Termino de ayudar a una de mis alumnas a acabar sus ejercicios de clase, recojo las cosas que han dejado los demás niños tiradas y ordeno un poco el aula para que las limpiadoras tenga el menor trabajo posible.
— Señorita Wilson. — me doy la vuelta al escuchar mi apellido. — Lo siento, se le cayó esto. — una chica de las mayores me da uno de mis anillos.
— Muchas gracias.
— Señorita. — la miro esperando a que continúe. — Hay rumores de que está saliendo con el señor Bridse. — le sonrío a la chica y niego con la cabeza. — ¿Por qué no? Ambos son muy atractivos y jóvenes.
— Esa no es razón para salir con alguien. — le sonrío. — Nos vemos.
Salgo de la escuela infantil, primaria y secundaria en la que imparto clase. Hace dos años que comencé a trabajar aquí, primero como sustituta de una profesora de infantil que estaba de baja por maternidad y posteriormente me quedé, mi jefa decía que no podían desperdiciarme con lo buena docente que era.
Antes de subirme al coche veo al profesor que anteriormente ha mencionado la alumna, he tenido el placer de hablar con él un par de veces y ha sido muy cortés pero no me interesa conocerlo más profundamente. Estoy bien como estoy, no deseo relaciones ni más amistades de las que ya tengo.
Arranco el coche y voy a la guardería de mi pequeño tesoro, no puedo imaginar ni un solo día sin mi niño hermoso.
— Buenas tardes señorita Wilson. — me saluda su profesora. — Eric se portó genial.
Mi niño sale corriendo sin esperar a la chica de prácticas que está este mes con ellos. Lo tomo en brazos y revuelvo su cabello rubio. Mi niño es el típico inglés, extremadamente rubio, de ojos claros y rubio, a veces me da miedo cuando se pone mucho tiempo al sol, por suerte cuido bastante que lleve crema solar para que no se queme.
— Eric Wilson, el niño con más energía que conozco. — se ríe su profesora. — Pero también el más dulce, tiene mucha suerte de tenerla a usted por madre.
— Gracias. — le sonrío amablemente a su profesora.
La chica de prácticas me da sus cosas y salgo con mi niño de a penas dos años en brazos, no puedo creerme que este año vaya a cumplir tres años. Adopté a Eric cuando yo a penas tenía dos meses de haber salido de la clínica, estaba en el hospital por unas pruebas médicas cuando llegó una ambulancia con un niño de apenas seis meses que había sido abandonado en un callejón. Me preocupé de inmediato y debo reconocer que moví algunos hilos para saber del niño, cuando supe que iba directo a un orfanato me puse en contacto con él para adoptarlo y a los dos meses ya era oficialmente mi hijo.
— Eric. — mi niño me mira con sus enormes ojos grises. — ¿Qué te parece si hoy cenamos pizza?
— Si. — grita emocionado. — ¿La tita Hilén vendrá?
— ¿Quieres que venga?
— Si, por favor. — me sonríe.
Le mando un mensaje a Hilén mientras estoy parada en un semáforo, ella tarda dos segundos en responderme que está libre y que irá a mi casa en un rato cuando termine de hacer un par de gestiones en la clínica.
Eric espera pacientemente a que lo saque del coche, va bostezando mientras lo llevo en brazos, tiene que tomar una pequeña siesta antes de cenar, no muy larga sino no se dormirá a la hora que debe y lo tendré lleno de energía hasta bien entrada la noche.
Lo acuesto en su cama y luego pongo todas sus cosas en su sitio. Saludo a mi ama de llaves que ya se va, cuando yo llego a casa es el final de su jornada laboral.
Me quedo en la sala mirando a la nada, lo hago bastante a menudo, es una pequeña forma de relajarme y de recordar que toda va bien, que ya no hay más abusos, que hace cuatro años soy una mujer completamente libre.
Mi teléfono suena sacándome de esa tranquilidad, a veces odio tener teléfono porque siempre suena cuando más relajada estoy, es bastante inoportuno.
— Ida. — escucho la voz de mi hermano mayor desde el otro lado de la línea. — ¿Cómo estás?
— Genial, ¿y tú?
— Cansado, ¿cómo lo haces cuando Eric está enfermo y no puede dormirse?
— Le doy la medicina que me haya recetado el médico y le canto su canción favorita.
— Yo no puedo hacer eso, no sé cantar, si Axel me oye muy posiblemente llore más. — sonrío ante la mención de mi sobrino al que solo conozco a través de la pantalla.
Axel es apenas siete meses mayor que Eric, pero eso lo hace un año mayor que mi hijo. Mi sobrino cumple a finales de este año cuatro años, y es un niño sano y con los mejores pulmones que he escuchado alguna vez en mi vida. A veces hasta me pone nerviosa cuanto puede llegar a llorar pero también lo quiero mucho, en general quiero mucho a todos los hombres de mi familia porque yo sigo siendo, sorprendentemente, la única mujer.
— ¿Dónde está mi sobrino?
— Acaba de volver de la escuela y está tomando una pequeña siesta.
— ¿Cuándo vuelves?
— En breves. — le sonrío, sé que me echan de menos y yo también los echo de menos a ellos.
— ¿Te quedarás?
— Si, cuando vuelva es para quedarme. — lo tranquilizo.
No hice ningún tipo de trato con ellos, ni quieren obligarme a volver eternamente sino quiero. Si yo les hubiese dicho que solo iría de vacaciones para que Eric conociese el lugar donde su mamá se crió, ellos lo hubiesen aceptado porque como siempre repiten es mi vida y son mis decisiones y ellos solo pueden apoyarme y aconsejarme.
— Isaac… — lo miro esperando que continúe. — Isaac tiene novia.
— Me alegro por él Karl, llevo cuatro años fuera de Estados Unidos ¿por qué no iba a tenerla? — le sonrío, duele saber que Isaac me superó pero me alegra saberlo. — Si él es feliz, por mi genial.
— Te quiero mucho pequeña. — le sonrío a mi hermano antes de contestarle. — Hablamos más tarde.
Me levanto del sofá y comienzo a preparar las pizzas, desde hace tres años adoro hacer de comer. Enseñarme a cocinar fue una parte de mi terapia, se le ocurrió a mi psicóloga y todos la tomaron por loca, incluso yo lo hice ya que la mitad de nuestra sesión era ella enseñándome a ello pero después de cuatro meses me gustó tanto que he seguido haciéndolo y como proporciones de comida normales.