Definir la magia es algo casi imposible. Tiene una parte de arte, otra de estudio, una parte de práctica y otra de intuición. Pocos en el reino de Tamotria nacen con el don de la magia, y hasta hace unos años eran perseguidos y asesinados por turbas de ignorantes que eras espoleados por su miedo a lo desconocido. Arnel reflexiona en su habitación del cuartel, valorando que de haber nacido unos años antes habría tenido muchos problemas. La gran guerra lo cambió todo.
Para los aldeanos la palabra magia significa todo lo que no pueden entender. La señora Hagel cree que es magia que sus gallinas desaparezcan y avisa a Arnel para que le ponga solución; él busca a los gamberros del barrio alto y les da collejas para que devuelvan las gallinas. Así la señora Hagel queda satisfecha y pregona que las gallinas han estado perdidas en una dimensión paralela, los gamberros se llevan unos coscorrones y Arnel está más quemado que el látigo de un cochero.
Cuando se habían reunido alrededor del cuartel para pedir que invocara lluvia había tenido verdadero miedo. En la latitud de Gélida llueve uno de cada dos días al año, de forma habitual como nieve. Por alguna razón si pasan dos semanas sin llover todos le piden que invoque la lluvia, le regalan huevos y pieles que son imposibles de rechazar y cuando por fin vuelve a llover, sin absoluta intermediación suya, todo son palabras de agradecimiento. ¿Cómo podía lidiar contra años de supersticiones? Algún día le pedirían que abriese el mar para ir andando a recoger los peces y entonces se iba a liar...
Por eso cuando le llamaron para decirle que la señora Daviron se convirtió en una estatua pensó que iba a tomar el pulso a la pobre señora y decir que la enterraran. Pero no, por una vez la sorpresa se la llevó él. La señora Daviron parece gozar de una buena salud excepto porque está transformada en piedra. La vio a la entrada del camino que lleva a su casa y la sorpresa por la transformación fue menor que la de que la gente tenga razón sobre un extraño evento. En cualquier caso se centró en tratar de descubrir qué o quién ha transformado a la señora.
Pronto surgieron habladurías de todo tipo a una velocidad superior o cualquier palabra. Un gromenaj sediento de sangre estaba suelto en la aldea; un malvado nigromante vuelto de la tumba transformaba a las personas en piedra; un chaval inconsciente de sus poderes mágicos está convirtiendo a la gente en piedra de forma inconsciente; rayos cósmicos caen de un cielo sin nubes y transforman a la gente en piedra.
Tal fue el revuelo que se montó que el propio sargento Tokeston acudió al camino a ver qué estaba pasando. El sargento tiene la extraña convicción de que las cosas mágicas no son parte del ejército, así que debe de pensar que todas las veces que Arnel va a desfacer entuertos está en su hora de la comida. A veces Arnel piensa que se preocupa más él en cumplir las normas que otros de hacer que las cumplieran. En cualquier caso el sargento le saludó con la jovialidad habitual, con una palmada en el hombro que cada vez estaba a punto de dislocárselo.
—¿Qué has hecho? —Como siempre que pasa algo raro el jefe piensa que es cosa suya.
—Por ahora no mucho —contesta Arnel masajeándose el hombro—, intento descubrir qué ha pasado para tratar de revertirlo.
—Perfecto —bramó el sargento—. Así te dará tiempo a llegar a tu turno —Y le volvió a palmear el hombro con la fuerza de un oso marchándose satisfecho de haber arengado a uno de sus hombres.
Arnel masculló por lo bajo. En ese momento prefería ser un cortador de crines de Ezerna o un campesino de Reltia. Al menos ellos conocen el trabajo que tienen que hacer y no deben estar improvisando todo el tiempo. En la academia de magia le habían explicado que la gente iba a tener cierto miedo atávico a la magia, pero no le habían dicho que eso no contaba a la hora de pedir cosas. En cualquier caso más que miedo lo que veía era morro. Mucho morro.
Respira hondo y trata de calmar sus pulsaciones. A la pobre señora Daviron le importaba poco las horas que tuviera que echar a mayores, así que trataría de ayudarla en lo que pudiera. La piedra parece sólida, así que descarta que fuera un recubrimiento y que ella estuviera aprisionada dentro. Tampoco tiene marcas de impacto, así que no le habían lanzado un hechizo en forma de proyectil. Sólo queda sin descartar un encantamiento simple, pero eso supone un problema mayor.
La magia en sí misma no es visible, excepto para los magos. Ellos la ven moverse por el mundo, volando con el viento, fluyendo por las aguas de un arroyo de montaña o surgiendo de la tierra. Por eso los magos reconocen a otros magos, porque ven la magia que tienen en ellos. Pero en el tiempo en el que Arnel llevaba en Gélida, y ya eran unos meses, no había visto a nadie con magia.
Dos soldados llegan al camino e interrumpen la línea de pensamiento de Arnel. Son Raddel y Barnio, que vienen a decirle que descuidara, que ellos se encargan del turno. Barnio es el típico medroso de cualquier cosa que se saliera de lo usual y siempre lleva una buena cantidad de pequeños objetos para protegerse de lo que no entendía. Una pata de conejo, un hueso de Dorlok, una flor de Gario recogida antes de salir el sol... Por supuesto ninguno de esos objetos le protegen de un carajo, pero él es feliz y Arnel es feliz si no le está dando la lata.