Ash Devil

TRACK 0

—Sabes que Rotenmens es la ciudad de las brujas, es…

—¡Absurdo! —saltó él de inmediato, moviendo negativamente la cabeza. Su ceño fruncido indicaba a su esposa que estaba cerca de perder la paciencia.

—Es completamente cierto —continuó con esa sonrisa soberbia, que ahora le provocaba escalofríos.

—¿Has perdido la cabeza? ¿Por qué de repente me dices estas cosas? Además —dudó—, ella ya está imitando todo lo que tú haces y dices… —Echó un discreto vistazo hacia la pequeña sentada en el sofá más grande, sosteniendo firmemente la guitarra que su madre le acababa de obsequiar por su cumpleaños número cinco.

—Sé que es difícil, cariño, pero tengo que protegerla… Protegerlos de alguna manera. Y esa manera, la única, es decirle de dónde proviene. Tú sabes la mayor parte de la historia, pero mi pequeña debe estar preparada para cualquier cosa.

—Basta —interrumpió su esposo. —Meneó nuevamente la cabeza, esta vez con un gesto adicional de desesperación. Golpeó el suelo con la punta de la bota para luego volverse. Clavó sus ojos en ella—. No le vas a decir nada. Si se llega el momento, yo mismo le diré todo. Pero no ahora. ¿No la ves? Está entusiasmada con la música. Quizá su destino no la lleve a encontrarse con ellos. Tampoco hemos notado nada raro en ella, ¿no es así? Lo de sus ojos podría ser nada más una mutación genética o algo así.

—Las cualidades de la familia se estabilizan después de cierta edad. Ella bien podría…

—No. Basta.

—Sabes lo que está pasándome —dijo ella con voz distinta. Suave y melancólica—. Quizá me queden pocos años para estar con ella, y después…

Él se acercó a ella a pasos lentos, sin dejar de admirar esa figura que seguía cautivándolo igual que el primer día.

—Yo me haré cargo de todo, cariño. Pero, por favor, deja que las cosas sigan su curso. No nos adelantemos a nada. Nadie de tu familia se ha acercado. Dudo que lo hagan si ella no ha manifestado esas… cosas que dices. Quizá no es como tú, a pesar de que parece una versión miniatura de ti, pero rubia —dijo, intentando reír un poco.

—Créeme. Soy yo quien más desea que ella no se parezca a mi —suspiró—. Me alegra que tenga tu cabello —añadió con una risa suave.

—Anda, ve a terminar lo que estabas escribiendo —dijo él de pronto, dando por terminada la discusión—. Quiero leerlo pronto.

—Claro que no —jugueteó ella. Salió de la sala, avanzando con una gracia casi paranormal. Él soltó un bufido extraño. Volvió la mirada hacia su hija; ya había descubierto cómo funcionaba el instrumento que tenía en sus pequeñas manos y estaba sonriendo exactamente igual que su madre.

El detective llevaba todo el día ensimismado, con expresión abatida. Tanto, que uno de sus agentes le preguntó si se encontraba bien. Él no le había respondido. Estaba recordando las palabras de su esposa: «Las cualidades de la familia se estabilizan después de cierta edad». Esa edad eran los veintiún años. Y de esa escena ya habían pasado dieciséis.

Sintió desdicha nuevamente cuando posó la mirada en el expediente del caso de homicidio que estaba llevando. Aquel que no parecía tener pies ni cabeza. Sabía que la única forma de averiguar algo era haciendo una visita a la Abadía de Rotenmens. Pero el problema era hacerlo sin que Milzy se diera cuenta.



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En el texto hay: thriller, suspense, romancelesbico

Editado: 06.04.2025

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