Ash Devil

TRACK 2

El sonido del móvil le pareció exageradamente lejano entre los sueños. Abrió un ojo, demasiado perezosa para abrir ambos, y buscó a tientas el aparato que no dejaba de vibrar y sonar sobre la alfombra. Manoteó un poco hasta que lo alcanzó. Sin detenerse a mirar la pantalla, balbuceó adormilada algo que parecía un: «¿Diga?».

―¡Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños, Milzy! ―canturreó una voz desde el otro lado de la línea. La muchacha se tuvo que despegar el móvil de la oreja para evitar el aturdimiento que le causaba el ánimo de Fabia.

―Gracias, pero no es excusa para que me dejes sorda ―dijo riendo, un poco más espabilada. Se le escapó un bostezo ruidoso y estiró el cuerpo con cuidado.

—No puedo creer que estuvieras durmiendo, ¿ya viste la hora?

—¡Maldición! —exclamó cuando se dio cuenta de la hora que era—. Nos vemos —murmuró. No esperó respuesta y colgó.

Se estaba haciendo bastante tarde. De no ser por la llamada, no se habría despertado a tiempo. Se apuró en la ducha, se puso la ropa a toda prisa, tomó su mochila y subió al coche. Iba a una alta velocidad, metiéndose entre los carriles para adelantar a unos cuantos que no llevaban prisa. Parecía haber roto una marca; a los pocos minutos ya estaba caminando por el estacionamiento, rumbo a la entrada principal de la facultad. Había llegado más temprano de lo que esperaba, aminoró el paso y respiró más tranquila. Saludó con un asentimiento de cabeza al guardia que estaba apostado en la verja y echó a andar a través de los pasillos que dividían los bloques de edificios que conformaban la facultad. Edificaciones grises y rectangulares que contrastaban con el verde de los jardines que las dividían.

Iba arrastrando los pies por el piso de hormigón, pero súbitamente algo la impulsó a levantar la vista. Se paró en seco mientras su mirada seguía el camino de una cabellera cobriza que se agitaba entre la multitud y resaltaba por su peculiar color. Una extraña sensación se apoderó de ella, no podía despegar los ojos por más que intentara. Sus pies eran incapaces de moverse. Un recuerdo borroso asaltó su mente y se disipó con la misma rapidez sin darle tiempo siquiera de identificarlo.

Cuando al fin fue capaz de recuperar el control de su cuerpo, la cabellera ya se había perdido por uno de los pasillos, oculta por los estudiantes que se precipitaban hacia los edificios traseros, pero no pudo ver a quién pertenecía. Sacudió la cabeza y se sorprendió de aquel comportamiento tan repentino. Se encogió de hombros y continuó caminando hacia el edificio C, que quedaba del otro lado, no sin antes echar un rápido vistazo por encima del hombro.

Por la tarde, Jenn se reunió con el Departamento de Recursos Humanos de la Facultad de Psicología de Rotenmens. Había conocido a la directora y parte del personal. Le habían dado algunas indicaciones acerca de la ubicación de la sala que estaría destinada para el taller. También le entregaron algunos documentos, incluyendo la lista de alumnos que se habían inscrito; no se tomó la molestia de leerla. Salió de la oficina rumbo al edificio que le habían indicado para familiarizarse con el lugar. Repentinamente sintió un escalofrío, como si alguien la estuviera observando. Se detuvo y dio media vuelta, pero docenas de cuerpos le obstruyeron la vista; era la hora de llegada de los alumnos del turno de la tarde.

Continuó caminando hasta el edificio D. Ahí encontró la sala del taller. Era amplia, de aspecto cómodo. Asintió con cierta satisfacción para después darse una vuelta por los alrededores. Luego de admirar los jardines, encontró la cafetería y ahí se quedó un buen rato, sabía que era presa de miradas curiosas que se preguntaban quién era aquella desconocida mujer.

—¡Aquí estás! —entonó una voz rasposa y ella alzó la mirada de la carpeta que sostenía en una mano. Al reconocer a la joven que le hablaba, la cerró disimuladamente y se levantó.

—¡Renate! —dijo Jenn con ánimo y abrazó a una chica de cabello oscuro y corto.

—Creí que llegarías hasta mañana —apuntó Renate, alzando las cejas. Arrastró una silla y se sentó al otro lado de la mesa.

—No podía esperar —respondió Jenn con una enorme sonrisa.

—Deberías estar descansando. El viaje debió ser agotador. —Jenn hizo un gesto que indicaba que estaba perfectamente. Renate solo alzó las manos como diciendo que se lo había advertido—. Debí suponerlo —protestó con una mueca rara mientras echaba un vistazo al reloj—. Supongo también, que charlaremos después.

Faltaba poco para que el taller comenzara, de modo que caminaron juntas hasta el edificio indicado. Renate iba parloteando sobre muchas cosas, sin embargo, su interlocutora no prestaba mucha atención, estaba pensando en la sensación que había experimentado cuando deambulaba por la facultad. Había sido extraño.

La profesora de Neuropsicología, de baja estatura y arrugada como una pasa, había prolongado la última hora especialmente para felicitarla por su cumpleaños; era la clase de persona que conocía y valoraba a cada uno de sus alumnos, y Milzy no era la excepción. Incluso había llevado un pequeño pastel y un obsequio.

Después de concluir el breve festejo, Milzy decidió vagar por ahí en espera de la siguiente clase. El peso de la mochila que llevaba al hombro se volvió más perceptible a medida que avanzaba por los pasillos rumbo a los jardines. Miró por enésima vez la circular de tinta naranja que había sacado del bolsillo de los vaqueros. Seguía preguntándose por qué habían situado el taller en el edificio D, que era el más viejo y solitario. Además, tenía un aspecto lúgubre que siempre parecía fuera de lugar en una facultad como aquella.



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En el texto hay: thriller, suspense, romancelesbico

Editado: 06.04.2025

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