No era capaz de relajarme, cerraba los ojos y podía oír las voces de mis padres, recordaba la discusión y las lágrimas cada vez pesaban más bajo mis párpados.
Estiré el brazo hasta la mesilla de noche, y, de nuevo, tomé mis auriculares y los conecté al móvil. El sonido del piano inundó mis pensamientos y logré concentrarme únicamente en cada nota, sin pensar en nada más.
—¿Por qué no has bajado a cenar?
Matt entró en la habitación.
Abrí los ojos de golpe y me deshice de los auriculares, incorporándome ligeramente en la cama.
Con las manos atrás, se acercó a mí hasta sentarse al otro lado.
No respondí y, en su lugar, agaché la cabeza para evitar establecer contacto visual.
—Te he traído esto—añadió.
Sacó de detrás de él una pequeña bolsa y me la tendió: “Almendras tostadas”.
Suspiré y no pude evitar reírme, expulsando todo el aire de golpe.
Levanté la cabeza y él repasó mi expresión. Cortó la distancia entre nosotros pegándose a mí. Me entró el pánico, los recuerdos me abordaron de nuevo e inconscientemente mi cuerpo se inclinó hacia el lado contrario. Todo quedó en silencio, hasta que él decidió intervenir:
—¿Por qué me tienes miedo?
—Yo no…—me incomodó que se hubiera fijado en mi gesto y me tensé todavía más, mientras pensaba una respuesta lo más rápido posible.
—Mírate, Billie, estás asustada —me recorrió de pies a cabeza, parándose especialmente en mis ojos —. Sabes que nunca te haría daño… lo sabes ¿Verdad?
Asentí sin mirarlo y me abracé a mí misma. Me sentía muy pequeña a su lado, me sentía débil, me sentía inútil, sentía… ¿Miedo?
Matt estiró su brazo y me rodeó con él, pegándome a su cuerpo sin importarle mi reacción. Su aroma me embriagó, olía a vainilla, pero en ese instante no lo disfruté. Estaba tan alterada que se me erizó el pelo, tenía un nudo en la garganta que me impedía hablar y mi cuerpo estaba paralizado. Solamente era capaz de mover los ojos, pero él lo ignoró.
—¿Por qué me temes?
Yo no tenía miedo… ¿o sí? ¿Eso también era miedo? No era el mismo miedo que cuándo veía una película de terror.
Para nada.
Pero entonces… ¿Qué era el miedo? ¿Se podía sentir más de un miedo?
—Billie…—insistió Matt acariciándome el pelo, interrumpiendo mi monólogo interior.
Y justo en ese momento, una sola lágrima acudió rápidamente y se deslizó por mi mejilla, pero esta vez Matt no se sorprendió, al contrario, me pegó más a él.
—En este momento se me ocurren un millón de preguntas, pero prefiero que me lo expliques tú misma.
—Es que… no sé por dónde empezar…—susurré.
—Poco a poco, tenemos todo el tiempo del mundo.
No sabía qué hacer. ¿Y si se lo contaba y se alejaba de mí? ¿Y si no me tomaba en serio? ¿Y si…? Mamá seguro que sabría qué hacer.
Pensar en ella provocó que el nudo de mi garganta creciese más hasta llegar a hacerme daño.
—Relájate…
Matt me abrazó más fuerte y a continuación depositó un suave beso en mi sien. Apoyó su cabeza sobre la mía mientras mis lágrimas fluían en silencio.
El contacto de sus labios y mi piel por primera vez me hizo temblar bajo sus brazos. Me mantuvo la mirada durante unos segundos y me armé de valor. Asustada y con los ojos cerrados fuertemente para evitar desviarlos hacia ahí, me llevé las manos hasta el borde de mi camiseta de pijama y la levanté a la altura de las costillas. Mi piel pálida quedó completamente visible y sobre ella, el hematoma que desde hace unas semanas trataba de ocultar. Ahora tenía un color violáceo y también verdoso.
