La incité a adelantarse para saludar al público mientras yo esperaba al lado del piano, disfrutando de su felicidad.
Estaba increíblemente guapa, nunca la había visto tan arreglada. El vestido se le ajustaba al pecho, dejando uno de sus hombros al descubierto y descendía por sus piernas hasta los tobillos.
Había llorado mucho, y seguía haciéndolo, pero su maquillaje permanecía intacto.
Y allí estaba, inclinándose frente a la multitud, cubriéndose el rostro con la mano, dejando a la vista sus pequeños ojos verdes, achinados por la gran sonrisa que coronaba su rostro.
Se giró hacia mí y me hizo señas con las manos para que me adelantara, colocándome a su lado, pero no quería ser yo el protagonista de la noche así que ignoré su petición y permanecí derecho tras ella. Insistente se acercó a mí y me sujetó por la muñeca hasta arrastrarme a su lado, entre las risas de todos aquellos que nos observaban. Todos los ojos repararon en mí cuando Billie me señaló con los brazos incitando los aplausos.
Me acerqué a ella y la pegué a mi pecho en un abrazo que llevaba un buen rato necesitando. Su olor, su contacto, su emoción… ¿Cómo podía haber prescindido de ello? Me sentía fatal por haberla abandonado, si hubiese estado a su lado desde el principio seguramente no habría ocurrido nada de… de nada. Pero ahora mismo solamente el orgullo tenía cabida en mi cabeza, la admiraba y no podía pensar en otra cosa.
Era un cóctel de emociones, estaba destrozado por haberla dejado tirada pero feliz por haber podido llegar a tiempo y ayudarla, y sólo por esa sonrisa ya merecía la pena.
Nuestras familias, que habían presenciado la actuación desde las butacas, se levantaron a abrazar a Billie y felicitarla en cuanto nos acercamos a sus asientos. Su hermana pequeña no había entendido nada de lo que había pasado, pero corrió a besarla creyendo que estaba triste. Verlas ahí abrazadas y sonrientes me entristeció, todo lo ocurrido esta última semana volvió a tomar presencia y arrugué mi expresión sin ser consciente de ello.
—¿Estás bien?
Reaccioné de inmediato cuando Billie entrelazó nuestras manos, me observaba, intentando ver más allá de mis ojos y yo disimulé una sonrisa.
—Estás preciosa—declaré cuando estuvimos sentados en las butacas.
La repasé de abajo a arriba concluyendo en su rostro, se ruborizó y apartó la mirada con una tímida sonrisa en sus labios. Quería ir despacio con ella, la quería muchísimo, nunca había sentido algo así por nadie, pero tenía tantos miedos que yo no quería ser uno más de ellos.
—Tú también…—murmuró avergonzada y me hizo sentir el más feliz del mundo.
Sabía lo que le costaba acercarse a alguien y el hecho de que confiara en mí y fuera capaz de corresponderme lo apreciaba muchísimo. Me encantaba nuestra relación, o el principio de ella, y ni siquiera podía tocarla sin sentirme inseguro…
—Tengo una sorpresa para ti—anuncié y me miró sorprendida.
Me levanté y le tendí mi mano para que me acompañara. Ascendimos por el pasillo central del auditorio en completa oscuridad, oyendo de fondo la actuación que en ese momento estaba teniendo lugar. Salimos a la calle, corría una suave brisa que traía consigo el frío del invierno y maldije entre dientes al no encontrarlos a mi alrededor.
Qué inútiles…
—¿A quién esperamos?
Esbocé una sonrisa al verla tan intrigada y me di cuenta al instante de que estaba tiritando.
Podéis imaginaros lo que hice a continuación…
Se ruborizó en cuanto la envolví con mi chaqueta y la aceptó encantada, el aire gélido acarició el fino algodón de mi camisa, pero no me importó en absoluto, tenía otras preocupaciones en mente.
—¡Billie! —Ella y Leo la apretaron tan fuerte que por un momento quedó suspendida en el aire.
—Veis como no era necesario arreglarse tanto…—protestó Caleb observando la vestimenta de una familia que acababa de salir.
—Ese niño tendrá dos años como mucho…—lo picó su hermana poniendo los ojos en blanco y él la miró con el ceño fruncido.
—¡¿Pero…!?—interrumpió Billie.
Se había quedado sin palabras y no pude evitar reírme.
—Sorpresa—bromeé—. Son unos pesados, lo sé.
Los cuatro pusieron mala cara y Billie y yo nos partimos a carcajadas.
—Enhorabuena, eres la primera que entiende su humor…
Fruncí el ceño cuando Devon se acercó a ella ofreciéndole un cariñoso apretón en el brazo y ella me dedicó una sonrisa maliciosa.
—¡Lo has hecho genial! —exclamó Isabella abrazándola.
—Gracias…—vacilé frunciendo el ceño.
—¿Y tú eres…?
Se me escapó una sonrisa, Isabella era la única capaz de rematarme con mis propias bromas.
—Yo creo que nos merecemos una fiesta.
A Caleb se le iluminó la cara con tan sólo proponerlo.
Y así fue como acabamos en una discoteca un viernes por la noche, vestidos de gala.