—¿Alguien sabe lo que es la armadura? —pregunté, mientras dibujaba un pentagrama en la pizarra.
Ninguno de los niños respondió así que me dispuse a explicarlo. Los cinco me atendían con los ojos bien abiertos.
—Mirad—sujeté una tiza—, para que lo entendáis: es el conjunto de alteraciones que cambian la tonalidad de las notas. Es decir, sigue siendo la misma nota, pero suena diferente cuando colocamos alguno de estos tres símbolos —que estaba dibujando— al principio del pentagrama. —expliqué, de una forma muy simple. —La armadura es el conjunto de esos símbolos.
Me giré de nuevo hacia ellos y pude comprobar cómo todos tomaban nota en sus cuadernos de lo que les estaba explicando. Amaba tener alumnos como ellos.
—¿Queréis que os cuente una curiosidad?
Todos asintieron. No podía estar más feliz de poder compartir mi mayor pasión con niños que estaban tan entusiasmados por aprender de ella.
—¿Qué hacía la armadura? —pregunté, esperando que alguno respondiera. Casi todos levantaron la mano.
—Cambiar la tonalidad. —respondió una de las gemelas.
—Muy bien Paige—la felicité—por eso también se llama “Armadura de tonalidad”, y como va colocada después de la clave, ¿También podemos llamarla…?
—¡Armadura de clave! —chilló el más pequeño, eufórico.
—¡Genial Benji! —le choqué los cinco, muy orgullosa de mi pequeño alumno. Me recordaba mucho a mí cuando tenía su edad.
El sonido del timbre nos interrumpió. Los cinco niños se acercaron a abrazarme y a continuación se marcharon en busca de sus familias.
El silencio se había adueñado del aula. Observé el piano que acababa de utilizar para dar la clase y un sentimiento de añoranza se apoderó de mí. Flashbacks de la otra noche se aparecieron en mi cabeza y comencé a sentir de nuevo la opresión en el pecho. Veía humo por todas partes.
Cuando quise darme cuenta, ya estaba sentada frente al instrumento, y no podía desaprovechar la oportunidad de tocarlo de verdad después de tanto tiempo. Ni siquiera había podido estrenar el que me había regalado la abuela.
Mis dedos volaron instantáneamente a las teclas que tan bien conocían, las acariciaron con pasión y a continuación las presionaron hasta hacer sonar los primeros acordes. Esta canción parecía estar hecha para mí. Shallow era casa, Shallow era… mi familia.
Difícilmente podría explicar lo que sentía… Cada nota, cada acorde, cada compás… Era tan liberador que por un momento conseguía olvidarlo todo. En mi cabeza solo había cabida para cada sonido que salía del piano. Durante esos tres minutos y medio dejaba de ser yo, sólo existía la canción.
—Tara-rara-ra…—No había olvidado que seguía en la clase, así que me limité a tararear lo suficientemente alto como para escucharme por encima del piano.
—… you happy in this modern world?
Espera… ¿Qué?
Mi cuerpo se tensó al instante y paré en seco. El sentimiento de soledad, de ser yo la única presente, de formar parte de algo con la única compañía de mi instrumento, era la razón principal por la cual me gustaba tanto. Pero… de golpe todo eso se esfumó. Ya no estaba sola, tenía alguien a mi espalda que no sólo había estado escuchándolo todo, sino que además había… ¿Continuado la canción?
Carraspeé intranquila y me giré sutilmente, tratando de aparentar seguridad. Me temblaban las manos y el corazón me latía a mil por hora, sobre todo cuando fui consciente de quién me observaba. Alto, ojos claros, pelo castaño e incontrolable, espalda ancha, y un potente olor a vainilla que desde que había llegado, inundaba la sala. Matt.
Mierda, había olvidado que vendría a recogerme.
¿Qué hora era?
—No pares, me estaba gustando.
Lo analicé por encima de mi hombro, sin una expresión muy clara. Di un repaso rápido y tras confirmar que no había nadie más allí, sólo pude sacar una única conclusión.
Matthew.
Mi Matthew.
¿Cantando?
Apoyó su mano en mi hombro, trayéndome de vuelta a la realidad. Su contacto puso en alerta todo mi cuerpo, todavía me costaba acostumbrarme a él. Me miraba fijamente desde su altura y no ayudaba en absoluto. Estaba acostumbrada a tocar para mi familia, no me sentía segura, yo no…
No confías en ti.
Mi conciencia no ayudaba a calmar mis nervios.
—Venga…—susurró Matt muy cerca de mi oído, y un manojo de nervios me revolvió por dentro.
Coloqué mis dedos de nuevo sobre las teclas y, tras un largo silencio en el que batallé seriamente conmigo misma, tuve claras dos cosas:
¿Quería hacerlo? Obviamente, no había nada que me apeteciera más.
¿Podía hacerlo? He ahí el problema. Aunque pareciera mentira, nunca antes había tocado para nadie que no fuesen mis padres o Ema, y sólo el hecho de pensarlo ya me provocaba temblores por todo el cuerpo.
Matt me sorprendió de nuevo apoyando su mano en mi hombro por segunda vez, di un pequeño respingo que estoy segura de que percibió y levanté la vista. Nuestros ojos se encontraron en la pequeña distancia que nos separaba y las comisuras de sus labios se elevaron sutilmente hacia arriba. Tomé todo el aire que me fue posible, bajé la vista de nuevo al teclado y sin darle más vueltas, presioné las teclas. Mantuve los ojos cerrados hasta que lo escuché de nuevo.
—Tell me something girl…
Miré a Matt por encima de mi hombro, no dejaba de sonreírme y me animé a corresponderle.
—Are you happy in this modern world?—continuó cantando— Or do you need more? Is there something else you’re searching for?
Lo estaba disfrutando mucho, demasiado. Por un momento pareció como si nada a mi alrededor existiese. Estaba sumida en una burbuja en la que sólo escuchaba el piano y la voz de Matt, que cantaba realmente bien. Por un momento volví a ser niña. Por un momento volví a ser feliz, feliz de verdad. Mis problemas desaparecieron, como si hubiese retrocedido en el tiempo. No sentía nada, pero a la vez lo sentía todo. La melodía me envolvía, recorría cada parte de mí. Era algo increíble, algo inexplicable, algo que sólo la música podía conseguir.