Arnel el soldado

Capítulo 6: Sueños en el hielo

La villa de Gélida se encuentra en una latitud en la que su suelo está cubierto de nieve al menos cien dias al año. Sus habitantes están preparados para estar incomunicados e incluso el mar se hiela y hace imposible la navegación. El transporte por tierra se hace casi imposible y solo los trineos de perros se pueden trasladar sin problemas tal y como utilizan los salvajes del norte.

 

Por eso en cuanto los primeros copos de nieve empiezan a caer con fuerza todo el que quiera marcharse de la villa lo debe hacer de inmediato porque corre el riesgo de quedarse bloqueado durante lo más duro del inverno o verse sorprendido por una fuerte nevada en mitad del camino.

 

Prepararse para marchar es lo que está haciendo el noble Bredor, con todos sus hombres cargando los carros y enganchando los caballos para salir en cualquier momento. El sargento Tokeston se ofreció a enviar un par de hombres para escoltarlo hasta la capital, pero Bredor declinó con amabilidad; sería una deshonra para sus propios hombres aceptar el ofrecimiento.

 

Su marcha fue tardía y en unos días empezó a nevar con contundencia dando el inicio al duro invierno. Por suerte la comitiva debía de estar cerca de Nemoria en aquellos momentos, así que no tuvo problema en recorrer los últimos miles de pasos. Un día ya despertaron con una ligera capa de hielo sobre el mar, que los niños jugaban a romper desde la seguridad del muelle o de la playa. Los marineros sacaron los barcos del mar en la cala que está al sur para evitar que sean destruidos por la fuerza del hielo y no fue ni un día pronto, porque el mar se acabó de helar por completo.

 

Arnel sale hacia el cuartel con bastante adelanto porque espera pasarse por Grosendem para asegurarse de que está todo bien por allí. Los visita mucho desde que ha resuelto el asesinato de Devom y le gusta ver que poco a poco van volviendo a la normalidad. Cuando llega al cuartel sus compañeros están en el tejado y le indican que suba a gritos.

 

Echó una carrera escaleras arriba sin saber qué esperar y al llegar observa que están mirando hacia el mar helado. Están viendo un hipnótico y precioso espectáculo; cientos de trineos tirados por enormes perros avanzan por el mar helado y se acercan a la villa desde todas las direcciones.

 

Arnel se vuelve hacia los demás, pero los veteranos no parecen preocupados. Vuelve a mirar y presta atención a que muchos otros habitantes están viendo y esperando su llegada en el muelle. Se vuelve hacia el sargento y le pregunta que qué es lo que está pasando.

—Los tegel vienen desde el norte para comerciar con nosotros —le responde—. Lo hacen todos los inviernos; para ellos es más fácil trasladarse en trineos sobre el mar helado. Si no se emborrachan son buena gente.

 

Observan cómo los trineos llegan hasta el muelle que se convierte en un improvisado mercadillo mientras los conductores dan de comer a los perros. La gente curiosea lo que traen y en cuanto tienen a los perros atendidos descargan los fardos y despliegan su contenido para poder mercadear.

 

Todos excepto uno de ellos, que ayuda a desmontar a un hombre y le acompaña andando calle arriba. Incluso antes de que se desvien hacia el cuartel un pálpito le dice a Arnel de que van hacia ellos. Una vez acaba el espectáculo bajan del tejado y un par de soldados se acercan a ayudar al hombre a llegar al cuartel.

 

Este parece tener sobre treinta soles, aunque su cara está bronceada y un tanto ajada como si estuviera demasiado tiempo al sol, como un obrero o un marinero. Resulta ser de los segundos, y en cuanto se recupera y puede hablar les cuenta lo que hace allí.

 

—Soy marinero del “Lanza de Vakasia” —empieza con dificultad—. Estábamos viniendo hacia Gélida con un último cargamento de grano y todo parecía ir bien. El mar estaba un poco helado, pero nada que no pudiera romper nuestro casco. Hasta que una noche nos paramos y ya no pudimos movernos más. Intentamos romper el hielo, pero no hubo manera de conseguirlo. Nos estamos quedando sin provisiones, tienen que ayudarnos.

 

El tegel parece bastante civilizado y les explica en qué dirección estaba el barco. Cuando le piden que los lleve hasta allí les hace un gesto con los dedos formando un círculo con ellos para hacer la forma de una moneda. El sargento Tokeston le tira una bolsa de cuero que coge en el aire y al ver el interior sonrie, hace una especie de reverencia y les indica que le sigan.

 

El sargento coge del hombro a Arnel y lo dirige con amabilidad a su despacho. Arnel no acaba de adaptarse a un sargento simpático y considerado, después de la instrucción que le había impuesto y de todos los sustos que le pegó mientras vivió en el cuartel. No sabe si ha sido su mudanza, el que hubieran pagado su deuda o el viaje a Nemoria, pero desde entonces el sargento está cambiado. No es que no le guste, sino que no le pega ni con cola.

 

Le indica que se siente y él lo hace detrás de su escritorio. Lo mira con una cara que no supo descifrar, que parece entre intigado y divertido.



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En el texto hay: magia, amor y detectives

Editado: 29.05.2022

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