Armadura de Clave

24. Billie

Isabella me acompañó a casa después del trabajo. Ambas parloteamos sobre música, bailes y clases durante todo el camino, hablar con ella me resultaba muy agradable.

—¡Así que había reunión y no estábamos enteradas! —Exclamó mi amiga cruzando la puerta delante de mí.

Los mellizos estaban inmersos en una partida de la Play Station contra Devon y Matt, que en ese momento tiraba a Caleb de los pelos acusándolo de haberlo matado. Los cuatro nos ignoraron por completo.

En casa no parecía haber nadie más, excepto el pequeño Mason que dormitaba en el sofá con aspecto cansado, echando un ojo al videojuego de vez en cuando.

—Ya veo que te ha matado…—chinché a Matt entre risas, pinchándolo con el dedo.

—Ha hecho trampas—Acusó al causante de su derrota fulminándolo con la mirada, este se desternillaba en el sillón.

—Eres malísimo—lo burlaron Caleb y Leo al unísono.

Todos estallamos en risas. Me encantaba que pensaran lo mismo y lo dijesen al mismo tiempo, aunque ellos ni siquiera se sorprendieron, parecían estar acostumbrados, pero aprovecharon la ocasión para burlar todavía más a Matt, que desvió la mirada al tiempo que soltaba un chasquido con la lengua.

—Oye… no deberíais ponerle estas cosas a un niño tan pequeño—irrumpí, centrando la atención de todos en Mason, que prestaba atención a nuestra conversación.

Matt me sonrió con la mirada, ignorando mi recomendación por completo. No sería ni la primera ni la última vez que su hermano atendía a esos videojuegos.

Me acerqué al pequeño y posé una mano en su frente, su piel ardiendo me confirmó que todavía tenía unas décimas de fiebre. Lo cogí en brazos y no se resistió, ni siquiera tenía fuerzas para hacerlo.

—Hace un rato se ha tomado el medicamento—me informó Matt, observando cómo me llevaba a su hermano escaleras arriba.

Acosté al pequeño en su cama y lo arropé entre las sábanas, había pensado en leerle un cuento, pero ni siquiera tuve tiempo, cayó rendido en cuestión de segundos.

Pobrecillo.

Lo observé dormir por unos segundos, era una mini versión de su hermano mayor.

Una sensación de nostalgia se instaló en mi cuerpo. Recordé las veces que me había puesto enferma y mis padres me habían arropado por las noches, después de obligarme a tomar la medicina que tanto aborrecía, y cómo siempre me premiaban con cualquier tontería para que me la tragara.

 

Dejaron de escucharse gritos en el piso inferior, por lo que supuse que habían terminado la partida.

Al cruzar el pasillo, reparé en una habitación al fondo de este en la cual no había estado nunca. Pegado sobre la puerta había un dibujo infantil, muy parecido a los que hacía mi hermana, pero mucho más cuidado. En él se apreciaba un precioso unicornio rosa, acompañado por numerosos seres que no conseguí descifrar, cada uno de un color diferente, y en la esquina inferior derecha destacaba una “E” rodeada por una pequeña nube. Era adorable.

La puerta estaba ligeramente arrimada y la curiosidad pudo conmigo, así que sin pensar muy bien en lo que hacía, con mi instinto más cotilla brillando por todo lo alto, me adentré en la habitación.

Todo era de color rosa, lo que me llevó a pensar que a mi hermana no le habría gustado, siempre había estado en contra de lo que la sociedad dictaba que debía ser “de niña”. Un dulce aroma, como el de un pastel recién hecho, impregnaba cada parte del cuarto, que parecía salido de un cuento de hadas. Cada cosa ocupaba su lugar ordenadamente, tal y como los escaparates en las tiendas de muebles. Sin embargo, en el medio de la alfombra se levantaba un pequeño castillo habitado por pequeños muñequitos de plástico, algunos de estos permanecían tirados en el suelo como si el niño o niña que los hubiese estado utilizando hubiera salido corriendo sin reparar en recogerlos.

La estantería estaba repleta de libros de múltiples colores y en una de las baldas tomaba presencia una gran “E” de madera blanca y con pequeñas lucecitas incrustadas.

Todo cobró un poco más de sentido cuando me detuve ante el marco que adornaba una de las paredes. En la foto aparecía Matt, que fue el primer sujeto al que acudieron mis ojos y me sentí un poco avergonzada al respecto. Sus padres sonreían a su lado, y en el medio, un poco más bajita que el resto, una niña rubia vestida con un precioso vestido violeta se robaba todas las miradas —excepto la mía— ya que cada uno de los presentes parecía ignorar el objetivo de la cámara para prestarle atención únicamente a ella. Mason no estaba por ninguna parte.

—¿Bi? —la voz de Matt acercándose me distrajo. —¿Vienes a jugar a…?

Se cortó a sí mismo entrando de golpe en la habitación, parecía que se hubiera acercado corriendo. Tenía los ojos muy abiertos, se había quedado pálido y no se me pasó por alto.

—¿Te ocurre alg…?

—¿Qué coño haces? —espetó, su voz sonó seria como nunca antes, y me asusté.

—Yo estaba…

—Lárgate—interrumpió cortante.

Se acercó a mí, las venas de su cuello estaban tan tensas que parecía que iban a explotar en cualquier momento. Asustada, me encogí y mi cuerpo fue atacado por un pequeño temblor, favorecido por el déjà-vu que estaba presenciando, pero Matt no se inmutó. Continuaba firme, tan imponente que me aterrorizaba. Clavó los ojos en mí desde su altura y en menos de un segundo me agarró del brazo obligándome a abandonar la habitación, a rastras. Me sentí pequeña, inútil… en cuanto tiró de mí, el pánico tomó el control de mis movimientos y me encogí todavía más, cerrando los ojos con mucha fuerza. El corazón se me detuvo, no me había hecho daño, pero su repentina reacción me descolocó, ese no era el Matt que conocía —que creía conocer—.

—¡¿QUÉ COJONES HACÍAS AHÍ DENTRO?!—había perdido totalmente el juicio y la forma en la que me gritó, me dejó sin habla.

—Em… yo estaba… quiero dec…

—¿Sabes qué? Prefiero no saberlo.




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