Había sido una odisea llegar a casa con tantos charcos. Además, el nuevo auto se le antojó pesadísimo. Pasó por delante de su casa un par de veces antes de buscar un lugar de estacionamiento. El detective le había enviado un mensaje para advertirle que no aparcara frente a la casa. Decidió dejar el coche frente a la casa abandonada que estaba cerca, en donde la maleza crecía desordenadamente e invadía parte de la acera. Vio pocos movimientos. La calle estaba completamente iluminada y dejaba pocos lugares en los que alguien pudiera esconderse. Los vecinos estaban en silencio. Todo era tan silencioso que le causó un escalofrío. Cruzó la puerta de su casa; decidió solo encender las luces tenues de la sala. Se acomodó en el sofá y revisó su teléfono, tenía un mensaje de: «NUMERO DESCONOCIDO». Lo abrió, pensando que era de nuevo el chico guitarrista, pero para su sorpresa, era de Marceline. Solo estaba saludando y lamentaba que el chico no hubiera encajado con la banda.
«¿Qué es lo que estás buscando?»
La pregunta le dio vueltas en la cabeza y se decidió a averiguarlo. Respondió a su mensaje con una invitación: un desayuno en el comedor de Cabaret, con la excusa de revisar unas cosas del móvil; ella aceptó de inmediato. Dejó el móvil a su lado después de fijar una hora para verse. Se acurrucó contra una almohada y se quedó dormida en el acto.
Marceline no se podía creer lo que acababa de suceder. Miraba la pantalla del móvil, temiendo que el mensaje se fuera a desvanecer de repente. Se levantó de la cama de un salto para dirigirse al rincón donde descansaba su guitarra favorita, la que usualmente usaba en las presentaciones: una Fender Powercaster color menta. Encendió el portátil, conectó los cables necesarios, se puso unos auriculares y comenzó a tocar una canción nueva. Aprovechó el momento de inspiración y siguió con unas cuantas más. Movió la cabeza al ritmo de su guitarra hasta que se dio cuenta de que la pantalla del móvil estaba encendiendo y apagando. Dejó todo de lado, pensando que quizá la rubia se había arrepentido de su invitación.
El nombre de Jessica Yu aparecía en sus mensajes
«Urgente. Mira el sitio web de Cabaret. Usa tu clave. Dime que no me volví loca».
Marceline regresó al rincón, hacia el portátil. Entró en la web y la recibió un mensaje que la dejó boquiabierta. Parpadeó confundida, incluso refrescó la página para comprobar que no se trataba de una broma que Alden les estaba jugando.
Debbie y Milo estaban en el barrio francés cuando recibieron la noticia.
―Díganme que no se han desmayado… ―dijo Fabia a través del altavoz del móvil de Debbie.
Milo se había atragantado con el filete; Debbie había perdido el habla.
―Debes estar bromeando ―dijo al fin Milo; todavía estaba tosiendo a causa de la comida atascada en la garganta―. Eso es, debe ser una broma.
―Ojalá lo fuera, chicos.
―¿Milzy ya lo sabe? ―preguntó Debbie con apenas voz.
―No lo sé —admitió Fabia—. Intenté llamarla, pero su teléfono debe estar apagado o fuera de cobertura. En cuanto sepa algo me comunico, ¿de acuerdo?
No esperó la respuesta de los chicos y cortó la comunicación de forma brusca, como si hubiera lanzado el móvil contra la pared.
―Esto debe ser una broma ―insistió Milo, rascándose bajo la nariz. Intentó volver a comer, pero la cara de Debbie se lo impedía―. Oye… esperemos a ver qué dice Milzy. Mientras tanto disfruta de ese omelette. Me ha costado un ojo de la cara.
Había estado soñando con siluetas de maniquís que se movían de forma mecánica, de pronto estaban en lo alto de una escalera y se precipitaban, cayendo y rompiéndose en pedazos. Se despertó de repente al escuchar un golpe proveniente del exterior, su ritmo cardíaco se había acelerado debido a la extraña pesadilla, pero también por el tropel de recuerdos: la guitarra, el jardinero, el Audi, Emma…
Se pasó las manos por la cara un par de veces antes de incorporarse. Se quedó muy quieta, casi sin respirar, cuando escuchó un murmullo de voces que debían hallarse cerca. Antes que nada, apagó la lámpara cercana. Caminó despacio hasta la ventana, descorrió milímetros la cortina y escudriñó el exterior con ceño fruncido. Al principio no vio nada, pero más allá, cerca de un arbusto que nadie se había tomado la molestia en podar, alcanzó a ver una sombra proyectada en el muro de los vecinos de enfrente. Pensó que tal vez era John o su irritante novia; solían gritonearse en ocasiones, sin importar quién estuviera escuchando.
La sombra se hizo más corta y un hombre corpulento apareció. Llevaba un bastón en el que se apoyaba con dificultad, estaba mirando alrededor, como si buscara algo. La sangre se le fue a la cabeza cuando el hombre posó la mirada en la ventana, pero segundos después la retiró, como si esta no ofreciera nada interesante. Milzy resopló nerviosa, se le revolvió el estómago, pero no quiso apartar la mirada; tenía que saber qué estaba ocurriendo afuera. Pasados unos minutos, un segundo hombre apareció, era de menor estatura y piel atezada por el sol. Parecía que intentaba decir algo, pero el otro sujeto se llevó un dedo a los labios, ordenándole silencio. Alzó la vista y la paseó alrededor para después sacar una especie de paquete de color marrón que le mostró a su acompañante; este sonrió con satisfacción. Se llevó la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó un atado de billetes que intercambió por el paquete. Posteriormente caminaron juntos unos metros, saliendo del campo de visión de Milzy.