El año pasado, al cumplir veinte años de ejercicio profesional,
cumplí diez años de especialización en reformas y equipamien-
to. Esta especialidad -"operar y rehabilitar" viviendas y ofici-
nas-fue surgiendo en mi poco a poco, involuntariamente, qui-
zás provocada por la implacable realidad, que acusa estadísti-
cas elocuentes. En la Argentina, entre el 60% y el 70% de las vi-
viendas se reforman una o más veces durante su vida útil. Esto
significa un enorme caudal de energía constructiva, de dinero y
de tiempo. Un caudal que existe y seguirá existiendo paralela-
mente al que se dedica a la construcción de obras nuevas.
Si en estas últimas la intervención de los arquitectos es mu-
cha menos de lo deseable, en el campo de las reformas es
prácticamente inexistente. ¿A qué familia de la clase media se
le ocurre consultar a un arquitecto para mejorar o ampliar su ca-
sa? Un superficial estudio de los resultados de este hecho arro-
ja una gran cantidad de errores, de dinero malgastado, de tiem-
po perdido, de ilusiones frustradas. Errores, tiempo, dinero y
frustraciones que podrían haberse ahorrado, la mayoría de las
veces, con una sola hora de consulta a un arquitecto.
Los errores más frecuentes pertenecen al campo del
proyecto: le sigue la compra de muebles, objetos o materiales
desproporcionadamente costosos que, en general, impiden la
terminación del equipamiento.
Es que el mejoramiento estético se piensa solamente a través
de los objetos y nunca a partir de un reordenamiento general
que comprenda también los espacios vacíos. "La idea" o "el pla-
nito" se considera un apéndice. Tanto, que muchas casas de de-
coración lo entregan gratuitamente al comprador de objetos.
En el mercado inmobiliario se observa el mismo fenómeno:
herrajes, cerámicos o los consabidos "azulejos hasta el techo"
son las supuestas virtudes que suelen reemplazar a una organi-
zación espacial apenas correcta.
El concepto es que - e n el caso de las reformas-, el servicio
que puede prestar un arquitecto es demasiado amplio, o des-
proporcionado, con respecto a las necesidades reales. Y, por lo
tanto, muy costoso. Pero, por su parte, los arquitectos en gene-
ral tampoco están preparados para ofrecer un servicio ágil de
consulta e información. Las causas son varias.
Ante todo, en la Facultad se los prepara para ser nada menos
que artifices de un mundo nuevo. ¿Qué menos que la planifica-
ción de una ciudad modelo puede merecer un jóven arquitecto
recién recibido?
Los ejercicios, los temas de los trabajos prácticos y el clima
general de la Facultad hacen creer a los estudiantes que el mun-
do está esperando sus servicios para convertirse en un lugar
mejor, espacialmente óptimo, funcionalmente perfecto.
Entre las 35.000 fotografías con que cuenta la diapoteca de la
FAU, donde figuran las más remotas iglesias polacas, templos
hindúes y primeros planos de patas de leones asirios, no pue-
den encontrarse fotos de muebles ni de ambientaciones contem-
poráneas: en fin, de casas de verdad y del lado de adentro. El
capitulo muebles o equipamiento interior es pobrisimo. Los pro-
fesores no suelen dar como tema una reforma o un equipamien-
to. Todo es antiguo, y lo moderno es olímpico y aséptico: Mies
Van der Rohe, Gropius. Wright. o a lo sumo algún helado interior
argentino, no más acá de la década del 30: Amancio Williams, un hall del Automóvil Club, algunas fachadas de Wladimiro
Acosta.
Ante los primeros trabajos reales, el arquitecto estrena su títu-lo con lo que suele ser un duro cachetazo de la realidad. El tema no es una ciudad climatizada bajo una cúpula traslúcida. El te- ma es un cuarto más para el bebé que está por nacer. O peor aún la ampliación de un bañito en una casa de suburbios.que la realidad son las familias que crecen y los bañitos que quedan chicos.
El arquitecto tarda cierto tiempo en resignarse. Es duro ubi- carse en una realidad que da lugar a unos pocos para hacer to- rres para otros pocos.
Sin embargo, ese resignado adaptarse deja una secuela: los arquitectos hacen sus pequeños trabajos pero con vergüenza.
Sienten que están preparados para algo más trascendente. Algo que nunca les ocurrirá, que les ocurre siempre a los demás. Ultimamente, he hecho una pequeña estadística personal.
Cada vez que me encuentro con un colega y surge la inevita- ble pregunta "¿Qué estas haciendo?", contestó simplemente
"reformas...".
La expresión que recibo en respuesta no puede ser más elo- cuente. Los sentimientos más notables pasan por la cara que tengo enfrente: primero sorpresa; después cierta piedad y final- mente la comprensiva superioridad de quien fue hecho para fi- nes más sublimes. Sin embargo, en esta apasionante "medicina de casas" que practico, he encontrado más placer y un más ex- citante ejercicio de la creatividad que en las obras mastodónti- cas que en otra época me ha tocado proyectar.
En lugar de buscar la manera más conveniente de poner cuartos, baños y cocinas en pocos metros cuadrados, en lugar de repetir el esquema hacia arriba durante veinte pisos, pienso en la manera más racional de mejorar la vida de tres o cuatro personas dentro de un englobante espacial que ya existe. En lugar de partir del esquema ideal que propone la Facultad (un espacio vacio esperando ser llenado con paredes y techos), parto de un embrollado sistema de circulaciones erradas. de di-visiones sobrantes, de lugares muertos, y trato de convertir el todo en una casa inteligente, donde la vida sea sencillamente mucho más agradable. Volviendo al ejemplo de la medicina: mi objetivo no es descubrir la vacuna contra el cáncer. Uso mi ex- periencia y mi imaginación en curar mejor que nadie las fractu- ras. los cólicos, el dolor de garganta.
Editorial 17 CP 67
Editado: 24.03.2022