Las actividades no terminaban, Fabia iba de allá para acá, agarrándose la cabeza.
―Relájate un poco, todo saldrá bien ―dijo Milzy cuando Fabia pasó por enésima vez frente a ella.
―Precisamente. Nada sale mal porque yo me encargo de que así sea. Pero este parece no ser nuestro día. Los de iluminación no han llegado, los del sonido tampoco…
―Te diré qué: tómatelo con calma. Te invito la cena —propuso la rubia. Estaba subiendo los peldaños del escenario con excesiva calma.
―De acuerdo, pero yo elijo el lugar ―gritó Fabia desde el otro lado del recinto. Iba dando grandes zancadas y le gritoneaba a cuanto se le pusiera en frente.
Milzy estaba revisando los instrumentos cuando alguien apareció en el salón, que tenía las puertas abiertas de par en par.
―¿Vas a tocar esta noche? ―preguntó la intrusa con un alto tono de sarcasmo―. ¡Ah!, espera… Tú no puedes tocar, lo había olvidado ―expresó con fingida tristeza, dirigiendo la mirada hacia la guitarra que la rubia sostenía.
En el rostro de Milzy se dibujó una mueca iracunda y la miró con ojos de pistola desde arriba del escenario.
―¡Hey! ¡Tú no tocas esta noche! ¡Largo de aquí! ―gruñó Fabia, acercándose a toda velocidad, haciendo señas extrañas con los brazos―. Les dije que nadie entrara, ¿es tan difícil de entender? ―gritó, dirigiéndose a un par de hombres de seguridad que parecían despistados.
—Está algo empolvado, ¿no lo crees? —continuó la figura, luego mostró una sonrisa maliciosa en dirección a Fabia.
Alguien más había entrado y se había colocado detrás de la chica. Tenía los brazos cruzados y una mirada amedrentadora cuando esta se volvió para toparse con su rostro.
―¿Qué estás haciendo aquí, Jessica Yu? ―dijo, enarcando una de sus contorneadas cejas.
―Ya me iba, solo pasé a desear suerte ―respondió Jessica, empleando el sarcasmo una vez más. Luego se alejó contoneándose y riendo.
Las motas de polvo se hicieron visibles a causa de los rayos del sol que se colaban por las altas ventanas del salón.
―Las chicas de limpieza no aparecen. ―Pasó un par de dedos por la superficie de una mesa cercana―. Este lugar es un desastre —concluyó Alden, el recién llegado.
―¿Siempre tienes que estar así de tenso, Alden? —cuestionó Milzy, dejando la guitarra en el soporte metálico que tenía delante. La irritación que le había causado Jessica se le había esfumado de repente.
—Es parte del trabajo —murmuró Alden con cierta resignación. Torció la boca para después girar sobre sus talones y dirigir su atención a Fabia—. Tendremos que buscar a sus reemplazos hoy mismo —sentenció. Tomó su móvil para contactar algún servicio de limpieza de emergencia mientras caminaba hacia la salida.
—¡Por todos los cielos! ¿En dónde se metió el otro barman y los meseros? —chilló Fabia, y los que estaban por ahí solo se encogieron de hombros.
—Ya cálmate, Fabia. Te echaremos una mano —dijo Debbie al tiempo que cogía un trapo para limpiar las mesas. Ella y Milo habían observado todo en silencio desde el otro lado del salón, sin interferir.
—Podría apostar a que esto es obra de Yu —dijo Milo a Debbie—. La vi anoche, estaba en el estacionamiento con las chicas de limpieza, y qué sorpresa que hoy no aparecen por ningún lado.
—¡Debes estar bromeando! ¡Cómo se atreve esa… idiota! Vamos a decírselo a Milzy… —Hizo ademán de echar a andar hacia la rubia.
—No, espera. Después de la presentación hablaremos con ella —concluyó Milo y Debbie desistió. Meneó la cabeza, resignada, y ambos se pusieron a trabajar.
Al poco rato aparecieron los chicos de sonido e iluminación, también apareció Alden con un equipo de hombres, al que le daba instrucciones; eran los que iban a limpiar el salón. De inmediato pusieron manos a la obra mientras la banda iniciaba con la prueba de sonido.
Al anochecer, Milzy estaba en el escenario revisando el cable del micrófono que, con el ajetreo, terminó por dañarse. Cuando Debbie y Milo se dieron cuenta, de inmediato se pusieron a buscar otro.
—Quizá solo está flojo, déjame revisar —dijo Milo, aproximándose al amplificador. Milzy se apartó para revisar algo con los chicos de sonido.
El cable no estaba flojo, sino que estaba cortado casi por completo. Milo contuvo la ira, estaba casi seguro de que Jessica tenía algo que ver, pero no quiso decir nada. Su diagnóstico fue, cuando Milzy le preguntó, que se había dañado por el uso.
―Tal vez tenga uno en el coche, iré a ver —dijo Milzy, saliendo precipitadamente del salón.
El estacionamiento estaba todavía algo vacío. Por suerte, ella había aparcado cerca de la entrada. Abrió el maletero del auto y tomó el cable que hacía falta. Cuando iba de regreso, se encontró con un muchacho enjuto y cabizbajo que estaba recargado contra el muro del edificio, cerca de la entrada; el cigarrillo que llevaba en la mano se consumía con el viento.
―Ya es tarde. Deberías estar atendiendo el bar con los otros ―dijo Milzy, sin ánimos de detenerse a charlar. Él se limitó a hacer una mueca extraña y difícil de descifrar.
―Oye… ―gritó cuando la chica ya estaba a varios metros de distancia, a punto de entrar. Vaciló, pero continuó―: ¿Quieres hacer algo… alguna vez? ―Se puso nervioso y se llevó una mano a la nuca. Una gota de sudor estaba recorriendo su frente y aterrizó en su nariz. Estaba casi seguro de que iba a escuchar de nuevo aquél: «Ahora no, barman».