Armadura de Clave

30. Billie

No acostumbraba a ir a muchas fiestas, dos o tres como mucho en mis veintitrés años, y quizás por eso el ambiente jovial de esa noche me impactó. 
Estábamos en la fraternidad de un conocido de Caleb —creo que ni siquiera se sabía su nombre, pero Caleb y fiesta iban de la mano—. El chalé era increíblemente grande y modero. La música resonaba a todo volumen y las botellas de alcohol corrían de mano en mano en lo que parecía un concurso de chupitos. Había gente por todas partes, universitarios con las hormonas revolucionadas que saltaban de cabeza desde el tejado hasta caer en la piscina, repleta de tías con bikinis bastante provocativos. 
No podía sentirme más fuera de lugar. 
Dentro había varios salones. En uno de ellos jugaban una partida de billar en la que los mojitos no podían faltar y el otro lo habían convertido en una pista de baile, quizás el que más llamó mi atención. 
—¡¿Te vienes?!—chilló Ella opacada por la música, al tiempo que Leo la arrastraba hacia un grupo de chicos al final del pasillo. 
Me negué, y cuando quise darme cuenta, todos habían desaparecido, estaba completamente sola en medio de la multitud. 
Paseé por las habitaciones, había tanta gente que no logré distinguir a nadie y nadie pareció reparar en mi presencia. 
Me hice un hueco en uno de los sillones frente a la “pista” de baile, aprovechando que la chica que había estado allí sentada hasta hacía un minuto acababa de desocuparlo y ahora bailaba entre la multitud. 

Un tío semidesnudo, con un bañador de estampado tropical y el pelo negro empapado se acercó a mí y me ofreció un vaso cuyo contenido desconocía. Me puse de pie, nerviosa, me flaqueaban las rodillas, intenté ignorarlo y escapar hacia el exterior, pero el chico me cerró el paso. 
—¿Seguro que no quieres? 
Apestaba a alcohol y se tambaleaba torpemente de un lado a otro, tenía que alejarme de él cuanto antes. 
Un grupo de chicas, también en bikini, pasó corriendo por nuestro lado, supuse que irían hacia el jardín e intenté seguirlas para dejar atrás al tío borracho antes de entrar en pánico. Empezó a seguirme abriéndose camino a empujones sin soltar la bebida. Se me aceleró la respiración y traté de caminar más rápido.  
De pronto, el tío tropezó y me derramó todo el líquido por encima, toda mi ropa quedó empapada y sucia y yo apestaba a alcohol casi tanto como él. El chaval me sujetó por el brazo al darse cuenta de lo que había hecho y dio un tirón para tratar de acercarme a él. Me quedé congelada nada más notar su contacto y no tuve fuerzas para resistirme cuando intentó arrastrarme por el pasillo. Tenía las pupilas dilatadas como un búho, estaba claro que no sólo se había metido alcohol y eso me asustó todavía más. 
—Estás muy guapa. —repetía entre risas. 
La forma en la que me miraba y sus insinuaciones me provocaron ganas de vomitar. Cuando recuperé el control de mi cuerpo intenté zafarme de su agarre con la respiración agitada, ni siquiera sabía dónde estábamos, sólo que habíamos subido las escaleras. 
Se detuvo frente a una puerta que agradecí que estuviera cerrada y se inclinó hacia mí, pegando mi espalda a la pared. Me recorrió con los ojos con el deseo reflejado en sus pupilas, deteniéndose especialmente allí donde se ceñía mi vestido. Intenté cubrirme con los brazos, pero los sujetó sobre mi cabeza. Estaba híper ventilando y me zarandeaba de un lado a otro esquivando su contacto. 
Llevó su mano hasta mi mejilla y comenzó a acariciarme la piel entre risas sarcásticas, mientras me perforaba con sus ojos rojos. Se me revolvió el estómago, todo mi cuerpo estaba agitado, pero no podía moverme, estaba atrapada entre su cuerpo y la pared y eso me causó una sensación de claustrofobia tremendamente insoportable. 
Me aferré a mí misma cuando él liberó mis brazos, me rodeé con ellos tratando de cubrirme cual escudo mientras apretaba los ojos con fuerza. 

Fuertes pasos se acercaron a nosotros y el chico me soltó de golpe. No alcancé a ver lo que estaba ocurriendo porque seguía encogida en mí misma, como un pequeño canguro en el marsupio de su madre. 
—No tengas miedo… 
Abrí los ojos al instante y una sensación de alivio se deslizó por cada célula de mi cuerpo. De nuevo, ahí estaba cuando lo necesitaba, envolviéndome con sus ojos azules como el mar, con el pelo despeinado a pesar de la gomina y el traje que lo hacía tan atractivo. 
—FUERA—espetó, fulminando al chico de pelo oscuro, que seguía riendo a carcajadas incluso desde el suelo—, YA. 
Ante el potente estallido de Matt, el tío retrocedió arrastrándose por el suelo hasta alcanzar las escaleras y descender a toda prisa, no sin antes dedicarme una mirada amenazante que me revolvió las entrañas. 
Todavía tenía la respiración agitada cuando Matt se agachó hasta quedar a mi altura y me rodeó con sus brazos. Su olor me embriagó, me cortó la respiración… y me proporcionó la tranquilidad que necesitaba. 
—Gracias—murmuré con la cabeza oculta bajo sus brazos. 
—¿Vamos? —propuso, señalando una puerta de cristal al final del pasillo. 
Caminé tras él, todavía aferrada a su brazo con vestigios de pánico por todo mi cuerpo. 

