Armadura de Clave

40. Matt

Estoy fuera. 
 

Entra, estoy en mi clase. 

Saludé a la mujer de recepción, que tenía cara de un mal despertar, y avancé por el pasillo de la escuela de música hasta alcanzar la clase de Billie. 
—Gracias por venir…—con el tono de voz notablemente alterado, me recibió con una sonrisa lo más relajada que pudo y me rodeó con los brazos. 
—¿Ha pasado algo? 
—Siento haberte despertado con mi llamada…, pero necesitaba tu ayuda—admitió—. En diez minutos empiezan los exámenes oficiales de piano y tengo que hacer de jurado, pero… —desvió la cabeza hacia el niño pequeño que ocupaba una de las sillas, sin parar de llorar. 
—Entiendo, yo me encargo. —la tranquilicé, despidiéndome de ella con un rápido beso en los labios, y desapareció por la puerta a todo correr. 

—¡Ey, chaval! —lo llamé con una sonrisa y le sacudí el pelo castaño al tiempo que le guiñaba un ojo. Él levantó la vista y me analizó, con los ojos llorosos. 
Arrastré una silla hasta colocarla a su lado y paseé los dedos con torpeza sobre las teclas, haciéndolas sonar de forma un tanto desagradable, pero consiguiendo así la atención del pequeño. 
—¿Tú sabes tocar esto? —le pregunté aun sabiendo la respuesta, y puse un mohín. 
El niño asintió, aferrado a su bolsa y siguió mis manos con la mirada mientras yo hacía sonar todas las teclas, una detrás de otra. 
—¿Me enseñas cómo se hace? —le pedí. 
Después de un largo silencio, el niño estiró el brazo y con su dedo índice presionó una de las teclas, la hizo sonar y todo volvió a quedar en silencio. Lo imité, y con el mismo dedo, pulsé la misma tecla y provoqué una pequeña risa nerviosa en su rostro. 
A continuación, el niño repitió el procedimiento con otra de las teclas y yo volví a seguir sus pasos. 
—Yo creo que ya puedo hacer el examen —bromeé y el niño me miró, asomando una sonrisa. —¿Cómo te llamas, campeón? 
Silencio. 
—¿No me lo vas a decir? Entonces, cuando me convierta en un pianista famoso y me pregunten quién me enseñó, no voy a poder responder… 
—Benji… —murmuró. 
—¿Me firmas un autógrafo, Benji? —le pedí, eligiendo un rotulador negro de entre todos los colores que guardaba en su estuche— Para cuando te hagas famoso. 
El pequeño elevó los labios y aceptó el rotulador, le tendí mi muñeca y, como buenamente pudo, me escribió su nombre. 
—¿Te gusta? —pregunté, fijándome en que detenía la vista en mi pulsera. 
Benji asintió y retuvo entre sus dedos los abalorios de plata. 
—¿Tu sabrías decirme lo que son? 
Nada más escuchar mi pregunta se le iluminó la mirada, se reincorporó en su asiento y me desató la pulsera para explicármelo. 
—Esto es un sostenido (#) …—empezó, con la voz todavía un poco tímida— y esto un bemol (♭). 
—¿Y para qué sirven? 
—Forman la armadura. 
—¿La armadura? —repetí, y la pista de Billie se hizo presente en mi memoria. 
—Sí, sirve para indicar la tonalidad— me informó, todo orgulloso de su respuesta— Si escribes al principio del pentagrama alguno de estos símbolos, cambias el tono. 
Dejó la bolsa a un lado y acercó un poco más su silla hacia el piano, para después colocar las manos sobre él y pulsar una tecla blanca. 
—Esto es Sol (G)—me informó mientras la pulsaba—. Si delante de Sol escribes un ♭, formas Sol♭. —Aclaró, pulsando ahora la tecla negra anterior. 
—¿Y tú como eres tan listo? 
El niño sonrió. 
—Es muy fácil, ¿Lo ves? —añadió, pulsando Sol y a continuación Sol♭ para hacerme ver la diferencia. —Sigue siendo Sol (G), medio tono por debajo, pero Sol (G). 
—Tío… vas a sacar un diez—le choqué los cinco—, no tienes de qué preocuparte. 

