Marceline acababa de colgar el teléfono antiguo que su abuela se empeñaba en mantener funcionando. Estaba tan desgastado que había tenido que poner los números con rotulador sobre las teclas.
―¿Quién era, cariño? ―gritó la abuela desde la otra habitación. El sonido del teléfono era tan estridente, que cualquiera que estuviera en casa lo escucharía, incluso desde la última planta.
―Solo vendedores ―respondió y escondió una sonrisa que asomaba a sus labios.
―¿Qué vendían?
―Eh… libros. Biblias o algo así.
La abuela había regresado a la salita en donde Marceline estaba.
―Debiste avisarme.
―Abuela, tienes casi una docena de biblias en el librero… ―empezó a decir―. No necesitas más.
―Uno nunca sabe. Hay algunas versiones de tapa dura y tienen las letras de oro. ―Un suspiro se le escapó ruidosamente y su nieta la miró con una expresión extraña, como si quisiera decirle algo, pero no se atrevía.
—Le diré a Os que si consigue una te lo haga saber.
La abuela pareció reconfortarse con eso y no insistió. Miraron televisión durante un buen rato. Los anuncios de productos novedosos le hacían brillar los ojos y Marceline se esforzaba en persuadirla de que no necesitaba más cosas.
Como ya era muy tarde, la abuela se retiró a dormir. Marceline se quedó otro rato en la salita, jugueteando con el móvil. Estaba indecisa, y la causa era la llamada que había recibido. No era un vendedor de biblias como había dicho, era una llamada proveniente del banco.
Subió a la habitación donde guardaba las guitarras y los accesorios. Tenía ganas de tocar, aquel día no había visto a Milzy ni a sus compañeras de Scarlett, y sus dedos estaban ansiosos. Comenzó a tocar y se introdujo en un espiral de sonidos y recuerdos que la trasladaron años atrás.
El pequeño bar estaba casi fusionado con el café contiguo. La fachada no era en absoluto llamativa, pero la música en vivo era buena. Las mesas redondas estaban unas junto a las otras y apenas dejaban espacio libre para caminar. El escenario también era pequeño, se elevaba apenas unos centímetros del resto del lugar. La iluminación era tenue, de un color tan opaco que parecía humo sucio que flotaba por todos lados. Jessica dejó la chaqueta en el respaldo de una silla y se sentó. Estaba cerca del escenario. Pidió una cerveza y escrutó alrededor.
La banda que había subido al escenario constaba de tres chicos que aporreaban los instrumentos con violencia, intentando atinar alguna nota correcta. El cantante soltaba chillidos y alaridos que, más que armoniosos, eran irritantes. El público protestó y la banda tuvo que detener la presentación. Se alejaron haciendo señales obscenas hacia los espectadores que aplaudieron cuando ellos desaparecieron. Las luces se atenuaron más y Jessica tuvo que entrecerrar los ojos para ver. Se levantó de su sitio. Con la cerveza en una mano y la chaqueta en la otra, caminó hasta el otro extremo, sorteando las sillas hasta llegar a la barra.
―Lo peor que he escuchado ―protestó tan pronto se acomodó en la silla, al lado de una chica que estaba absorta en el contenido colorido de su vaso, parecía solitaria y con aire aburrido. La chica levantó la mirada, pero no parecía sorprendida.
―Solo están ebrios, no tocan tan mal ―contestó haciendo una mueca―. Nunca te había visto por aquí. ¿Primera vez? ―dijo de repente.
―Estoy buscando a alguien.
―Tal vez pueda ayudarte.
―Lo harás ―aseguró y la chica alzó las cejas―. Eres Marceline Taylor, ¿cierto?
La muchacha la observó durante unos segundos, dudando si responder a aquella cuestión o levantarse y echar a correr.
―Soy Jessica Yu ―dijo, tendiéndole la mano.
―Marceline Taylor ―confirmó ella y respondió a su gesto.
―Mucho mejor, ¿no? ―Marceline asintió―. ¿Has escuchado hablar de la banda Scarlett?
―No en realidad ―respondió después de pensarlo un momento. Había vuelto su mirada al vaso, haciendo que Jessica se sintiera irritada por su poco interés.
―Es una lástima.
―¿Han tocado aquí? No me suenan. ¿A quién buscas exactamente?
Jessica sonrió ampliamente, como si esperara que le preguntara eso.
―Una guitarrista, claro está. ―La miró de arriba abajo.
―¿A mí? ―Parecía tan sorprendida que casi derrama su bebida.
Jessica comenzó a hablarle sobre su banda y los problemas que estaban sucediendo con la guitarrista actual.
―No estoy interesada ―dijo cuando Jessica terminó de hablar.
―Debes estar loca. ―Su voz apenas se alzó por encima de la música de la rocola que alguien había hecho sonar. Hizo acopio de todas sus fuerzas para controlarse y no gritarle que no tenía idea de lo que estaba rechazando.
―Lo siento. No creo que sea mi estilo ―dijo y desvió la mirada.
Jessica rodó los ojos y masculló algo en coreano. Después hurgó en el bolsillo de su chaqueta, sacó una entrada y se la dio.
―Tocaremos este fin de semana. Ve.
No le dio tiempo a Marceline de rechazar la oferta de nuevo y se marchó a paso apresurado del bar; la luz sucia se tragó su rastro.