Armadura de Clave

38. Matt

—¡¿Seguro que no está contigo?!—intenté hacerme oír por encima de la música. 
Leo negó con la cabeza por tercera vez. 
—¡¿Y los demás, sabes dónde están?! 
Mi amiga me señaló al grupo mientras daba un trago a su cerveza y se movía al ritmo de la música, con una sonrisa que me llevó a sospechar cuántas se habría bebido. 
Estaba sudando y había tanta gente que todos me parecían iguales, y me dio la impresión de que yo era el único que todavía estaba sobrio. 
—¡Allí! —me chilló Leo, moviéndome la cabeza hasta que tuve al resto de nuestro grupo de frente. 
Fui apartando a todos los universitarios a empujones, revisando por si veía una cabeza pelirroja entre medias, aunque fuese demasiado improbable, y llegué hasta ellos, un poco más alejados de la música. 
—Caleb, dime que has visto a Billie. —le quité el vaso de los labios. 
—¡Eh! —se quejó, arrancándomelo a mí esta vez. 
—Habrá encontrado a un tío mejor que tú y estará dándose el lote por ahí. 
—Isabella, no estoy para coñas. —me froté el pelo agitadamente. 
—Yo que sé… estará en alguna habitación —dijo, con una sonrisa despreocupada, y continuó bailando junto a Devon y otra chica que no conocía de nada. 

Me apresuré hasta las escaleras y las subí, esquivando a todas las parejas que habían decidido que ese era un lugar muy romántico. La fraternidad era tan grande que no sabía por dónde seguir buscando, y cada vez mi corazón palpitaba más rápido. Después de lo que había pasado en la última fiesta, mi cabeza imaginaba múltiples situaciones angustiantes que conseguían ponerme todavía más nervioso. 
Tan sólo la primera planta contaba con infinidad de habitaciones, me mareé sólo de pensar por dónde empezar a buscar. 
Saqué mi móvil y le dejé un mensaje, que se sumó a la cola de los otros diez que no había leído. 
«Por Dios Billie, contesta…» 
—Oye—sujeté a la chica que acababa de pasar por mi lado—, ¿Has visto a una chica pelirroja? 
—¡Qué dices, tío! —puso un mohín y me fulminó con los ojos, tan negros como todo su atuendo, y perfilados por una línea demasiado llamativa. 
—¿Bajita, ojos verdes, …?—quiso saber su amiga, que por lo menos se había detenido a ayudarme, y asentí repetidas veces— Creo que está en aquella habitación. —señaló la última del pasillo. 
Apuré el pasó hasta alcanzar la puerta correspondiente y la abrí de golpe, di un repaso rápido con la mirada, pero no la vi. 
—¿Billie? —di una vuelta por toda la habitación— Billie, soy yo. 
La puerta del baño se abrió y me acerqué apresuradamente. 
—¿Bill…? —me corté a mí mismo cuando la encontré sentadas sobre la tapa del váter, con las rodillas en el pecho— Joder… creí que te había pasado algo, ¿Estás bien? 
Me dedicó una mirada triste y asintió. 
—Llevo una hora buscándote… ¿Te ha pasado algo? 
—Estoy bien —murmuró—, sólo estoy un poco… agobiada. 
—¿Y por qué no me has llamado? 
Elevó los hombros y miró hacia abajo. 
—Hay demasiada gente, eso es todo… pero ya estoy bien. 
Le tendí la mano hasta que salió del baño y ambos nos sentamos en el suelo de la habitación. 

—Me gusta el Matt preocupado. —bromeó, con una sonrisa vacilante en los labios. 
—A mí no. —respondí, devolviéndole la sonrisa y llevé mi mano hasta su rodilla. 
Ninguno de los dos volvió a decir nada y la habitación quedó en completo silencio. Observé a Billie acariciar el borde de la pulsera que ella misma me había regalado y continuó pasando el dedo hasta mis nudillos. Analizó con cautela las rojeces y levantó la cabeza para mirarme, dándome a entender el mensaje a la perfección. 
—Lo siento…—musité, recordando lo que había pasado hacía unos días. 