—¿Es tu novia? —me preguntó, después de un largo silencio. 
—¿Quién? 
—La profe… 
—¿Billie? 
Benji asintió y yo elevé los hombros con una sonrisa, provocándole una infantil carcajada. Justo en ese momento, Billie apareció por la puerta y Benji me miró de reojo con una sonrisa. 
—Benji, cariño, te toca. —lo informó, animándolo a acompañarla. 
—Suerte, colega. — lo animé, él me devolvió la pulsera y chocamos los cinco. 


*** 
—Sube—le pedí, desbloqueando la puerta de copiloto —¿Qué tal los exámenes? 
—Muy bien—exclamó emocionada —Pobre Benji… 
—¿Le salió mal? 
—Para nada, pero estaba muy nervioso y antes de que llegaras me dijo que no quería hacer el examen… ¿Cómo lo has convencido? 
—Cosas de chicos. —alardeé, llevando mi mano hasta su rodilla con una sonrisa que ella me devolvió. 
—¿A dónde vamos? —se interesó, al percatarse de que no estaba tomando el camino habitual.  
—Sorpresa. — dije con una sonrisa, disfrutando de mantener el suspense mientras girábamos por una calle menos transitada. Ella frunció el ceño ligeramente, pero su expresión estaba llena de curiosidad. 
Después de unos minutos, finalmente nos detuvimos frente a un edificio de piedra de arenisca. La fachada estaba adornada con enredaderas y luces parpadeantes que le daban un aspecto acogedor.  
Al bajar del coche, tomé su mano con gentileza y la conduje hacia la entrada del restaurante. Fuimos recibidos por un camarero con un uniforme de colores neutros que combinaba con la elegancia del establecimiento, y en el ambiente se respiraban diversos aromas muy tentadores. 
—¿Y esto? 
Billie analizó la estancia con un brillo resplandeciente en la mirada mientras nos sentábamos uno frente al otro, en la mesa que yo mismo había reservado, junto a la chimenea. 
—Por todos los dieces que habrás puesto hoy. 

 El camarero se acercó con elegancia y, después de escuchar nuestras elecciones, asintió con cortesía y se retiró para preparar nuestra comida. 
Mientras esperábamos aprovechamos para sumergirnos de nuevo en una conversación: 
—Todavía no me has dicho dónde has aprendido a cantar. —me recordó con una flamante sonrisa, entrelazando nuestras manos sobre la mesa. 
Una sensación agridulce se instauró en todo mi cuerpo y me obligó a agachar la mirada, detalle que a Billie no se le pasó por alto. 
—A mi hermana también le apasionaba la música— empecé, y la expresión de Billie cambió por completo. 
—Lo siento, yo no sabía que…—murmuró, cargada de arrepentimiento. 
—No, está bien, quiero contártelo —la interrumpí, acariciándole la pálida piel de las manos. —Shallow era su canción favorita, ella me la enseñó. Aquel día que te oí tocándola en clase, yo… lo reviví todo. Siempre la cantábamos juntos y cuando te oí a ti hacerlo, con tanto sentimiento y tan… no sé, fue muy especial. 
—Me habría encantado conocerla. 
—Te caería bien— afirmé, con una sonrisa —Tenéis gustos parecidos, también era muy fan de Tom Odell. 
—Sin duda, me habría caído muy bien— rio. 
 Degustamos el menú y yo terminé de contarle todas las anécdotas con mi hermana. Billie era la única persona que disfrutaba oyéndome hablar de ella, y me permitía hacerlo sin reparo. 
—¿Sabes? Creo que deberías volver a la universidad. —me hizo saber, con cautela. 
—¿Tú crees? 
—Estás más que preparado, Evie estaría orgullosa. 
—Ya es un poco tarde… —murmuré, dejando que la duda se apoderara de mis pensamientos. 
—Matt, tienes 21 años, todavía tienes muchas cosas por hacer, y sacarte el título de bombero es una de ellas —insistió Billie, con esa determinación tranquila que siempre la caracterizaba. 
Sus palabras resonaron en mi mente, despejando las dudas que me habían estado atormentando. 
—Supongo que tienes razón…— admití, y ella me dedicó su sonrisa tan reconfortante.




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