Armadura de Clave

25. Billie

Devon, por favor… sé que lo sabes.

Hace más de una semana que no pasa por casa, estoy preocupada.

 

Ya te he dicho que no tengo ni idea.

Aparecerá de un momento a otro, ni te ralles.

 

¡¿Qué no me ralle?!

Vete a la mierda Devon.

Lancé el móvil a la cama, furiosa.

Desde aquel día no había vuelto a aparecer y yo seguía sin entender nada. Sus padres no parecían muy sorprendidos, no debía de ser la primera vez…

Pero sí la última…

Estaba segura de que Matt llevaba en casa de Devon todo este tiempo, no había que ser muy lista para pillar sus mentiras, pero estaba cansada de insistir.

Lo que más me jodía de todo era que hoy se celebraba el concierto de Navidad, concierto al cual él mismo me había obligado a ir, y ahora ni siquiera estaba.

 

Anoche apenas había conseguido pegar ojo, no paraba de darle vueltas a la cabeza sobre lo que se aproximaba, y cada vez consideraba más la idea de no aparecer.

Los nervios me invadían desde esta mañana, se habían instaurado en mi cuerpo sin dejar ni un solo lugar y la opresión que sentía en el pecho era cada vez más insoportable.

El móvil vibró de repente y me abalancé sobre él, cruzando los dedos por qué fuese Devon —tenía claro que Matt a estas alturas no me escribiría—.

¿Preparada para esta noche?

Estoy deseando verte.

 

Genial…

El que faltaba, el pesado de mi jefe…

Ni siquiera me digné a responder, acababa de esfumarse mi posibilidad de ignorar el concierto.

A la mierda todo.

Me recosté sobre la cama, tratando de no pensar en nada, algo imposible.

Faltaban tan solo dos horas para la audición —claro estaba que había pasado del ensayo—.

 

—¡Billie!

—¿Mhm?

—¡Billie! ¡Levántate!

Abrí los ojos, molesta por los zarandeos.

—¿Abuela?

—¡Billie, el concierto es en una hora! ¡Arréglate!

Mierda, me había dormido.

—No voy a ir…

—¿Cómo que…?

—No puedo hacerlo—la corté.

—Claro que puedes ¡Tocas de maravilla!

—No es eso… es que… sabes que no puedo enfrentarme a tanta gente.

—Billie, mírame—la abuela apoyó su mano en mi hombro, dedicándome una cálida mirada. —Confía en ti.

—No puedo…—murmuré, desviando la vista.

—No es sólo es lo que te preocupa…—añadió, leyendo mi expresión.

—Es que… además… él no está y…

—Pues él se lo pierde, no dejes pasar esta oportunidad cariño—me acarició la mejilla—Lo harás genial.

Me incorporé de la cama, quedando sentada sobre el colchón, con la mirada clavada en este.

—Vamos, vístete, nosotros te llevamos—me besó en la sien sin perder la sonrisa.

Me puse de pie y un montón de dudas me abordaron mientras me dirigía al armario y lo abría sin ganas.

—Haz que se arrepienta de no haber venido—la abuela me sonrió y desapareció tras la puerta.

Me encontraba fatal. Estaba nerviosa, sí, pero sobre todo triste. Me apetecía más que nada en el mundo compartir este día con Matt, llevaba días pensándolo y creía que desde que había salido por la puerta hecho una furia, ya habría vuelto. Que equivocada estaba.   

 

Me coloqué el vestido que me había comprado la abuela, específico para hoy. Ella misma lo había elegido y no podía gustarme más. Era morado, largo hasta los tobillos, el escote asimétrico dejaba al descubierto uno de mis hombros y el otro lo cubría, con una manga larga hasta la muñeca. Me encantaba, pero no estaba de humor y eso hizo que no me viese bien frente al espejo.

No me esmeré mucho con el maquillaje, un toque de labial y sombra de ojos a juego con el vestido bastó para mejorar un poco mi cara de muerta.

 

Los padres de Matt estaban sentados delante, la abuela y yo en el medio y los dos pequeños en las últimas dos plazas de atrás del coche.

El auditorio, uno de los más importantes de San Francisco, apenas quedaba a unos veinte minutos de casa, los veinte minutos más rápidos de toda mi vida.

Intenté convencerme a mí misma de que todo saldría genial repitiéndome frases motivadoras al estilo “Mr. Wonderful”

Patético, lo sé.

 

Una bola se había formado en mi garganta y me dolía el estómago mientras esperaba tras el escenario a que llegase mi turno, empapada en sudor. Todo era excesivamente elegante, de marcas lujosas, terriblemente caras. No imaginaba cuanto podría valer la silla sobre la que estaba sentada.

No me había atrevido a asomar la cabeza entre el telón, si lo hacía me desmayaría allí mismo. Calculé que más o menos habría espacio para unas diez mil personas, una barbaridad.

Robinson no se separaba de mi lado. Mentiría si dijese que no estaba nervioso, todo lo contrario, no dejaba de parlotear y me iba a reventar la cabeza con su bombardeo masivo de datos. Mantenía su aspecto arreglado, así como el fuerte olor a colonia que me transportaba a mis mejores recuerdos con papá.

«¿Qué pensarían si me viesen en este instante?»

Estarían orgullosos, muy orgullosos.

Una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro, pensar en ellos me ayudaba a mantener la calma. Estaba atemorizada.

Tan sólo faltaban dos actuaciones antes de mi turno y la angustia comenzó a florecer desde lo más profundo de mi estómago, se extendía por mi garganta y terminaba en cada una de mis extremidades, estaba tensa y completamente inmóvil. Sólo podía pensar en una cosa, mejor dicho, en una persona: Matt.

Como última opción, sin saber muy bien lo que hacía, encendí mi móvil y lo busqué entre mis conversaciones:

 

Quería que supieras que he decidido tocar en

el concierto, no sé por qué, pero lo he hecho.




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