Se instauró de nuevo el silencio, que cargó el aire de una energía verdaderamente tensa. Nuestros ojos se encontraron una vez más, atrapados en un juego silencioso de deseo y complicidad. Mi corazón golpeaba contra mi pecho mientras la observaba acercarse lentamente, con una sutileza que sólo aumentaba la anticipación. En esa pequeña habitación, iluminados por la poca luz que emitía el aplique, nuestros labios se encontraron, cortando la poca distancia que nos separaba. Su respiración se aceleró cuando mi mano encontró su mejilla y la acarició como lo más preciado que había logrado descubrir. 
La excitación aumentaba a medida que nuestras lenguas se rozaban, en un baile lento y delicado. De la parte baja de mi estómago se liberó una ola de calor, que me caló hasta los huesos, tan pronto como su mano alcanzó la parte alta de mi cuello y sentí sus dedos en mi pelo. Fui testigo del pequeño temblor que recorrió su cuerpo en el momento en el que mi mano ascendió por su pierna lentamente, disfrutando de cada movimiento, hasta llegar a la costura del pantalón y que ella se revolviera. 
Me separé sutilmente y le clavé la mirada, sus pupilas se habían dilatado y oscurecían el verde de sus ojos. 
—¿Estás segura? —murmuré, repasando cada facción de su rostro. 
Asintió con la cabeza, sus mejillas estaban completamente sonrojadas y llevé mi mano hasta ellas, acompañando la caricia con un rápido beso en los labios antes de ponerme de pie y sujetarla en brazos cuidadosamente. La dejé caer sobre el colchón y me coloqué entre sus piernas, desabrochando uno a uno los botones de su pantalón sin apartarle la mirada. Billie se apoyó sobre los codos, sin perder detalle de cómo iba deslizando los vaqueros por sus piernas hasta deshacerme de ellos. 
En un movimiento rápido, me saqué la camiseta por la cabeza y mis ojos fueron directos a la cicatriz, para después posarse en los suyos, con una sensación angustiante creciente en la boca de mi estómago. Billie se incorporó y me rodeó la muñeca con la mano, acercando mi brazo hasta posar sus labios sobre la herida. Mi corazón se disparó y un escalofrío recorrió mi extremidad por completo. 
—Es bonita…—susurró con una sonrisa, y mis ojos volvieron a posarse en mi piel. 
Billie volvió a besar la marca y a continuación detuvo sus manos en mi pecho, deslizándolas por cada centímetro de mi piel. Unió nuestros labios de nuevo y me dio espacio para que me quitara los pantalones. 
Su mirada se clavó en todo mi cuerpo y el suyo se tensó, recostado sobre el colchón, y me vi obligado a intervenir: 
—¿Alguna vez has…? 
Billie asintió, tragando saliva con fuerza, y todos mis músculos se endurecieron ante la imagen de ese tío en mi cabeza. 
—Sólo una…—murmuró avergonzada, agachando la cabeza para evitar mi mirada. 
—Mírame— le pedí, al tiempo que mis manos ascendían por sus piernas y alcanzaban el borde de su camiseta—. Si no quieres, no pasa nada, podemos dejarlo. 
—No… estoy segura—elevó los labios hacia arriba sutilmente y dejó que fuera yo quien la retirara. 
Su cuerpo quedó al descubierto ante mis ojos por primera vez y percibí de nuevo la gran magnitud que ocupaba el hematoma de su costado, deteniendo su mano cuando tuvo la intención de cubrirlo. 
—No te tapes, este también es bonito —le sonreí, y fui consciente de cómo se destensaba. 
Billie arqueó la espalda para facilitarme el acceso al cierre del sujetador y me deshice de él. 
Recorrí su cuerpo con la mirada, era increíblemente perfecta, era tan simple y tan natural que necesitaba estar siempre pegado a ella. 
—Eres preciosa, y el que te haga sentir lo contrario está muy equivocado. 
Mis palabras colmaron la habitación, creando una atmósfera cargada de emoción y complicidad. Me aproximé a ella con suavidad, sintiendo el calor de su piel bajo mis manos y la electricidad de nuestros cuerpos a medida que iba depositando pequeños besos hasta la parte baja de su abdomen. Cada roce de nuestras pieles encendía una chispa de deseo que nos consumía lentamente.  
Rebusqué en el bolsillo del pantalón hasta encontrar la cartera y hacerme con un preservativo. En ese momento, todas las dudas y temores se desvanecieron, dejando espacio únicamente para el placer. Llevé mi mano con extrema lentitud hasta su ropa interior y le mantuve la mirada unos segundos. 
—Relájate…—susurré, y no me moví hasta que me devolvió la sonrisa. 
Me adentré muy despacio en su interior y el tiempo se detuvo con su primer suspiro. Su cuerpo tembló y se aferró a las sábanas con las manos, apretando los ojos con fuerza. 
—Mírame a mí—murmuré, llevando mis labios hasta la piel ensombrecida de su estómago. 
Coloqué mis manos a los lados de su cuerpo y me pegué a él, recostándome sobre las mantas y ayudándola a colocarse arriba, instándola a llevar el control de la situación con pequeños movimientos que despertaron cálidas sensaciones en mi interior, acompañadas de un suspiro que aceleró nuestros cuerpos. 
Solo existíamos ella y yo, unidos por el intenso vínculo del deseo y la atracción.




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