Arnel el soldado

Capítulo 1: La taberna del oso sediento

Un cartel con el dibujo de un oso y una jarra de cerveza se balancea en la última hora de la noche, apenas visible con la luz de un sol que refleja sus rayos en el cielo pero todavía se esconde. En el interior de la taberna dos sombras más oscuras intercambian susurros hasta que una de ellas hace un gesto despectivo con la mano y abre una puerta, desapareciendo en el interior de una escalera descendente. La otra se queda inmóvil, esperando de forma inútil que volviera, mirando parado a la puerta.

 

Un trapo atenaza su boca en el instante en el que un puñal destroza su columna. Trata de gritar, pero el sonido queda amortiguado por la tela y la fortaleza de la mano que le ase la boca. Cuando intenta girarse y luchar contra su asesino descubre que ya no tiene fuerzas y lo único que puede hacer es caer al suelo mientras muere.

 

Amanece en la pequeña villa norteña de Gélida. El tímido sol rasga el horizonte lanzando sus templados rayos otoñales e iluminando las calles de tierra de la antigua estación de caza. La villa nace en el muelle de madera construido en la rada entre dos cabos que se adentran en el mar. Desde el muelle se ordenan casas de pescadores y almacenes, mezclados con alguna taberna marinera que ya empieza a despabilarse para afrontar un nuevo día.

 

Un chiquillo surge de la puerta de una de ellas y se abre paso cuesta arriba hacia la parte nueva de la ciudad. Esquiva los charcos de agua que el frío de la noche primaveral ha helado y llega a la parte más nueva, acercándose a la puerta de uno de los pocos edificios de piedra. Este forma una manzana en si mismo, y tiene dos alturas además de un tejado almenado. En realidad parece una fortaleza en miniatura, y como tal tiene un guarda en la puerta.

 

Se trata de un hombre alto y fornido, vestido con unas contundentes botas de cuero preparadas para caminar por los peores suelos, un jubón oscurecido y cuarteado debajo de una librea con los colores verde y blanco de fondo, que le identifican como un soldado del principado de Turonsa. Unas calzas acaban de tapar el mínimo de su cuerpo que queda sin cubrir para que esté protegido del frío. Su expresión adusta le cuadra perfecta para una cara con ojos pequeños, nariz aguileña y boca grande.

 

El chiquillo se acerca a él y le tiende un pequeño trozo de tela en el que hay garabateado un mensaje. El soldado saca una moneda de cobre de un lugar indeterminado de su jubón y se la lanza. El chaval la coge con agilidad y le saca la lengua al guarda; este hace un gesto brusco hacia él y el chiquillo sale corriendo y gritando con alegría para perderse entre las calles.

 

El soldado de guardia mira a un y otro lado de la calle y se mete en el interior del edificio. Sabe que no debe abandonar la entrada pero, ¿Quién va a estar por la calle a esas horas y con tanto frío? Se frota las manos y mira a sus dos compañeros de turno que están jugando a las cartas. Aunque los tres tienen que estar disponibles esa noche sólo uno de ellos debe estar en la puerta, así que se alternan para no acabar congelados.

 

Los dos jugadores levantan la vista al verle porque aún no es la hora del cambio de guardia.

—¿Qué ocurre Donel? ¿Tienes demasiado calor ahí fuera? —Le pregunta Raddel la típica broma que siempre se hacen entre ellos.

—No, aún siento los pies —contesta Donel—, vino un chiquillo a dejar esta nota —aclara tendiéndole la tela a Arnel.

 

Los tres forman un grupo variopinto. Donel es alto y fornido, con una complexión perfecta para entrar como un elefante en una turba y ser el único que queda en pie. Lleva apenas seis lunas siendo soldado y se le da bien. Raddel es el que tiene más experiencia de los tres puesto que ya lleva cuatro años siendo soldado; es bajo y ancho, pero con una vitalidad que pondría en apuros al enemigo con más experiencia. Le han visto tumbar sin esfuerzo a un Vakasiano borracho que estaba dando problemas en la taberna del ciervo cornudo y que dejó noqueados a varios parroquianos, pero que no pudo hacer nada contra la embestida de Raddel. El tercero, al que Donel tiende la nota, se llama Arnel. Ambos llegaron a Gélida en la misma campaña de reclutamiento y se conocen bien. Arnel es de estatura media pero bastante delgado, lo que hace que parezca bastante más joven de lo que es en realidad. De los tres es el que lleva la librea con los colores de Turonsa más desarreglada y de lejos el que más ha sufrido su incorporación al ejército.

 

Arnel proviene de la Academia de magia de Saithen, de la primera hornada de magos estudiantes después de la gran guerra. Y los únicos por ahora. Hace cincuenta años Arnel habría sido perseguido y sentenciado a la hoguera en cuanto hubiera manifestado sus poderes, pero en la gran guerra el enemigo tuvo magos que han sido temidos y odiados en el campo de batalla. El Reino de Tamotria que surgió de las cenizas de la guerra intentó solucionar ese problema e instauró la academia de magia. Sin embargo seguía habiendo mucha gente que se sentía horrorizada con aquello que no podía entender, y por eso de vez en cuando tenía que aguantar miradas despectivas o ignorar alguna que otra burla.

 

Cogió la tela que le tendían. No había demasiada gente que supiera leer en general y mucho menos en el ejército, pero en la Academia era una de las asignaturas obligatorias. Leyó la tela y se puso en alerta. "Muerte taberna oso sediento". El mensaje era claro, no era el momento de preocuparse de las palabras que faltaban. Lo leyó de nuevo en voz alta para que sus compañeros supieran lo que ponía.

 

No era habitual que en Gélida hubiera muertes matutinas, pero mucho menos que las reportaran. Era un fastidio porque estaban a punto de terminar el turno, pero no había nada que pudieran hacer.

—Podemos deshacernos del papel y que vengan más tarde a avisar si quieren —propuso Donel.



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En el texto hay: magia, amor y detectives

Editado: 29.05.2022

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