La primavera llega a Gélida y por fin la nieve se funde y el mar vuelve a ser navegable. A Arnel le gusta la primavera de Gélida, aunque echa de menos viajar con el trineo sobre la nieve. Aunque no ha podido comprar todos los perros que quería les tiene preparada la planta baja de su casa para que vivan con comodidad.
Llegan los primeros barcos con grano y cerveza del sur y parten los primeros barcos con pescado en salazón y aceite en barril. El camino hasta Nemoria tampoco ha sufrido demasiados daños y con un poco de trabajo queda restaurado por completo. Los primeros carros llegan apenas una semana después del primer barco, y se puden marchar llenos de barriles de brea y pieles que los tramperos han conseguido de los animales capturados durante el invierno.
Varios mensajeros salen desde el cuartel de Gélida hacia la capital para ponerles en conocimiento de varias situaciones que se han dado durante el invierno, desde problemas que quizás se pueden solucionar hasta oportunidades que hay que aprovechar. Alguno también llega del sur antes de que pueda ser cualquier respuesta, y el sargento Tokeston tiene bastante trabajo de oficina.
Ha pasado media luna cuando en el anochecer llegan varios hombres vestidos con harapos y visiblemente heridos. Los llevan al cuartel después de atender sus heridas y darles de comer y allí cuentan que son mercaderes de Goria que, adelantándose al fin del invierno, han ido al norte a vender carbón y grano, y comprar pescado y aceite para verder el los mercados de su capital.
Pero a las pocas horas de salir de Nemoria se han encotrado un arbol derribado en mitad del camino. Pensando que se trata de una casualidad intentan moverlo, para encontrarse como unos asaltantes los reducen y les roban toda la carga. Después de haberles dado una paliza les hicieron ir al norte mientras ellos volvían a la capital a deshacerse de sus mercederías.
Tanto al sargento Tokeston como a Arnel le parece raro que la guardia de Nemoria no se diera cuenta de que unos falsos mercaderes tratan de vender mercancías en la ciudad; incluso llegar con el mismo carro sería sospechoso para los guardias de la puerta. Además no tenían otro sitio por el que cruzar el río Nemor, teniendo en cuenta que el vado que hay miles de pasos al norte de la ciudad estaría impracticable debido a la crecida primaveral.
Lo lógico es que los asaltantes esperen hasta perder de vista a los mercaderes y se muevan hacia el norte detrás de ellos o hacia el sur, para después hacer desaparecer los carros una vez transporten las mercancías al bosque lejos de las miradas inoportunas, en donde suelen tener su guarida.
Poco más pueden sacar de esos hombres así que los mandan a una posada a descansar prometiéndoles que harán lo máximo posible por recuperar su cargamento. En realidad lo más probable es que sus mercancías estén vendidas y cambiadas por el producto que más quisieran los asaltantes, siendo lo normal en monedas que no pueden ser identificadas como material robado de niguna manera.
Cuando Arnel se entera de todo esto ya imagina que le va a tocar moverse a él a la capital, pero no se espera que el sargento lo meta de nuevo en su despacho. Eso significa que hay algo más y lo normal es que sean malas noticias. Para él.
El sargento Tokeston le pregunta cómo está, cosa que le pone alerta. No hay nada que preocupe más a un soldado que un superior le pregunté cómo está. Suele seguir con un caso peligroso o con una misión que le llevaría al menos una luna. Además el sargento es antipático por naturaleza, no le queda bien preocuparse por los demás. Que es lo ideal, pero que no pega con él y el resultado es más extraño que las órdenes gritadas desde cualquier punto del cuartel.
—Me ha llegado una carta desde Nemoria —le dice para empezar.
—¿Qué tal está el capitán Kroger? Le vi algo envejecido la última vez que estuve allí —comenta Arnel sabiendo que ni siquiera le estaba escuchando.
—Han estado indagando sobre el tráfico de objetos malditos —sigue el sargento ingnorándole—. Parece que alguien está fabricándolas en alguna provincia del sur, es posible que en Volneva o Nythova. Y alguien se las está comprando en nuestro principado.
Hubo un silencio incómodo en el que Arnel valora la información que le está dando mientras trata de calcular en dónde cuadra él en todo esto. Tal vez le van a mandar de nuevo a Nemoria para que siguiera buscando los objetos mágicos, y eso no lo incomoda, aunque tendría que buscar a alguien que le diera de comer a sus perros.
Tampoco corrige al sargento sobre los objetos mágicos, que no malditos. En Tamotria la magia ha estado perseguida hasta apenas catrorce años, hasta que la gran guerra demostró a los tamotrianos que la magia bien usada puede ser muy útil para todos y se crea la Academia de magia. Los objetos mágicos han estado rondando el reino de diferentes formas, desde espadas que no hace falta afilar hasta cuerdas que se mueven al son de una flauta. La diferencia entre los objetos mágicos y los malditos es sólo su uso.
El sargento retoma la conversación entendiendo que la cabeza de Arnel está muy lejos.
—También sabrás que hay un asalto en la ruta con la capital.
—Sí, algo me comentaron al llegar, ¿Están bien los mercaderes?
—Están bien —confirma Tokeston—, pero con un susto importante; hace mucho que no hay un asalto tan violento y ni siquera sabemos si tiene que ver con el tráfico de objetos malditos.
Parece que la conversación tiende hacia un sitio, así que Arnel se calla y deja hablar al sargento.
—Creo que lo mejor será que te mande a Nemoria para que les ayudes con los casos —le ordena el sargento. Desde allí te será más fácil actuar y el Capitán Kroger quedó bastante contento contigo... Aunque no sé muy bien el porqué —se apresura a añadir.