En cuanto esas cuatro palabras, siete sílabas y veinte letras salieron de su boca, me quedé atónito. De todo lo que había esperado que me dijese, eso sin duda era lo último.
No recordaba haber sentido alguna vez una oleada tan fuerte de nervios como la que me invadía desde esa mañana. No podía tener las manos quietas y me removía el pelo incontrolablemente.
—Por mi culpa.
No, eso sí que no. No tenía ni idea de lo que les había ocurrido a sus padres, pero estaba seguro de que su culpa no había sido.
Me acerqué más a ella. En este momento me daba igual que me rehuyese desde que la conocía. No le di tiempo a reaccionar y me pegué a ella sosteniendo su mano entre las mías. Estaba helada.
—No creo que tú ha…
—Soy irlandesa—Me interrumpió, como si en esta ocasión le molestara que la estuviese defendiendo—. Vivía en Irlanda hasta hace un par de semanas, hasta… hasta lo de mis padres. —murmuró cabizbaja.
Ahora ya iba entendiendo cosas. Como por ejemplo de dónde venía esa melena cobriza que la hacía aún más guapa de lo que ya era de por sí. También la piel pálida y las pecas, aunque no muy marcadas. Y por supuesto el acento, que hasta ahora no había sabido identificar. Moví mis manos a sus rodillas intentando que se tranquilizase y dejase de zarandear las piernas.
—Yo tenía que salir esa noche. —pronunció, recalcando el “tenía”—Un amigo quería verme y ya le había dado largas muchas veces así que esa vez me animé. —tomó aire antes de continuar. —Era… la una de la madrugada y mis padres venían a recogerme. Había insistido en que cogería un taxi, pero prefirieron venir personalmente.
La voz se le entrecortada y estaba a punto de echarse a llorar. Imaginarme todo lo que había tenido que pasar, pensar en su hermana… me aprisionó el corazón.
—Llovía y el cielo estaba muy oscuro. Una furgoneta viajaba en dirección contraria por la autopista, el conductor había bebido y conducía a casi doscientos kilómetros por hora.
—…
—Embistió a mis padres de frente, que… murieron en el acto.
Todo quedó en silencio. No fui capaz de añadir nada, continuaba asimilándolo. La imagen de mis padres me embargó la mente, llevaba días sin apenas hablar con ellos, y ahora, después de esto… me sentía muy culpable.
Tras liberarse por fin de toda esa tensión, se quedó paralizada unos segundos, mirando al suelo. Estaba tratando de contener las lágrimas, pero los ojos se le humedecieron. Le acaricié la mejilla con los dedos, intentando de alguna forma mostrarle mi apoyo. Necesitaba que se diese cuenta de que la estaba escuchando. Algo me decía que hacía tiempo que no le prestaban atención.
Irremediablemente, en cuanto notó mi contacto, se vino abajo. Una lagrima se deslizó por su mejilla, solitaria, y ella se pasó las manos por la cara impidiendo salir a las demás.
—Me llamó la policía una hora más tarde.
Suspiró e intentó tragarse el llanto.
—Está bien, ya es suficiente. —Le coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y le dediqué una sonrisa lo más sincera posible.
Negó con la cabeza.
—Ema y yo vivimos solas unos días —continuó —. La abuela en cuanto se enteró nos insistió mucho en mudarnos con ella, es el único familiar que nos queda.
» Al principio me negué rotundamente, al fin y al cabo, ella vive aquí, en Estados Unidos, y mudarnos suponía abandonar nuestro país para siempre. Tras mucho pensarlo me di cuenta de que mantenerme a mí y a Ema yo sola sería imposible, y más teniendo en cuenta que mi hermana es sorda y sus revisiones y todo eso cuestan demasiado dinero. «
Mientras hablaba, me di cuenta de lo realmente mal que se encontraba. No dejaba de temblar. Coloqué mi mano sobre la suya tratando de evitarlo y me miró por fin a los ojos, los más bonitos que había visto nunca. Su cuerpo se tensó y bajó la vista de nuevo.
—Llegamos aquí hace un par de semanas más o menos, dejando atrás toda nuestra vida… y sin apenas tiempo para habituarnos, se incendia nuestra casa. No llega a ser por ti y…—levantó la cabeza, su pupila verde intenso estaba cubierta por una película de lágrimas.
Me pegué más a ella —si es que era posible— y pasé un brazo por detrás de su espalda, atrayéndola hacia mí. Al principio se resistió, pero yo no dejé de oponer resistencia. Sus ojos pedían a gritos un abrazo, aunque su cuerpo se lo negara. Al final, se dejó llevar y conseguí que se pegase a mi cuerpo por fin.
Durante un par de minutos ninguno de los dos dijo nada, tan sólo se escuchan los irrefrenables sollozos de Billie, que claramente estaba destrozada. Su cuerpo seguía tenso y yo no me moví hasta que noté que se relajaba. Aunque no lo supiera, la entendía mejor de lo que ella creía.
—Odio salir de la rutina. En estas semanas me he cambiado de casa más que en toda mi vida y me está generando demasiado estrés. Primero de Irlanda a casa de mi abuela, luego a urgencias, después a un hotel y ahora aquí, contigo.
No pude evitar esbozar una sonrisilla tras su última palabra.
—Por no hablar de que pronto tendremos que mudarnos de nuevo…
—¿Quién te ha dicho que tengáis que iros pronto? —decidí por fin intervenir— ¿Qué pasa, no te gusta mi casa? —bromeé, tratando de rebajar la tensión.
—N-No es eso, es qu…—Intentó explicarse.
La interrumpí llevando mi dedo índice a sus labios.
—No tienes que darme explicaciones—la atraje más hacia mí, abrazándola mucho más fuerte.
—Adem-ás, p-por si no tenía ya suficiente, ayer mi mejor amiga, la única que me quedaba y en la que más confiaba, me bloqueó. No quiere saber nada de mí, así, de la nada.
Eso no me lo había esperado, por eso había estado llorando.
—¿Sabes qué? A veces hay personas que se van de tu vida para dejar su lugar a quienes realmente lo merecen.
Tras mis últimas palabras, verdaderamente sinceras, Billie levantó la cabeza y me miró de nuevo. Una media sonrisa asomó por su rostro, en una lucha interna por esfumarse o permanecer relegando la tristeza que hace unos segundos transmitía.
—T-todo p-por mi culpa…—murmuró tratando de ocultar su rostro y con la respiración entrecortada.
—¿Cómo dices?
—Si yo no hub…
—No, Billie, no—. No podía consentir que siguiese. —No sigas por ahí, ni se te ocurra volver a dec…
—Sí, Matt—ahora fue ella la que me interrumpió—. Si yo no me hubiese empeñado en salir esa noche, si me hubiese quedado en casa… no habrían muerto mis padres, no habríamos abandonado Irlanda, no habría incendio… no habría nada.
—Pero tú y yo no nos habríamos conocido.
Toda la casa quedó en silencio.
Billie se ruborizo y yo me puse todavía más nervioso.
—Tú y yo no nos habríamos conocido—repitió en un susurro y a continuación sonrió.