Armadura de Clave

37. Matt

Mierda, mierda, mierda…

—¡Matt!

Aceleré el paso, subiendo las escaleras a toda velocidad con ella pisándome los talones. —¡Matt!

El agarrón me pilló desprevenido y me vi obligado a frenar en seco, con su mano aprisionando mi muñeca.

—Matt, por favor… sabes que puedes contármelo.

—No sé a qué te refieres. —me zafé de su agarre de un fuerte tirón y me encaminé hacia mi cuarto.

—Devon me lo ha contado.

Me detuve, congelado, mantuve la vista al frente, clavada en la puerta cerrada de mi habitación, mientras la sentía respirar a mi espalda. Todos mis músculos se tensaron y el dolor de mi brazo se volvió tan agudo que acabó por contagiarse al resto de mis extremidades, pero me obligué a mí mismo a mantenerme impasible y no delatarme.

Maldito Devon.

—¿Qué te ha contado?

—¿Acaso tiene algo que contarme? —se aproximó más a mí, no obstante, no me moví, no tenía agallas para enfrentarme a su mirada.

Apreté los puños y abrí mi puerta, cerrándola de un impulso, pero Billie me lo impidió, frenando el movimiento de esta con la mano.

—Vete, por favor. —espeté.

Necesitaba tiempo, necesitaba pensar, no entraba en mis planes que Billie hubiese visto la herida, o el principio de ella.

—No me ha dicho nada, o no del todo, por lo men…

El estruendoso impacto que recibió el armario la cortó. Billie se quedó de piedra desde la puerta, observando la mano que acababa de golpear la madera.

La sensación no fue gratificante, nunca lo era, pero concentraba el dolor en otro lugar que no era mi brazo, y con eso me bastaba. A ese le siguió otro golpe, que enrojeció la parte frontal de mi puño. Me olvidé por completo de que ella estaba allí, sólo podía pensar en la herida, y en cómo reaccionaría Devon si me viera, lo que acentuaba mi ira.

—¡Matt, para! —Billie se abalanzó sobre mí, aferrándose a mi espalda, y me hizo retroceder varios pasos hacia atrás. —¿¡Qué estás haciendo!?

Estaba sobre mí, sus pies ya no tocaban el suelo y me envolvían el tronco, asegurándole cierta estabilidad.

Intenté sacármela de encima, pero fue peor, perdí el equilibrio y caí de espaldas sobre la cama, con sus extremidades todavía a mi alrededor.

—Matt, escúchame—me pidió a mi espalda cuando ambos conseguimos incorporarnos.

Quise decir algo, pero no fui capaz, las lágrimas comenzaron a hacer presión en mi garganta y, hasta que no las sentí deslizarse por mis mejillas, no logré respirar con cierta normalidad.

Billie, de rodillas, avanzó sobre el colchón hasta colocarse a mi lado y me sujeto la cara entre las manos. Apreté con fuerza los ojos para no mirarla, no podía hacerlo. El calor de sus manos acentuó la quemazón de mi brazo y, sin querer, arrugué el ceño.

—Mírame—espetó seriamente, pero con la voz suave.

Negué con la cabeza al tiempo que ella me acarició las mejillas con los pulgares, apartando las lágrimas que las humedecían.

—Matt… mírame.

Abrí los ojos, pero necesité frotarlos con la mano para eliminar el nubarrón de lágrimas que entorpecía mi visión, y me encontré con sus iris, de un verde tan claro que parecía incluso que podía verse el interior a través de ellos.

—No estoy hecho para que me quieran.

—Eso no es verdad.

—Billie… tú no me conoces.

—Pues déjame hacerlo—murmuró, sosteniendo mi mano entre las suyas.

Acarició la piel de mis nudillos con tanta suavidad que despertó nerviosismo en mi interior, sus dedos repasaron muy lentamente cada centímetro de piel irritada y yo sentí el corazón bombardearme el brazo con latidos desagradablemente fuertes.

—Para, por favor. —le supliqué, sujetándole las manos.

—Déjame ver.

Billie me clavó la mirada y a continuación sujetó la manga de mi camiseta con la punta de los dedos. Instintivamente me rodeé el brazo con mi otra mano, envolviéndolo por completo e impidiendo así que subiese la tela.

—No. —espeté.

—Matt, sólo quiero verlo, es justo.

Continué inmóvil, bloqueando el acceso a la herida, pero debatiéndome mentalmente.

—Matt, ¿Qué te pasa? ¿Qué escondes? —posó su mano sobre la mía—¿Por qué no puedo?

—No quiero que lo veas. —murmuré, agachando la cabeza.

—¿Por qué? —susurró.

Me quedé en silencio, observándola hasta estar seguro de haber grabado en mi memoria cada parte de ella, cada mechón cobrizo que se extendía hasta sus costillas, cada peca que adornaba su pequeña nariz…

—No quiero perderte.

—No lo harás.

—Si te lo enseño… ¿Me prometes que no vas a separarte de mí? Nunca.

—Eso ya lo sabes.

Sus ojos se achinaron formando una adorable sonrisa, se acercó más a mí, cortando la poca distancia que todavía nos separaba, y juntó nuestros labios con sutileza.

Aparté mi mano y dejé que fuera ella la que descubriese la cicatriz, siguiendo cada movimiento de sus manos.

El corazón me subió a la garganta, durante los segundos que Billie permaneció inmóvil, observando la quemadura al detalle, mi ritmo cardíaco se aceleró peligrosamente.

Perfiló las manchas con el dedo índice y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

—Hacía mucho tiempo que no… que no entraba en esa habitación—admití, atrayendo su atención—. “E” es… era… mi hermana, Evie.

Pronunciar su nombre en alto fue como una patada en la boca del estómago, se acumularon las lágrimas en mi garganta y la presión se volvió insoportable.

—Tenía…—me atraganté con mi propia respiración, que me obligó a mantener el silencio unos segundos para poder continuar— tenía diez años…

—Ey… ya está—Billie me rodeó con los brazos, mi cabeza quedó enterrada bajo su cuerpo y aguardé en silencio, intentando contagiarme del ritmo de su respiración mientras mi vientre se contraía con cada sollozo—. Lo siento muchísimo.

—Yo no soy así— quise hacerle saber, recordando lo que acababa se presenciar y volviendo mi vista hacia mis manos—. Es sólo que…




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