Me ardían los ojos, la asfixia cada vez era mayor y por más que lo intentaba, no conseguía alcanzar mi habitación.
Mi móvil comenzó a vibrar, dándome una pista de dónde se encontraba, y corrí hacia él guiado por su sonido.
—¡Mamá! La casa está…—cof cof—todo… hay humo por todas partes…. Evie…
—Hijo, respira, tranquilo… estamos fuera.
Intentaba explicarme, pero tenía la respiración muy agitada, apenas podía tomar aire y la tos atragantaba mis palabras.
—Voy a sacarla de aquí.
Me guardé el móvil en el bolsillo, no podía arriesgarme a perderlo de nuevo.
Avancé a pasos agigantados hasta la habitación de mi hermana, sin dejar de frotarme los ojos para intentar aliviar el picor. Tenía el corazón en la garganta, estaba sudando y cada gota que resbalaba por mi frente la sentía como agua hirviendo, mi cabeza iba a explotar.
—¡Ev!
El pánico se apoderó de mí en el mismo instante en el que vi a mi hermana arrinconada en una esquina del cuarto, rodeada de enormes llamas que no me permitían acercarme.
Ahogada en su propio llanto, su melena rubia se le pegaba a la cara por culpa de las lágrimas y el sudor. Estaba hecha una bola, encogida con las rodillas en el pecho. Me dedicó una mirada que se me clavó en lo más profundo de mi ser.
—¡Ev!
—Matt…, Matt…
Me incorporé de un salto. Giré la cabeza en todas direcciones, asimilando la realidad.
Otra vez no…
Jadeaba, tratando de recuperar todo el aire que sentía que me faltaba, estaba empapado.
—Matt… ¿Estás bien?
Mis ojos, abiertos de par en par, se clavaron en ella una vez estuvieron acostumbrados a la oscuridad. Estaba sentada a mi lado, llevó su mano a mi frente mientras me observaba con preocupación.
—Estás helado… —deslizó la mano por mi pelo en un intento de recolocar mis mechones. —Ha sido una pesadilla…
Estaba paralizado. Seguía observando a Billie en la penumbra de la habitación, con un sentimiento de angustia exprimiendo mi corazón, vaciándolo hasta la saciedad. Las palabras no acudían a mi mente, esta estaba ocupada reviviendo una y otra vez el motivo de mi desvelo.
Me levanté bruscamente en dirección al baño, cabreado conmigo mismo por no saber reaccionar. Ella se hizo a un lado enseguida, dejándome espacio suficiente para recobrar el aliento mientras se removía nerviosa.
Metí la cabeza bajo el grifo, sintiendo el frío contraste del agua acariciándome la piel. Me pasé una toalla por el pelo y regresé a la habitación, todavía con esa sensación de asfixia en la boca del estómago.
Billie, en mi ausencia, se había colocado al otro lado del colchón y me esperaba enterrada entre las mantas. En cuanto me acerqué a la cama, se arrimó todavía más hacia el extremo y retiró las sábanas para que me colocara a su lado.
El silencio reinaba en la habitación. Podía sentir los ojos de Billie clavados en mi perfil, pero no me decidí a mirarla directamente a la cara.
¿Y si me pedía explicaciones? ¿Qué le diría?
Me sobresalté y se me erizó la piel en cuanto su mano, delgada y suave, se apoyó en mi brazo. El calor de su piel me hizo reaccionar y emití un sonoro suspiro.
Estaba harto de las pesadillas, no había noche en la que no me atormentaran. ¿Cuándo se irían? ¿Cuándo podría descansar en paz?
—Matt…—susurró, atrayendo mi atención.
Estaba asustada, su voz endeble era la prueba de ello.
¿Hacía cuánto tiempo había entrado en mi habitación? ¿Cómo se había dado cuenta de mis pesadillas?
Abrí los brazos en su dirección y me giré para mirarla, ablandando mi semblante. Sin pensárselo dos veces, se acercó a mí y me envolvió con sus brazos.
—Gracias…—murmuré, con mi nariz enterrada en su pelo, respirando su dulce aroma que tanto me relajaba.
A veces me daba miedo acercarme a ella, no podía olvidar lo mal que la habían tratado. A veces sus heridas me dolían tanto como si me las hubieran hecho a mí, pero no podía ni imaginar lo duro que había tenido que ser para ella.
Admiraba su capacidad de superación. Hacía unos días no podía soportar tener a alguien cerca y ahora estaba abrazada a mí, con la cabeza hundida en mi pecho y acariciándome la piel con la punta de los dedos. Su melena pelirroja se extendía por su espalda y algunos de sus mechones reposaban sobre mi piel, iluminados por la tenue luz de la luna.
No podía dejar de mirarla, me apasionaba todo de ella. Tenía los ojos cerrados y sus largas pestañas reposaban en la frontera de sus párpados, completamente relajados. Su pecho se movía a un ritmo sosegado, lleno de paz. Traté de imitarla hasta que nuestras respiraciones se acompasaron.
Me atormentaba el no saber qué tipo de relación teníamos. La duda coronaba mis pensamientos la mayor parte del tiempo, pero no lograba encontrar la respuesta acertada.
Tenía miedo a precipitarme, a avanzar demasiado rápido. Billie no estaba preparada para eso y yo lo sabía.
¿Y si ella no quería lo mismo que yo?
¿Me vería de la misma forma que yo la veía a ella?
Sólo una cosa tenía clara, Billie no era simplemente una amiga.
Billie era… lo era todo.
Era la mayor representación de ilusión cada vez que se sentaba frente a un piano y su mirada se llenaban de luz, de ternura cuando sonreía y sus ojos se achinaban, de timidez cada vez que sus mejillas se coloreaban ante cualquier situación. También de felicidad, se le dibujaba una adorable sonrisa ante cualquier detalle, por pequeño que fuera…
Billie era todo lo que estaba bien a pesar de haber sufrido tanto daño.
Tenía mucho que aprender de ella.
Deduje que se había quedado dormida, inspiraba lentamente y emitía sutiles suspiros apenas perceptibles, repletos de paz.