Despertó molido como si hubiera pasado el día corriendo o lanzando hechizos. Estaba en un improvisado campamento al lado del río y no era el único tumbado sobre su propia manta. Se incorporó para mirar a su alrededor y enterarse de qué había pasado. El capitán vio que se movía y se acercó a él.
—Descansa Arnel, todo ha acabado.
—¿Qué ha pasado? —Preguntó—. Recuerdo que estaba en el puente y después un gran ruido y nada más.
—El que se estaba haciendo pasar por recaudador era un mago de la cábala —aclaró—. Atacó por detrás con un hechizo y tuvimos que dar media vuelta para dar cuenta de él.
—¿Le habéis vencido?
—Sí, ahí está el desgraciado —señaló Kroger.
Arnel se levantó a pesar de las protestas porque lo quería ver y registrar. Casi le habían partido por la mitad de los golpes de espada que le habían dado. Arnel no les podía reprochar nada, porque muchas de las mantas de viaje tapaban a los soldados que habían caído tras el ataque. Con su visión de la magia pudo ver que llevaba algún objeto mágico guardado en el interior de la capa, así que se la retiró con cuidado para poder ver el objeto. Es una varita con un hechizo, aunque no pudo identificar cual. Rasgó la capa del mago y la usó para agarrar y guardar la varita.
Una vez terminó con la parte mágica empezó a revisarle los bolsillos, que los soldados no habían hecho por miedo a recibir un maleficio o algo peor. Llevaba algunas monedas y un papel con una nota: "Nos vemos en el río para lanzar el gran hechizo". Era lo único que ponía la nota y no especificaba qué río. Arnel se la llevó al capitán a ver si era capaz de entender algo más, pero no tenía ni idea de a qué se podía referir, ni siquiera el río en el que habían quedado.
Enterraron los cadáveres y avanzaron hasta la siguiente posada para que se recuperaran los heridos. Tenía narices que el asalto a la casa de la cábala se hubiera saldado sin muertos y que varios buenos soldados cayeran por un ataque a traición; incluso se podía pensar que parte de la cábala no estaba en la casa y ahora les atacarían cuando menos se lo esperaran. En cuanto se recuperaron los últimos volvieron a viajar hacia Nemoria extremando las precauciones y teniendo mucho cuidado con las diferentes personas con las que se encontraban.
Pasaron del camino costero y llano al boscoso y montañoso de Goria, y de este al camino de Turonsa. Volvieron a cruzar la ciudad de Lagada en la desembocadura del río y desde allí llegaron a Nemoria. La noticia de los muertos corrió como la pólvora y la ciudad estuvo de luto mientras los capitanes decidían que hacer. Niguno de ellos tenía ni idea de a qué río se podía referir la noticia, así que no podían hacer nada con el gran hechizo que querían realizar los de la cábala. A saber cuántos se reunirían allí.
Hasta que Arnel, una mañana, recordó el sueño que había tenido con Cirnia. ¿En qué río estaban entonces? ¿En el Nemor? Le contó al capitán Kroger la parte de su sueño referido al Nemor y él habló con el resto de capitanes, sin desvelar el sueño pero advirtiéndoles de la intuición que tenía Arnel y hablándoles de su capacidad como mago. Aunque no podían mandar un grupo de soldados por la intuición de uno de ellos, por muy mago que fuera, le dieron permiso para que fuera él a explorar el nacimiento del Nemor.
El sol se levanta con timidez por el horizonte cuando Arnel recoge sus cosas y se puso a andar hacia el este. Cuando llegó a la puerta se encontró con el capitán Kroger y con otros seis soldados.
—¿Qué hacéis aquí? Habiais decidido que ningún soldado podía ir por una corazonada —preguntó.
—No, no vamos como soldados —respondió Kroger—; es que tengo unos días libres por disfrutar e invité a mis amigos a una comida campestre. Espero que no te importe —terminó
sonriendo.
Arnel le dio las gracias y les estrechó los brazos a todos, emocionado con la guardia de Nemoria que tenía tanta confianza en él.
El Nemor es transitable por ambas orillas hasta la altura de las montañas, aunque el camino real sigue la orilla norte y luego sube por su afluente hasta las minas de plata de las Megel. Ellos siguieron la orilla sur, puesto que querían llegar mucho más al este de donde estaban las minas. Pasaron más allá de las pequeñas aldeas que rodeaban Nemoria y llegaron al punto intermedio en el que la civilización ha pasado pero no se ha asentado. Prados y bosques vírgenes se extendían hata donde llegaba la vista y los caminos no eran más que senderos de cazadores o leñadores que buscaban un sitio en el que conseguir sus presas.
Llegaron por fin al sitio en el que el afluente del Nemor se dirigía hacia le norte y allí empezó a cambiar el paisaje en su camino al este. El camino empezó a elevarse de forma imperceptible y empezaron a aparecer en su vista las montañas Megel, que protegían como un enorme escudo el este del reino. Aprovecharon para acampar en un bosque pegado al río que les aprovisionó de madera y carne. A esa altura desaparecían los senderos y entraban en un terreno vírgen, apenas hoyado por los humanos y en el que tenían más dificultad para avanzar. En el campamento Kroger vio a Arnel ensimismado y le preguntó qué pasaba por su cabeza.