Armadura de Clave

10. Matt

La seguí con la mirada. Su increíble melena pelirroja le caía tras la espalda, formando ondas malditamente perfectas, que contrastaban con su figura delgada y frágil.

Quizás permanecí demasiado tiempo observándola, pero cada vez que lo hacía descubría algo nuevo que hacía que toda ella me gustase más. Su actitud era tan misteriosa que me obsesionaba casi de manera insana, e incluso cuando desapareció tras la puerta, no pude dejar de pensar en ella.

Me había sorprendido su visita, aunque de una forma u otra, sabía que acabaríamos encontrándonos de nuevo. Por eso, cuando la había visto aparecer, ya había comprendido qué estaba buscando.

 

No paraba de pensar en la noche anterior, la imagen de su hermana escondida en el armario y cómo gritaba asustada a pesar de no poder oírse no salía de mi cabeza.

Qué injusta es la vida, unos nos quejábamos por verdaderas mierdas mientras otros, como esta niña tan pequeña, vivían infiernos como ese y aún así eran felices.

¿Qué habría pasado si no hubiese aparecido?

¿La habrían dejado morir?

Ese pensamiento me oprimió el corazón.

Eché una visual por todo mi cuerpo. Cada herida, cada venda, cada gota de sudor, de sangre… ¿Era lo que merecía?

De nuevo, sentí ese dolor ya familiar en mi antebrazo. ¿Algún día desaparecerían? Las cicatrices podrían durar toda la vida, y realmente no tenía muy claro si quería que desapareciesen.

Esos centímetros de piel estriada, suave y blanquecina eran un constante recuerdo de la noche del accidente, pero también un recuerdo recurrente de mi hermana, y eso no era algo que quisiera olvidar.

 

—¡Cariño! ¿Qué tal estás? —mi madre apareció por la puerta, seguida de papá y Mason.

Me costó unos segundos de más formular una respuesta, mi mente continuaba perdida entre miles de recuerdos. Opté por asentir con la cabeza.

Mi madre se colocó a mi lado y me llamó la atención su desmejorada apariencia. Siempre iba arreglada, se preocupaba por su peinado, su actitud, y nunca abandonaba la sonrisa, pero ahora… Parecía incluso que en su rostro habían aparecido más arrugas, e incluso ojeras.

—Mamá, yo…

Su llanto me cortó.

—¿Qué hubiera pasado si no llegas a salir, Matt? —me clavó la mirada, sus ojos estaban hinchados y me dieron a entender que no era la primera vez que lloraba, puede que incluso llevase así toda la noche.

—No pasó.

—¿Pero y si sí, Matt? —me perforó con su voz ahogada pero furiosa, como si quisiera gritarme, pero no fuese capaz. —¿Sabes lo que supone para una madre enterrar a un hijo?

No supe que responder. Bajé la mirada mientras trataba de tragarme el denso nudo que comenzaba a formarse en mi garganta y me apretaba el brazo en un intento de olvidarme de la quemazón.

—No quisiera enterrar a dos.

—Lo siento. —murmuré tras levantar la cabeza y observar a mi padre, sosteniendo a mi hermano pequeño en brazos, que apoyaba la cabeza en su hombro luchando contra el sueño. —Mi intención no había sido esta… —repasé mi estado con los ojos, centrando la atención de mis padres también en mi cuerpo.

—¿Y qué pretendías entonces?

—Se lo debía.

—¿A quién? —mi madre me clavó la mirada de nuevo, fulminando antes a mi padre, que continuaba al margen.

—Ya lo sabes. —Bajé considerablemente el tono de voz.

—Evie ya no está, Matt—la repentina potencia de sus palabras me sobresaltó —. Han pasado tres años, va siendo hora de que lo asumas, como hemos hecho todos.

—Ya lo hago.

—No.

—Susan, déjalo. —el timbre grave de mi padre irrumpió en la habitación, y tanto mi madre como yo nos giramos a mirarlo.

—No, no lo dej…

—¡¿Y qué si no lo hago?! —la interrumpí, elevando mi tono de voz más de la cuenta, pero la adrenalina me dominaba y ya no podía controlarme — ¡¿Y qué si después de todos estos años parezco ser el único que se acuerda de ella?! El único en esta familia que no se ha olvidado de Ev…

—Eso no es verdad. —mi padre tomó participación de nuevo, a sabiendas de que mi madre, entre lágrimas, se había quedado sin habla.

—A la vista está… —murmuré cabizbajo.

Las ganas de salir corriendo me quemaban por dentro, me ardía todo el cuerpo, pero estaba condenado a afrontar la situación, ni siquiera podía moverme.

—¿Y de qué te ha servido? —añadió mi madre, temblorosa, pero con un deje de superioridad.

Abrí los ojos como platos, la ignorancia de sus palabras me reventó, y me fueron necesarios unos cuantos segundos para controlarme y mantener la compostura.

El rostro asustado y empapado de Billie acudió a mi mente por milésima vez en el día, seguido de la risa tímida y tan natural que me había dedicado hacía un rato.

—No hables de lo que no sabes.

—¿Qué has hecho, Matthew?

—Ya es un poco tarde para esa pregunta.

—Hijo…

—Vete, por favor.

—Matt…

—Vete. —miré también a mi padre, que en ese momento dejaba a Mason en el suelo, después de que este se revolviera incómodo.

Mis padres salieron de la habitación, sujetando a Mason del brazo, que se resistía a acompañarlos.

—Mason, vamos. —le ordenó mi madre.

—Él puede quedarse. —la interrumpí, y mi hermano dio un tirón de su brazo hasta alejarse de ella y venir hacia mí.

 

La habitación quedó en silencio mientras mi hermano pequeño intentaba subirse a la camilla. Me hice a un lado y lo sujeté hasta que quedó recostado a mi lado, dedicando especial atención a cada uno de mis vendajes.

—¿Tú también te vas a morir?

Se me cortó la respiración. Mi hermano levantó la cabeza hasta mirarme directamente a los ojos, y cruzarme con los suyos, con esa forma tan familiar, me destrozó. Tenía la misma mirada que Evie y yo lo sabía.

Evie y Mason eran la misma persona, pero en dos cuerpos diferentes. La misma sonrisa, las mejillas, el pelo rubio, la nariz… todo.




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