Armadura de Clave

12. Matt

Pasé mi brazo por encima de sus hombros y noté su cuerpo tensarse bajo mi contacto. No reaccionaba y por eso me asusté, soltándola inmediatamente hasta estar seguro de que nada le ocurría. 
Mentía fatal, tenía la impresión de que estaba asustada. 
Intenté no cargar mi peso sobre ella, aunque estaba hecho un desastre. Sabía que tenía miedo de hacerme daño y por eso no me quejé cuando apoyó su mano justo en una de mis quemaduras. 
Llegamos a la habitación y la solté, con rapidez corrió a abrir la puerta, como si ansiase separase de mí cuanto antes. 
 
 En el intento de no apoyar el pie perdí el equilibrio y me tambaleé hasta casi caer, si no llega a ser porque ella, impulsivamente, corrió a sujetarme. Su expresión, que no conseguí descifrar, cambió drásticamente cuando pareció darse cuenta de lo que acababa de hacer.  
Decidí dejarlo pasar.  
Volvió a apoyar su mano sobre la quemadura de mi costado, esta vez me pilló por sorpresa y arrugué la cara. 
—¡¿Te he hecho daño?!—trató de bajar el tono para que su hermana no nos oyese—Lo siento, lo siento… 
No pude evitar partirme de risa ante su cara de preocupación. 
—Shhh…—me sorprendió tapándome la boca bruscamente. 
El gesto no duró demasiado. Observé como se ruborizaba, abrió los ojos como platos y me soltó de golpe. Entró a la habitación sin mirar atrás mientras yo continuaba riendo. 
—¡Te traigo una sorpresa, cariño! —oí que le decía a su hermana. 
Volvió hasta donde estaba yo apoyado contra una pared y de la misma forma que antes, me apoyé en sus hombros y entré como pude, ignorando las señales indescifrables que desprendía su cuerpo. 

Su hermana pequeña estaba sentada a los pies de la camilla. Llevaba unas mallas de colores y una camiseta infantil, su peluche descansaba sobre su regazo. En cuanto me vio se quedó boquiabierta, pareció reconocerme de inmediato.  
Bajó al suelo de un salto y corrió a abrazarme. Billie intentó advertirle que no me hiciese daño, pero no era necesario, apenas me llegaba a la altura de las caderas.  
Su abuela nos observaba desde el sofá y después de analizar a su nieta mayor, me dirigió una mirada que no conseguí entender. 
—¿Qué tal está esta princesa? —sonreí y acaricié a la niña por detrás de la cabecita. 
—¿Es tu amigo? —se dirigió a Billie, que me miró a los ojos y luego de nuevo a ella, pero no dijo nada—¿Cómo te llamas? 
—A ver si adivinas…—bromeé y se partió de risa. Verla reír después de mi último recuerdo con ella me hizo muy feliz. 
—Eres Superman—rio a carcajadas. 
—Casi, casi, soy Matt. 
—¿Matt? 
—El mismo—bromeé—¿Y esta niña tan guapa como se llama? 
—¡Ema! —chilló, saltando de alegría.  
Qué diferentes eran… 

Ema se parecía mucho a Mason, físicamente no, en eso había salido a su hermana, pero se le achinaban los ojitos al sonreír como a mi hermano, y también era muy inquieta por lo que había podido comprobar.  
Era muy bonita, igual que su hermana… 
Observé a la susodicha por el rabillo del ojo, no despegaba la vista de su abuela, pero al mismo tiempo no se movía, no reaccionaba. Estaba claro que algo le había pasado, tenía las mejillas sonrojadas y odiaba pensar que había estado llorando, pero sus ojos la delataban. Estaba… rara, por lo poco que sabía de ella, siempre había sido distante, pero ahora estaba diferente, rara, no era ella. 
Me acompañó hasta el sofá, al lado de su abuela, que continuaba mirándome de una manera extraña, pero por lo menos me sonreía. 
 
—¿No me vas a presentar a tu amigo? —me dirigí a Ema y señalé su peluche. 
Corrió a por él y me lo mostró. 
—Se llama Winnie, como el de la tele. 
—Encantado Winnie— sujeté el brazo amarillo del osito y lo zarandeé de arriba a abajo, provocando las adorables carcajadas de la pequeña. 
 
Una enfermera nos interrumpió, y la reacción de Billie cuando la mujer se adentró en la habitación me desconcertó. No necesité tocarla para saber que estaba helada, sus ojos se humedecieron, aunque había tratado de impedirlo, y clavó la vista en su abuela, que continuaba como si nada. 
La enfermera informó a la familia de que podían marchase y, en cuanto regresó a su puesto de trabajo, abandonando así la habitación, Billie me miró. Supe lo que estaba pensando, su mirada era triste.  
Cuando le había propuesto que se viniera a mi casa lo había dicho totalmente en serio, sabía que a mis padres no les importaría acogerlas. Aún así, tenía que avisarlos, aunque lo último que me apeteciese fuera volver a hablar con ellos. 
—¿Podemos hablar? —susurró, y tengo que admitir que me sorprendió oír su voz después de todo. 
Ambos salimos de nuevo al pasillo, aunque esta vez preferí valerme por mí mismo y rechacé su ayuda, me había dado cuenta de lo incómodo que le resultaba. 
—No puedo hacerte est…—empezó, pero la interrumpí. 
—¿Cómo tengo que decirte que no me molestas? Ni tú ni Ema ni tu abuela —le levanté la cabeza posando mis dedos en su barbilla—. Billie por favor, hazlo por mí. 
Todo quedó en silencio y de nuevo, aparté mi mano. No entendía por qué reaccionaba de esa manera. 
—Está bien…—murmuró finalmente y pareció que le había dolido admitirlo— pero esta noche no, a partir de mañana, cuando te den el alta. 
No me hacía ninguna gracia que después de lo que les había pasado pasasen la noche en un hotel, pero no podía a insistir más, me quedé con que había aceptado. 
—De acuerdo, pero, toma mi número—le tendí mi móvil—, llámame si os pasa algo. 
De repente, cómo si hubiese dicho algo totalmente ofensivo, no reaccionó. Abrió los ojos de par en par y se ruborizó. 
—¿Qué pasa? 
Pareció volver a la realidad. 
—¿Pero tú te has visto? —me recorrió con la mirada—¿Qué nos va a pasar por dormir en un hotel?  
—Acabarás llamándome, aunque sólo sea para saber cómo acaba el superhéroe de mi chiste. 
Sonrió, los ojos se le achinaron y observé su cuerpo destensarse, a la par del mío. 
Su reacción me alegró más de lo que jamás admitiría en voz alta.




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