El ruido de la puerta me despertó de golpe. Abrí los ojos y me sentí un tanto desorientada. Miré a mi alrededor y en cuanto giré mi cabeza hacia la izquierda… los latidos del corazón se me dispararon. El cambio de sensación fue tan brusco que intenté incorporarme de golpe, nerviosa, pero había algo que me lo impedía.
Tras mi espalda, Matt dormía profundamente, debimos de habernos quedado dormidos porque no recordaba cómo había acabado nuestra conversación. Bueno, sí, recordaba a la perfección sus palabras:
«A veces hay personas que se van de tu vida para dejar su lugar a quienes realmente lo merecen».
¿Era eso cierto?
¿Acaso era él esa persona?
¿E Isabella, que pasaba con ella?
¿Realmente necesitaba de otra persona para sentirme al cien por cien?
No podía parar de hacerme preguntas que solo mi subconsciente y yo conocíamos y claramente nadie iba a responder.
¿Podía considerar a Isabella “amiga”? Sólo nos conocíamos de hacía días, no sabía nada de ella ni ella de mí.
Ejem.
Inconscientemente —o no tanto— miré a la persona que descansaba junto a mí, con una camiseta básica larga y un pantalón de cuadros digno de película navideña, y no pude evitar hacerme la misma pregunta.
¿Era Matt un amigo?
¿Era algo más que eso?
Al fin y al cabo, me había abierto con él como nunca antes había hecho con nadie.
—Segundos buenos días, Almendra. —Con la voz ronca, Matt interrumpió mis pensamientos.
Di un respingo.
¿Qué acab…?
Estaba boca arriba, apoyado en el reposabrazos del sofá —demasiado estrecho, por cierto—. Su brazo me rodeaba el tronco, apoyado en su pecho y sus piernas se abrían a mis costados, dejando un hueco en el medio para mí. Me tensé al darme cuenta de nuestra posición.
¿En qué momento habíamos acabado así?
No pude impedir la risa nerviosa cuando levanté la cabeza y se me quedó mirando. Su pelo estaba completamente despeinado y algunos de sus mechones le caían por la cara. Apenas abría los ojos, haciendo una mueca muy graciosa.
Resopló tras quedarse unos segundos totalmente inmóvil y de nuevo echó la cabeza para atrás.
—¿Qué hora es? —le oí murmurar.
Extendí el brazo hasta alcanzar mi móvil, que estaba apoyado sobre la mesita de café.
—¡La 13:30! —chilló… ¡¿Mi abuela?! Antes de que pudiese decir nada, acercándose a la cocina, cargada de bolsas.
El calor ascendió a mis mejillas, que se colorearon en menos de un segundo y me levanté de un salto, liberándome de su brazo. Matt se reía a carcajadas. Tiró de mi camiseta haciéndome caer de nuevo entre sus piernas y me giré hacia él con el ceño fruncido y los labios apretados.
—Vale, vale…—levantó los brazos en señal de rendición.
—Fingiré no haber visto nada. —bromeó Bell, y se acercó a nosotros cubriéndose la vista con una mano.
—Esto… n-no es lo que parece— tartamudeé, con la cara del color de mi pelo—. Quiero decir… que él y yo, o sea que yo y Matt no…
Matt no aguantó más y comenzó a desternillarse. Lo golpeé en el hombro, incómoda y al momento me soltó, permitiéndome levantarme de nuevo. Me dedicó una amplia sonrisa mostrándome su dentadura perfecta y le di la espalda. Mi abuela, de camino a la cocina con mi plato vacío de tortitas, parecía reírse de nosotros.
No hace gracia.
***
Hoy comenzaba por fin diciembre, mi mes favorito del año. Un día como hoy yo habría estado saltando de alegría, rebosante de ilusión y con una sonrisa de oreja a oreja, anunciando que ya casi casi era Navidad, pero este año no. Si hacía un año me hubiesen dicho que hoy empezaría diciembre en otro país, sin padres, sin casa… definitivamente no me lo creería. Obligaría al que me estuviese grabando que apagase ya la cámara y dejase de bromear, pero ojalá fuese todo una broma. Ojalá todo fuera un sueño de esos que parecen tan reales que sientes que estás despierta, pero de un momento a otro abres los ojos y estás en tu habitación, tumbada sobre tu cama, y todo sigue como siempre. De esos en los que te pellizcas y no sientes nada porque, efectivamente, nada es real.
Ojalá mi vida sonase así en este instante, pero no.
Mi época favorita del año ahora era sin duda la más triste. ¿Qué era la Navidad sin familia? ¿Qué sería de esos días disfrutando de ver las luces con la gente que más quería? En el centro de la ciudad, como si fuese una turista más entre todas las personas que llegaban de lo más lejos que pudiese imaginar, sólo para admirar la ciudad en la que llevaba viviendo toda mi vida pero que en estas fechas parecía un lugar completamente distinto y desconocido. Porque las luces claramente seguirían en su lugar, pero esta vez sería yo la que no estaría allí para disfrutarlas. Y aunque en algún momento regresara, ya no sería lo mismo.
—¿Qué tal has dormido, Almendra? —Matt salió de su habitación, ya vestido. Llevaba una sudadera azul y unos vaqueros.
—…
Me dio un descarado repaso y me arrepentí al segundo de haberme puesto unos pantalones tan ajustados.
—Nos vemos luego—se despidió con una sonrisa, me guiñó un ojo y bajó las escaleras. Oí como se cerraba la puerta de la entrada segundos más tarde.
Me quedé unos minutos inmóvil en el pasillo.
«Genial, me ha dejado sola con mi abuela. A ver cómo le explico yo lo que sea que acaba de ver».
Recogí la habitación y deshice por fin la maleta, guardando toda mi ropa en el armario.
Me miré al espejo. Por un momento pensé en cambiarme de ropa, pero recordé la reacción de Matt hacía unos minutos y se me dibujó una sonrisa de idiota.
¿En qué momento has pasado a vestirte según las preferencias de un tío?
Billie, no te reconozco.
El día de hoy no acompañaba a mi estado de ánimo. Por la ventana entraba el sol, radiante, el cielo estaba completamente despejado y apenas corría aire. Mi humor empeoraba por momentos ya que mi cabeza me impedía disfrutar de un día como este. No le di más vueltas y salí por fin de la habitación.
—Adiós abuela, he quedado—me despedí y salí rápidamente de casa sin esperar respuesta, para evitar cruzármela.
¿Con quién había quedado?
Con nadie, obviamente.
…
Enseguida busqué a Ella entre mis contactos y la llamé.
—¡Billie!
—¿Te apetece quedar hoy? ¿Ahora?
—¡Sí, claro! Estoy con unos amigos, pero seguro que están encantados de conocerte.
—Em…genial, sin problema.
No tan genial.
—¿Ha pasado algo?
—Que va… bueno, a ver… no te rías.
—No prometo nada.
—Te acuerdas que te conté que estaba viviendo en casa de… bueno, del que ayudó a mi hermana.
—Sorpréndeme.
—Pues…
—¡Billie! Joba, que me estás asustando, ¿Qué ha pasado?
—Mi abuela nos ha pillado durmiendo en el sofá esta mañana, a los dos.
Comenzó a partirse de la risa al otro lado de la línea.
—¿¡QUÉ!?
—¡Dijiste que no te reirías!
—Pero… ¿Durmiendo… durmiendo?
—¡Oye! —me ruboricé.
—¿Entonces no hubo…?
—No—la corté.
—Tendrás que presentármelo. —ambas reímos.
—Bueno, ahora te veo, adiós. —Finalicé la conversación.