Armadura de Clave

7. Matt

Cuando por fin alcancé la puerta, tras dejar atrás a todos los agentes, que gritaban detrás de mí complicándome pensar con claridad, me paré y analicé la fachada, tal y como me habían enseñado. Busqué cualquier otra vía de entrada, había aprendido que si tiraba la puerta abajo entraría más oxígeno y el fuego crecería, pero no veía otra posibilidad, así que me abalancé sobre ella derribándola, pidiendo perdón por ello a mi profesor. 

«Es una situación límite» 

Me excusé mentalmente, como si pudiese oír su regañina. 

Las llamas crecieron tal y como había previsto y la gente chilló asustada tras de mí. Por un segundo me replanteé lo que estaba a punto de hacer, pero la imagen de esa chica pidiendo ayuda con la mirada, desesperada y en pleno ataque de ansiedad me dio la fuerza que necesitaba para taparme la nariz y la boca con el antebrazo y cruzar la puerta en menos de un segundo. 

 

En cuanto puse un pie dentro, imágenes de aquella noche regresaron a mi mente: mi hermana muerta de miedo en una esquina de su habitación mirándome fijamente y gritando mi nombre. Recordaba mirarla a los ojos, antes de que todo sucediera y ver reflejadas en sus grandes y oscuras pupilas cada una de las llamas que la rodeaban, aterrorizándola. Mis padres desde fuera, en un estado muy parecido al de la joven que acababa de conocer. Recordaba sus gritos, los cuales apenas percibía, llamándonos e intentando entrar de alguna forma para ayudarnos… 

De repente, algo cayó sobre mí, haciéndome caer al suelo y devolviéndome bruscamente a la dura realidad. Se me aceleró la respiración, el pánico se adueñó de mi cuerpo y me quedé de piedra. 

Las escaleras, la caída, las llamas... cada detalle de aquel día, del accidente, se presentó en mi mente y me aprisionó el corazón. La culpa volvió a hacerse con el poder de mis recuerdos y lo único que pude hacer fue apretar los puños con fuerza y aguantar la tentación de... Observé mis nudillos dañados y caí en la cuenta de que no habría sido buena idea. 

La madera del techo se había desprendido aplastando mi pie derecho y me retorcí de dolor sobre el parqué, cuyas tablas comenzaban a levantarse. Me apoyé sobre una de las paredes, mi pierna había quedado atrapada bajo los escombros y ya no podía moverme.  

<<—En estos casos, lo más importante es mantener la calma>> Las lecciones de mi profesor se hicieron eco de nuevo en mi mente. 
Ahora mismo, lo que menos contemplaba era la calma. La vena del cuello me palpitaba bruscamente y me vi obligado a hacer presión con la mano para intentar apaciguar las palpitaciones, a sabiendas de que no serviría para nada.  

 

Traté de apartar como pude las maderas que habían caído sobre mí, intentando controlar el ritmo de mi respiración. Una de ellas me había golpeado en la cabeza, provocándome una herida en la sien, que me escocía mientras un pequeño riego de sangre comenzaba a deslizarse por mi piel. Me llevé la mano hasta ella y mis dedos se mancharon. De nuevo, la secuencia de imágenes de aquel día tres años atrás, nubló mi vista y me cortó la respiración.  

Me envalentoné y decidí empujar de golpe todos los restos que tenía encima, quemándome las palmas de las manos, pero logrando liberarme e incorporarme de nuevo. Me las limpié contra los vaqueros y como buenamente pude, seguí avanzando. 

Todo estaba hecho un desastre. Había humo por todas partes, que formaba una espesa nube por todo mi alrededor, y el fuego poco a poco iba consumiendo cada uno de los muebles y el decorado de la primera planta. Los vinilos de las paredes se habían despegado y los muebles estaban ya destrozados por completo, con suerte alguno se salvaría. 

 

Había perdido la noción del tiempo, no sabía cuánto llevaría ahí dentro, pero debía darme prisa si quería salir con vida y sacar a la víctima conmigo. No recordaba su nombre, en mi cabeza solamente se repetía el nombre de mi hermana, recordándome lo inútil que había sido. Empecé a gritar mientras avanzaba por el que supuse que sería el salón con los músculos entumecidos, pero a la vez en tensión, con la esperanza de recibir una respuesta que no llegó. 

 

Fuera estaba oscureciendo y me guié únicamente por la tenue y anaranjada luz de las llamas, que cada vez eran más y más altas, impidiéndome ya acceder al resto de habitaciones de la planta. Subí las escaleras con cuidado, la mayoría de los escalones estaban completamente calcinados y más de uno emitió un peligroso crujido cuando posé mis pies sobre él, deteniendo mi corazón por una milésima de segundo. Si alguno se rompía me quedaría atrapado y, de nuevo, cargaría con la culpa, otra vida yacería sobre mis hombros, pesada como un bloque de piedra. 

Apenas quedaba oxígeno, mis pulmones se llenaban de humo y no podía parar de toser, cubriéndome con el antebrazo cada vez que lo hacía. 

 

Llegué al último escalón y me paré un segundo a observar antes de seguir avanzando. La primera habitación estaba completamente destrozada: la lámpara que horas antes debía de colgar del techo ahora yacía hecha añicos sobre la moqueta que el fuego ya había empezado a consumir, pero no había ni rastro de la otra persona. 

Avancé tambaleándome por el pasillo. Apretaba los puños inconscientemente y como consecuencia, las marcas de mis uñas se habían dibujado sobre la piel de mis palmas. El dolor de mi pierna cada vez se volvía más insoportable, dificultándome la ardua tarea de no tropezar entre los miles de baches que entorpecían el camino.  
Me pasé el brazo por la cara para limpiarme la sangre que continuaba emanando de mi herida, ya inflamada, y de nuevo, eché un vistazo a mi alrededor. Esta planta todavía no se veía muy afectada, y eso me facilitó el acceso a las dos siguientes habitaciones. La primera era muy juvenil en comparación con la anterior, debía de ser la de la chica de antes. El fuego aún no la había destrozado del todo y pude apreciar cómo se desvanecían miles de recuerdos, evaporados entre el humo y las pequeñas llamas que hace no mucho habían comenzado a florecer. El estado de la habitación contigua era lamentable, parecía un cuarto de baño, todo ennegrecido por la ceniza, que opacaba el verdadero color de los azulejos. 




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