Olivia
–Calmate, Elena, no te entiendo.
–Pastelito, ¡conocí a alguien! Se llama Sam. Es moreno, alto, y tiene unos ojos verdes que te enamoran, Olivia– dice, emocionada buscando algo en su celular–. Además juega con tu hermano en el equipo. Mira, es este.
Me tiende el teléfono. Lo veo con detenimiento, y es un chico lindo, debo admitir. Tiene una sonrisa encantadora, y sus dientes son hermosos.
–Dime, Pastelito, ¿de dónde sacaste esa foto?– increpo. Ella me mira con una falsa cara de inocencia, sonriendome.
–Se la saqué hoy. Bonita, ¿no crees? Por cierto, hoy es el partido. ¿Vienes? Te necesito ahí.
–No puedo, tengo que cuidar a Pollito.
–¡Tráelo! Debes conocer a tu futuro cuñado, Olive.
Ruedo los ojos, irritada.
Aunque a veces Elena me saque de quicio, ella es mi pastelito, y siempre lo será.
Recuerdo la vez que salió del closet conmigo. Cuando una persona decide contar algo tan importante como eso, significa que eres su lugar seguro, y eso es extremadamente hermoso. Por eso siempre me pongo contenta cuando me cuenta ese tipo de cosas. Sé como chica trans se le puede dificultar encontrar pareja, no por ella porque Elena es la persona más segura de sí misma que conozco, sino por los demás que la ven como si fuera algo de otro mundo. Eso es lo que odio. Solo espero que Sam no sea así.
–Está bien, veré qué puedo hacer.
–¡Ay, te amo, Pastelito!– se abalanza hacia mí y me da un sonoro beso en la mejilla.
–Uy, me olvidaba de algo. Su nombre es Samuel Nicholls, hace unos días, dos para ser exactos, lo transfirieron, y creo que es de piscis.
–¡Elena!
….
Pollito, Elena y yo estamos sentados en las frías gradas del gimnasio cerca de la cancha. Agarro unas galletas de mi bolsa para los tres. Esto va a estar potente.
Saludamos y hacemos señas a Elijah, mi hermano mellizo, que está preparándose para el partido.
–Ahí está
–¿Eze es tu novio?– pregunta Pollito, mi hermanito, comiéndose una galleta de chocolate.
–Próximamente, Pollito, próximamente.
Transcurría el partido y yo estaba a punto de quedarme sin uñas, vamos perdiendo. Elijah suelta una palabrota.
–Eso no se dice, Pollito– le digo, pero está más concentrado en los jueguitos de mi celular que en el partido.
Elena me aprieta el brazo cuando vemos a un chico moreno, alto y de pelo corto anotar el punto que nos faltaba para ganar. Justo a tiempo. Suena la campana, dando fin al partido. Ambos, y los demás estudiantes, gritamos, festejando.
Sam y Elena hablan y ríen. Prefiero darles espacio y me meto en la puerta de los vestidores. Nadie se cambia aquí, así que es un lugar seguro para Pollito y para mí, hasta que escucho una voz que me resulta familiar.