La fiesta había comenzado alrededor de las diez de la noche, la mayoría de los animales del pueblo asistieron al cumpleaños del Señor Conejo, un hacendado multimillonario de pelaje blanco, traje negro, sombrero de copa y un monóculo en el ojo izquierdo. A la fiesta asistió su mejor amigo Mr. Chivo un detective privado de gran trayectoria, acostumbraba usar sus típicos lentes de marco redondo y una gabardina como a la vieja usanza de los años 30´. El Potro un viejo corcel de lomo fuerte y patas robustas, quien es el socio principal hace años en los viñedos Santa Zanahoria de la familia del Señor Conejo. También estuvieron las gemelas Mu y Muuu, un par de vacas dedicadas al modelaje, las más sexy de la zona. El alcalde del pueblo un chancho llamado Don Mantecón, poco aseado y con un aspecto desordenado, se rumorea que su elección fue arreglada. Estaba el gallo Romualdo el galán de telenovelas más sexy y popular a quien siempre se le ve rodeado de gallinas que se vuelven locas por él, desgraciadamente tiene hueca la cabeza con tanta fama.
Asistieron otros invitados de gran estirpe, pero de bajo perfil como las señoras vacas con sus respectivos señores esposos los toros. Perros de raza fina, caballos cerdos, corderos. Gallos solterones y gallinas cocorocas en busca de marido. Algunos gansos los típicos que siempre se pierden cada vez que salen de casa.
No solo había animales respetables de alta alcurnia, sino también animales sencillos y humildes de granja y de mucho esfuerzo. A sus treinta años el Señor Conejo era normal verlo relacionarse con animales de menor clase social como kiltros, vacas flacas de segunda categoría, caballos de feria o algunas ratas de alcantarilla. Incluso algunos extranjeros fueron invitados al cumpleaños como un trío de iguanas y papagayos, una tortuga anciana que no visitaba el pueblo hace como un siglo, quien conoció a los antepasados del Señor Conejo.
La cena se volvió arrebatadora y la cantidad infinita de postres enloqueció a los casi cien invitados, satisfaciéndolos sin mesura. La celebración iba de maravilla, los periodistas pensaban reportar un gran evento, mejor que el festejo de año nuevo. Pero las cosas no perduraron como todos lo tenían estipulado, la fiesta sufrió un giro inesperado, en pleno salón de baile cayó muerto el alcalde Mantecón, su carne flácida rebotaba en cámara lenta mientras dejaba de cimbrarse, su notorio ombligo sucio y lleno de pelos estaba a la vista, sus patas rígidas en posición vertical rebelaban unas pesuñas largas y desgastadas. Era un espectáculo un tanto grotesco.
El alboroto fue enorme, las damas no paraban de gritar, los rumores no se hicieron esperar ¿Cómo murió? ¿Quién lo mato? ¿El colesterol, la diabetes, la cirrosis? ¿Un paro cardiaco? Todos creían tener la respuesta, era de esperar en un pueblo pequeño donde el cahuín estaba a la orden del día. Mr. Chivo, la mente más aguda del lugar aparto a los animales del cadáver. Examino al difunto de arriba abajo con mucha cautela. Luego acaricio su barba con su pezuña y le dijo a la concurrencia
–Damas y caballeros el alcalde fue asesinado. Nadie puede salir de la hacienda, todos son testigo presénciales, ninguno se marchara hasta no ser interrogados.
Los casi cien invitados se alborotaron, pero tras el gran prestigio del investigador Mr. Chivo guardaron la compostura a regaña dientes. Mr. Chivo observo el hocico del cadáver y vio una cadena de oro que estaba enredada en los pocos morales que le quedaban al Chancho, tiro la delgada cadena la cual estaba unida a una joya atascada en su garganta. Mr. Chivo tiro con fuerza y saco a vista de todos los testigos una esmeralda de color verde. El asombro es enorme y la conmoción igual ¿Quién lo mato? Y ¿Por qué?
La señora Coneja quiso recuperar inmediatamente su joya, era un de las más valiosas que ella poseía, sin embargo, nuestro hábil detective se lo negó, es evidencia y arma homicida. La envolvió en una servilleta de tela y la guardo en su gabardina.
El señor Conejo tomo a Mr. Chivo del brazo escabulléndose sigilosamente a una de sus oficinas de la casona. Su conversación debía quedar en secreto.
–Amigo– comento el señor Conejo –me preocupa lo que puedan pensar los animales. En este pueblo es más fácil inculpar a alguien que exonerarlo de culpas.
–-¿Acaso fuiste responsable de la muerte del señor alcalde?