Miré de nuevo a Matt, que no se movía, ni siquiera pestañeaba, tenía los ojos clavados en el moratón de la parte baja de mis costillas, se había quedado pálido y su pecho se detuvo en seco. Yo respiraba agitadamente sin parar de llorar. En este momento cada detalle de aquel día ocupó un primer plano en mi cabeza.
—Me pegaba.
Al oír mis palabras, Matt pareció despertar de su estado de shock y se pasó las manos por el pelo, nervioso.
Me bajé la camiseta del pijama de nuevo y volví a centrar mi atención en él, tratando de ignorar el dolor tan fuerte que sentía justo en esa parte de mi cuerpo. En ese momento, Matt abrió los brazos en mi dirección y no me lo pensé dos veces, me aferré a su cuerpo como si mi vida dependiera de ello. Por mucho que mi cabeza me lo negara, confiaba en él.
Con mi cabeza pegada a su pecho, podía sentir los latidos agitados de su corazón.
—Este fue la noche que murieron mis padres… la última vez que lo vi.
Una lágrima me cayó en la punta de la nariz y levanté la vista, sorprendida. Matt, con los ojos rojos, me miraba desde su altura, estaba llorando.
Jamás podría explicar lo que sentí en ese momento.
—Lo siento muchísimo Bi…—se pasó una mano por la cara y a continuación por mi nariz, justo en el lugar en el que su lágrima acaba de caer. —Sabes que jamás te pondría una mano encima ¿Verdad? —sonó más a afirmación que a pregunta.
Asentí y lo rodeé más fuerte con los brazos. Rápidamente se separó de mí y echó hacia atrás la ropa de cama, se quitó la sudadera, quedándose con su ya habitual camiseta larga y se metió bajo las sábanas. Yo hice lo mismo y cuando ambos estuvimos tumbados, me giré para mirarlo, quedando directamente frente a él. Para mi propio asombro, esta vez no estaba tan nerviosa.
Pasó un dedo por mis mejillas, secando algunas de mis lágrimas y yo me aventuré a seguir hablando, después de dedicarle una sincera y sutil sonrisa.
—Se llamaba Jordan— empecé, y me entraron arcadas con el simple hecho de pronunciar su nombre—. Era un chico de mi barrio, lo conocí en la fiesta de cumpleaños de una amiga.
»Al principio era muy cariñoso conmigo… me hacía reír, me llevaba a un montón de sitios, me sorprendía… Llevábamos saliendo tan sólo unas semanas cuando comenzó a controlarme para absolutamente todo lo que hacía, pero yo en su momento no me di cuenta. Le siguieron episodios de celos…, se peleaba con cualquiera que se acercase a mí, hasta conseguir alejarme de todos mis amigos «.
Mientras hablaba, observé atentamente la expresión de Matt, que cada vez fruncía más el ceño.
Aprovechó que lo estaba mirando para tumbarse boca arriba y empujarme hacia él, sin decir nada. Apoyé la cabeza sobre su pecho y cuando una lágrima cayó hasta fundirse en el algodón de la tela, pasé la mano para intentar evitarlo, sin éxito. Levanté la vista hasta mirarlo a los ojos, me estaba sonriendo y entonces me liberé por fin de toda la tensión.
No iba a fallarme ni a dejarme tirada, Matt no era como él, Matt era diferente. Matt me había ayudado nada más verme, no me conocía de nada, pero había entrado en mi casa en pleno incendio para salvarle la vida a mi hermana. Matt me había ofrecido —más bien no me había dejado otra opción— quedarme en su casa, a mí y a mi familia, cuando nos habíamos quedado sin ella. Matt se preocupó por mí desde el primer minuto, se había asustado por el simple hecho de que no le respondiera los mensajes. Matt me preparaba el desayuno todos los días, y le preocupaba el hecho de que no comiera lo suficiente. Matt me había incluido en su grupo de amigos. Matt se interesaba por las cosas que me gustaban. Matt sabía cuándo estaba bien y cuándo no, sabía que algo me pasaba sólo con mirarme a la cara y me contaba chistes absurdos con la intención de animarme. Matt me lo había demostrado todo. Matt era simplemente… Matt. Y tan sólo hacía una semana que nos conocíamos.