Salimos a la terraza y el aire frío me golpeó, pero en el momento lo agradecí. No había nadie, estábamos allí fuera completamente solos, en silencio, y me invadió un ápice de nerviosismo que no esperaba sentir.  
Matt se apoyó contra la barandilla metálica y yo lo imité, prestando atención a la seriedad que transmitía su perfil mientras observaba un punto aleatorio en la distancia. 
—¿Sabes por qué salvé a tu hermana? 
La pregunta me pilló desprevenida y lo miré con los ojos bien abiertos, él sin embargo continuaba mirando a la nada. 
—De pequeño mi sueño era ser bombero, siempre me ha parecido un trabajo especial, diferente… 
Se interrumpió pasándose las manos por el pelo. Con el tiempo me había dado cuenta de que eso lo hacía cuando estaba nervioso así que llevé una mano a su nuca y le acaricié la parte trasera del cuello, ahí dónde emergía su cabello castaño. 
—Hace unos años decidí cumplir con mi pasión y empecé a formarme en la universidad, pero después de un año… lo dejé— giró la cabeza y puso toda su atención en mí—. Te vi allí llorando y ¿Qué otra cosa podía hacer? 
Percibí un atisbo de preocupación y de miedo en su voz y yo no supe que decir así que me limité a sonreír, aunque sabía que no me estaba mirando. 
—Me sentí lo suficientemente preparado como para afrontar el incendio y no le di más vueltas, entré sin aferrarme a las consecuencias —parecía estar a punto de echarse a llorar—. Me acojoné cuando vi a tu hermana encerrada en el armario… como mi… me alegro de que todo haya quedado atrás. 
Pareció que iba a decir otra cosa antes de su última frase, pero decidí no insistir, le temblaba la voz. 
—¿Cómo fue? —me aventuré a preguntar, aunque no estaba muy segura de si era el momento oportuno para eso —¿Qué paso allí dentro? 
Matt desvió la mirada y la clavó en mi semblante, parecía estar a punto de derrumbarse, pero fingió una sonrisa en los labios. 
—Estaba en su habitación, encerrada en el armario, como ya te dije. —empezó, esta vez sin perderme de vista. — No recordaba su nombre, si llegaste a decírmelo, no lo entendí bien, y no te culpo— me abrazó por la espalda y me pegué a él —. Me pasé un buen rato llamándola, pero no recibí respuesta y pensé que… — se le cortó la voz. 
 » La puerta del cuarto se derrumbó y bloqueó el armario. La habitación estaba llena de humo y apenas se veía nada. Me encontré el audífono en el suelo y me acojoné, no fui capaz de asimilarlo hasta que empujé la madera y conseguí abrir el armario. Ema estaba… no reaccionaba, estaba encogida abrazando el peluche y por poco me echo a llorar. Intenté acercarme y abrió los ojos muy asustada. Quise calmarla, pero cuando de verdad me di cuenta de que no podía escucharme, me acojoné. Me quedé bloqueado, la miraba a la cara y pensaba cómo era posible que no pudiese entenderme. Fue ella la que me pidió el audífono, la vi señalarse la oreja y me puse muy nervioso, se lo mostré y la cogí en brazos. No la solté hasta que estuvimos fuera, se había aferrado a mi cuerpo y cuando dejó de responderme me planteé quedarme allí con ella, si es que de verdad había fracasado. Por suerte no pasó y… aquí estoy. « 
Me quedé sin habla, estaba haciendo un gran esfuerzo por aguantarme las lágrimas, pero oírlo hablar, sin apenas voz y con un nudo en la garganta que le cortaba la reparación, me destrozó.  
Me había imaginado esa historia en mi cabeza millones de veces, y ahora que sabía de verdad qué había pasado, ni siquiera recordaba las otras versiones. Matt había estado a punto de morir, junto a mi hermana. 
—Ahora todo eso ya es pasado, ya no tiene importancia —añadió, y la nuez de su cuello se movió tras el esfuerzo que acababa de hacer para tragarse las lágrimas. 
—Pues claro que importa —espeté, sujetándolo de la muñeca para atraer su atención —. Si no llega a ser por ti, mi hermana estaría muerta. ¿Eres consciente de lo que has hecho? No sólo has salvado una vida, has salvado dos, la suya y la mía, y nunca podré agradecértelo lo suficiente. 
Devolvió la vista al frente y lo rodeé con los brazos, envolviendo su tronco hasta quedar completamente pegada a él, envolviéndome con su olor y sintiendo el calor que desprendía su cuerpo. 
—¿Puedo preguntarte una cosa? —levanté la vista, él asintió desde su altura — ¿Por qué dejaste de estudiar? 
Me clavó la mirada, parecía asustado y me arrepentí al segundo de haber hecho esa pregunta. Permanecimos en silencio unos minutos, con la música y los ruidos de la fiesta de fondo, hasta que llenó sus pulmones en una fuerte inspiración y se aventuró a responder: 
—Digamos que… no estaba en mi mejor momento. 
Sus ojos se humedecieron y se me encogió el corazón, no supe qué decir para animar el ambiente así que opté por guardar silencio. 
¿Era eso lo que habían querido decirme Ella y Leo? 
—Por un momento creí que no vendrías…—murmuré desviando la mirada. 
—No me lo perdería por nada del mundo. 
Matt se volvió hacia mí, analizó con detenimiento cada una de mis facciones y creí percibir arrepentimiento en su mirada. 
Llevó su mano hasta mi barbilla, obligándome a mantener contacto visual. Estaba nerviosa, alterada… no entendía lo que me estaba sucediendo, pero mis mejillas se encendieron con el simple roce de sus dedos. 
—Lo siento muchísimo—musitó. 
Negué con la cabeza al tiempo que se humedecían mis ojos. Tenía el corazón en la garganta, latiendo tan fuerte que presentía que cada movimiento de este podría ser notable a simple vista. 




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