había oído.
Intenté explicárselo al chico. Continuaba clavándome la mirada y lo único que conseguía era ponerme más nerviosa. Parecía preocupado, y quise convencerme de ello, pero mi conciencia no me lo permitía, no después de… aquello.
A duras penas logré articular el nombre de mi hermana, que estaba segura de que él no entendió en absoluto.
Cada vez sentía su cuerpo más cerca, me opacaba como una sombra, y ni siquiera estaba segura de que él se hubiese acercado. Inevitablemente y fuera de mi capacidad de control, sentirlo tan cerca me hizo recordarlo todo y me quedé paralizada. Noté como mi piel empalidecía y no podía articular palabra.
Relájate Billie, no va a hacerte nada.
Relájate…
Respira…
—Voy a entrar—dijo a continuación, se incorporó y dio media vuelta.
Quizá fue por el impacto que causó en ese momento su voz, rompiendo el silencio como un cristal que se había instalado entre nosotros, pero reaccioné repentinamente e impedí que se alejara sujetándolo de la pierna, tirando de nuevo de él hacia mí. Me sorprendí incluso a mí misma y lo solté como si me hubiese quemado, clavando la mirada en la palma de mi mano temblorosa más de la cuenta. Ni siquiera tenía control sobre mí.
Me aterraba sentirme sola, pero también su compañía, había perdido de vista a la abuela y el chico era la única persona a mi alcance. Debía advertirle de que por mucho que entrase y llamase a mi hermana, ella no lo iba a oír, pero me resultaba imposible. La tos cada vez era más frecuente, me dolía el pecho y la garganta y sentía unas ganas horribles de vomitar. La situación no hacía más que empeorar.
El chico se agachó de nuevo ante mi inesperado reclamo, era tan alto que aún así tuvo que inclinar su cabeza hacia abajo para mirarme a los ojos, llorosos e hinchados. Me dijo algo que no logré entender y se fue.
Lo vi alejarse, colarse entre la multitud con el mismo aire de seguridad e imponencia que hace unos segundos me había causado escalofríos. El nudo de mi garganta crecía y se volvía más insoportable a medida que él se acercaba a la casa. El fuego no cesaba y cada vez salía más humo de las ventanas, de color azabache y excesivamente espeso y asfixiante. Me ahogaba y me dolía mucho la cabeza.
Observé al joven apartar de su camino uno a uno a todos los policías que trataban de sujetarlo por todas partes, algo que yo nunca podría haber hecho. Una vez se deshizo de todos y quedó frente a frente con la puerta, se detuvo por un instante que se me hizo eterno y pareció que observaba el edificio de arriba abajo. Momentáneamente todo quedó en silencio, como si todas las personas a mi alrededor se hubiesen puesto de acuerdo para no abrir la boca, hasta que finalmente el chico tiró la puerta abajo abalanzándose sobre ella. Las llamas crecieron por un instante, la gente alrededor chilló asustada y los policías no cesaron en su intento de llamarlo desde la distancia, advirtiéndole de que no se acercase más, pero hizo caso omiso y entró de golpe, dejándonos a todos atónitos, esperando, sin saber que hacer o decir.