—¡Feliz Navidad tío! —abracé a Dev que acababa de cruzar la puerta— Pasa.
Me había negado a que mi amigo pasase las navidades sólo de nuevo, así que aquí estaba, hecho un pincel con su esmoquin y el pelo afro engominado, dispuesto a pasar la noche con nosotros.
—Aún en chándal…—protestó poniendo un mohín mientras me daba un repaso.
—No hagas que me arrepienta de haberte invitado.
Mi amigo sonrió con chulería y un segundo después mi hermano pequeño saltó a sus brazos. Dev venía tanto por aquí que ya era como de la familia, y mi hermano lo adoraba.
Abrí el armario y descolgué la americana y los pantalones, además de la camiseta larga de algodón —pasaba de camisas, ya me la había puesto una vez y no pensaba repetir—.
Una vocecita infantil me llamó desde el pasillo. Abrí la puerta y allí estaba la pequeña Ema, con un vestido azul a la altura de las rodillas y un lazo a juego en el pelo, que le recogía dos mechones en la parte de atrás y el resto de su melena caía haciendo ondas por su espalda.
—¡Pero si pareces una princesa!
—¿Me ayudas? —se giró y me mostró el cierre de cremallera abierto, en la espalda.
Le cerré el vestido hasta que se le ajustó al cuerpo por la parte de arriba y ella giró sobre si misma con una sonrisa, levantando el vuelo de este desde la cintura.
—Oye ¿Y Mason?
—Está en la habitación, dice que no quiere salir. —me informó justo antes de bajar las escaleras a todo correr.
En efecto, cuando entré en la pequeña habitación de mi hermano, que ahora compartía con Ema, este estaba encogido sobre la cama, con cara de disgusto.
—¿Qué pasa Mason? —me senté a su lado.
—Esto es horrible—protestó, mostrándome la camisa decorada con pequeños barcos de colores.
Problemas de criar a un mini-tú.
—Ya te digo—miré con asco a la prenda que mini-yo sostenía en las manos—. Pero a mamá le gusta… y es lo que hay.
—Pues no quiero, me quedo así—se cruzó de brazos indignado.
—Venga, que sólo es una noche— le acaricié el pelo lacio y rubio como el mío cuando era pequeño—. Yo te ayudo a vestirte.
Se incorporó a regañadientes hasta colocarse de pie entre mis piernas y le ayudé a ponerse los pantalones beige. Estiré un poco la camisa antes de pasársela por la cabeza, pero se apartó justo cuando iba a hacerlo.
—¿Y por qué tu no y yo sí? —se cruzó de brazos.
—Yo también llevo traje…
—Pero tú tienes camiseta. —la señaló con su dedo diminuto.
—La camisa se la pone ahora.
Billie nos interrumpió, apoyada contra el marco de la puerta y sosteniendo la camisa blanca de la que yo había decidido prescindir. Llevaba el mismo vestido que la noche del concierto, morado, largo hasta los pies y dejando a la vista uno de sus hombros, pero esta vez había optado por ondularse la melena y dejarla suelta por la espalda.
Se acercó a nosotros con una sonrisa triunfal y me tendió la camisa recién planchada.
Matt: 0 - Camisa: 2
Me deshice de la camiseta y la reemplacé por la prenda del demonio, a los ojos de Mason y Billie, pero ocultando el detalle de mi antebrazo.
—Ahora te toca a ti—le ordené a mini-yo, pasándole la incómoda camisa por la cabeza.
Sinónimo de: pereza a desabrochar todos los botones.
Terminé por colocarle los tirantes y ordenarle un poco el pelo antes de dejarlo marchar, y de nuevo, continué vistiéndome en mi cuarto.
—Te falta esto—Me interrumpió Billie, zarandeando la pajarita entre los dedos.
—Ni lo sueñes—le mantuve la mirada—. O eso o la camisa.
—No puedes ponerte una pajarita con camiseta.
—Pues por eso, pasamos de la pajarita, y no admito discusiones.
Billie se acercó a mí sonriendo y apoyó sus manos en mi pecho, envolviéndome con su dulce olor.
—Estás muy guapo—sonrió al tiempo que me recolocaba el cuello de la camisa.
—No vas a conseguir que me la ponga— aseguré, todavía mirando a la pajarita que ella acababa de apoyar sobre la cama.
—No lo digo por eso, es verdad.
—Tú también. —le di un suave beso en la frente y ella cerró los ojos como respuesta, manteniendo la sonrisa.
Todavía no tenía muy claro lo que había entre nosotros, prefería que llevase ella la iniciativa como el otro día en el centro comercial, no quería ir demasiado rápido.
Bajamos a cenar en familia, el salón estaba excesivamente decorado y el aroma a comida recién hecha inundaba la estancia.
Bell había decidido unirse a la cocina con mi madre y las albóndigas les habían quedado exquisitas.
—Te veo bien—Me susurró mi amigo cuando estuvimos solos en el sofá, rodeados de postres de mil sabores diferentes.
—Lo estoy—le aseguré, llevándome a la boca un pedazo de pastel de chocolate que Billie había preparado.
—¿Has hablado ya con ella?
—¿Hablar de qué?
—Ya lo sabes…
—No voy a contárselo.
—Matt… no es tonta, sabe que le ocultas algo.
—No tiene que saber absolutamente todo de mí.
—Eso es muy egoísta—me recriminó, alzando la vista por si ella estaba por alrededor. —Es mejor que se lo cuentes tú a que se entere por otra persona.
—Tú no vas a decirle nada—me tensé, apretando el cubierto con demasiada fuerza.
—Si no se lo dices tú, lo haré yo.
—Ni de broma—Lo amenacé con la mirada, pero Devon ni siquiera pestañeó—. No quiero recordarlo…
—Matt, venga ya… nunca dejas de hacerlo.
—Déjalo, por favor. —le supliqué, cerrando los ojos y cubriéndome la cara con las manos.
—Está bien, pero hazme caso.
***
La casa estaba en silencio, Devon hacía un rato que se había marchado y los demás ya se habían encerrado en sus respectivas habitaciones.
—¿Puedo pasar? —susurré, dando pequeños golpecitos a la puerta entreabierta de Billie.
La abrió de golpe, alisándose la camiseta de pijama con las manos, y me invitó a pasar.