Llevaba varios días sin saber nada de ella. Hacía más de una semana de nuestra discusión y yo no había vuelto por casa.
Me había acostumbrado a ignorar sus mensajes, nunca los respondía, pero me gustaba saber que no me odiaba. No obstante, hacía ya varios días que el chat había dejado de engordar.
Dormir en el sofá de Devon me estaba pasando factura, tenía un dolor de espalda que difícilmente podía ignorar. Había prohibido a mi amigo informarle a Billie de nada, necesitaba desconectar y no sabía cómo podría ser mi reacción si ella apareciese de repente ante la puerta.
Los únicos que lo sabían eran mis padres, a los cuales tampoco les había permitido soltar prenda y parecían haberme hecho caso.
Esta mañana me encontraba especialmente mal. Hoy era día, el gran día. Billie tocaría ante miles de personas y yo no estaría ahí para verla.
—Podías recoger un poco…—protestó mi amigo de tez negra retirándome la manta bruscamente— levántate.
—No estoy de humor—musité, revolviéndome en el sofá al tiempo que me cubría con la mano para espantar la luz.
—Nunca lo estás.
Abrí los ojos de golpe y los clavé en su semblante, atendiendo a sus movimientos. Devon se movía de un lado a otro de salón recogiendo el desastre que yo mismo había causado.
—Me cuesta creer que todavía no te hayas anexionado al sofá…—ironizó— Llevas días ahí pegado.
—¿Alguna vez te han dicho lo insoportable que te vuelves? Pareces mi madre.
—Ya estás tu para recordármelo…—respondió fugaz sin siquiera detenerse a mirarme, seguía pendiente de limpiar el desastre.
—¿Me he perdido algo y tienes una cita o…? —Gemí con sarcasmo levantándome del sofá por primera vez en todo el día, dando un repaso a la montaña de ropa sucia que Devon cargaba.
—La cita la tienes tú en unas horas… así que mueve el culo.
—¿Yo? ¿Me has abierto un Tinder y no me he enterado?
—Deja de hacer el gilipollas y vístete, ya me has entendido.
—Ni de coña, no pienso ir.
—No me vengas con el cuento de “machito prepotente”. —Se ausentó un segundo y regreso con una camisa recién planchada para después lanzármela directa a la cara— Ponte esto.
—No voy a…
—Póntelo, ya—me ordenó Mbappé en un tono espeluznante.
Lo obedecí y en medio del salón me deshice de la sudorosa camiseta que llevaba y la remplacé por la camisa, o eso intenté, ya que Devon me cortó al instante.
—Mejor… date una ducha. —añadió, realizando aspavientos con la mano sobre su nariz.
***
Envuelto en una toalla y con el pelo mojado, crucé el pasillo. Devon había puesto música en los altavoces y esta resonaba por toda la casa.
—Tienes un gusto musical patét…—me corté a mí mismo nada más llegar al salón.
Devon estaba recostado en el sofá junto a Caleb, que hoy había decidido recogerse el pelo en un moño y parecía otro. Isabella y Leo permanecían de pie frente a ellos, sosteniendo un montoncito de ropa.
—El comité “Los tocacojones favoritos de Matt” vuelve a la carga, genial…—ironicé observando la estampa.
Aunque pareciera mentira, ese nombre lo habían inventado ellos.
—¿Blanca o negra? —Leo se acercó a mí con una sonrisa radiante y me colocó delante de mis narices las dos camisas que acababa de planchar.
—Ninguna.
La esquivé cuando trató de bloquearme el paso y me acomodé en el sofá que quedaba libre, sacudiéndome el pelo con las manos.
—No voy a ir.
—Nadie te ha preguntado—impartió Isabella, terminando de planchar mis vaqueros.
—Además, estoy seguro de que ella tampoco lo hará. —protesté.
Mi móvil nos interrumpió a todos vibrando al otro lado del sofá.
Así que ahí lo había dejado…
Llevaba un rato buscándolo con la mirada.
Me estiré hasta alcanzarlo y me tragué mis propias palabras nada más abrir el mensaje:
Quería que supieras que he decidido tocar
en el concierto, no sé por qué, pero lo he hecho.
Pensé que, aunque en este momento me odies, te
gustaría saberlo.
Un pequeño pinchazo en el pecho me hizo retorcerme. ¿Qué la odiaba? Yo no la odiaba…
Me quedé congelado releyendo el mensaje un número incalculable de veces.
—¡¿Quién es?!—Leo se abalanzó sobre mí, robándome el móvil de las manos.
—Dame eso.
—Parece que alguien se equivocaba—alardeó mostrándole a todos el mensaje.
—¡Pero mírate la cara, si lo estás deseando! —exclamó Devon, apuntándome con su dedo acusatorio.
—¿Qué?
—No te hagas el tonto…, que no le eres.
—¿Tengo que darte las gracias o un puñetazo? No lo tengo claro.
Mantuve mi semblante serio mientras le daba vueltas a la cabeza, ignorando las miradas de todos.
Joder, claro que estaba deseando ir, pero no podía. No me había olvidado de nuestro último encuentro, no soportaría que volviera a reaccionar así.
—¿Blanca o negra?
Leonnie se plantó de nuevo frente a mí, sosteniendo las dos camisas. Esquivé su mirada girando la cabeza a otro lado y suspiré profundamente.
—No va a querer verme. —murmuré cabizbajo, con una sensación de opresión en el pecho que crecía por momentos.
—No digas chorradas. —Caleb decidió intervenir por primera vez en la conversación.
—Tú no la has visto…
—Te veo a ti, y ya es suficiente. —me repasó con la mirada de pies a cabeza.
—¿Blanca o negra? —repitió su hermana por tercera vez.
—Negra…—suspiré, poniendo los ojos en blanco.
—La blanca entonces. —Sonrió triunfal y me tendió la camisa correspondiente.