—Ya sé lo que significa.
Me tumbé de perfil y centré la vista en Matt, que sostenía la pulsera entre los dedos, dándole vueltas mientras repasaba el cuero con la mirada.
—Gracias a Benji.
—¿Benji?
—Sí, él me lo ha explicado todo —alardeó, con una sonrisa triunfal digna de quién ha ganado algo.
—¿Y qué te ha dicho?
—Estos símbolos forman la armadura, y cambian la tonalidad— me hizo saber, y asentí ante su respuesta— Pero sigo sin entenderlo, viniendo de ti seguro que tiene un significado más allá del original.
No se equivocaba. Me había costado mucho encontrar a alguien que personalizara la pulsera a mi gusto, y me alegraba de haberlo hecho. Cada vez que la veía en su muñeca, la sensación era inmensamente agradable, tanto que podría estar observándola durante horas.
—Es mi forma de darte las gracias —admití, acomodándome sobre su pecho al descubierto. —Esa pulsera representa lo que eres para mí.
—¿Y qué soy para ti?
Me tomé unos segundos de reflexión antes de responder, disfrutando del agradable aroma que desprendía su cuerpo y la tranquilidad que reflejaban los latidos de su corazón, que podía sentir con la cabeza apoyada sobre este.
—Eres mi armadura de clave—reconocí, mirándolo a los ojos—, gracias a ti sueno diferente, pero sigo siendo yo. Me has ayudado mucho más de lo que te imaginas, incluso cuando yo no quise que lo hicieras.
Levanté la cabeza para mirarlo de frente, intentando contener las lágrimas que comenzaban a humedecer mi mirada, y posé mis labios sobre los suyos en un beso cargado de sentimiento.
—A mis padres también les habrías caído genial…—susurré, acurrucándome junto a su cuerpo.
—Me habría encantado conocerlos—reconoció, acariciando mi rostro con las manos—. Gracias a ellos tengo a la chica más guapa que existe tumbada a mi lado, porque de todas las personas que pudieron haberse cruzado en mi camino, el destino te eligió a ti para que fueras mi novia.
Al oír esa palabra salir de sus labios por primera vez, mi corazón dio un vuelco de emoción. Una oleada de felicidad y gratitud me invadió, haciéndome sentir cálida y completa. En ese momento, supe que estábamos destinados a estar juntos, y no había lugar en el mundo donde prefiriera estar que en sus brazos.
—Te amo— confesé, por primera vez en mi vida.
—Y yo —me correspondió, justo antes de incorporarse y besar mis labios de nuevo.
El tiempo pareció detenerse mientras nos fundíamos en ese beso. Mi cuerpo se aceleró y mis manos buscaron su contacto, ansiando avanzar con desesperación. Una corriente eléctrica recorrió mi piel al sentir la suya, suave y cálida, contra la mía. El aroma de su perfume, una mezcla de notas dulces y sedantes empapaba mis sentidos, embriagándome aún más en este momento de intimidad compartida.
Había aprendido que no todo el mundo intentaba hacerme daño, y Matt era una de esas personas. Transmitía seguridad, calma, amor, en cada palabra y en cada gesto. Acariciaba mi cuerpo con una delicadeza que me hacía perderme entre tantas sensaciones, fundirme bajo el cálido abrazo de sus manos y olvidarme por completo de mis miedos y preocupaciones.
Me dejé llevar cuando retiró de mi cuerpo su camiseta, que ya formaba parte de mis atuendos para dormir, y mi pecho quedó al descubierto. Lo oí suspirar cuando mis dedos alcanzaron el elástico de su ropa interior y la retiraron. Su miembro rozó mi entrepierna y me estremecí, aferrándome a su espalda para mantener la estabilidad. Cada roce de sus dedos era un eco de pasión y ternura, haciendo que cada parte de mí se sintiera viva y deseada.
El calor emergió de la parte baja de mi espalda cuando lo sentí dentro de mí, uniendo nuestros cuerpos a un ritmo lento y controlado mientras me empapaba de la humedad de sus labios. Recorrí su espalda con las manos, guiadas por el deseo irrefrenable de acariciar cada fracción de su cuerpo, que desprendía un calor que aceleró mi respiración.
Enterró las manos en mi pelo, facilitando el acceso a mi cuello, que besó con pasión al tiempo que nuestros cuerpos se fundían en una danza íntima y apasionada. Cada beso en mi piel enviaba una oleada de placer a través de mí, mientras que sus manos, firmes pero gentiles, exploraban cada rincón de mi cuerpo, despertando sensaciones que no sabía que existían.
Me dejé caer sobre el colchón y un temblor de excitación recorrió todo mi cuerpo, me flaquearon las piernas y me aferré a la sábana cuando sentí que me deshacía bajo su figura, y él detuvo los movimientos, disfrutando de mi momento de debilidad, que él mismo había provocado. El susurro de su respiración en mi oído, el palpitar acelerado de nuestros corazones sincronizados, me hicieron evadirme por completo de la realidad. Estaba en una burbuja, en nuestra burbuja, dónde sólo existíamos él y yo.
Retomó los movimientos con una agilidad vigorizante, alentándome a seguirle el ritmo con cada suspiro. Acarició con sus labios el lóbulo de mi oreja, susurrándome palabras que me inundaron de placer.
Nuestras manos se deslizaban con urgencia, buscando la piel desnuda y ansiosa de caricias. Exploré su cuerpo con avidez, memorizando cada curva, cada contorno… y él respondió de la misma forma, aumentó la velocidad con la respiración entrecortada, fulminándome con sus iris de un azul atrapante. Recorrió mi cuerpo con un reguero de besos que me cortaron la respiración, deslizando sus labios por mi pecho hasta alcanzar mi bajo vientre y llevar mi cuerpo al límite, experimentando un cúmulo sensaciones que adormecieron todos mis sentidos.
El cansancio y la satisfacción se apoderaron lentamente de nuestros cuerpos, envolviéndonos en una sensación de paz y plenitud. Me recosté sobre su pecho, húmedo y agitado después de haberle llevado a un punto que él ansiaba con cierta desesperación. Nuestros corazones latían al unísono, dos melodías fusionadas en una sinfonía perfecta. Dos almas que en su día habían sido destrozadas y que en ese momento encontraron el lugar al que pertenecían, el lugar que, sin saber, llevaban toda la vida buscando.