El detective se hallaba inmerso en una especie de letargo, con la mirada fija en la ventana del pequeño hotel; solo alcanzaba a escuchar el rumor de los coches avanzando a alta velocidad. Luchó durante un minuto completo para despegar la mirada, después volvió su atención al lloriqueo que se escuchaba del otro lado del muro. Llevaba varios días sin poder pegar el ojo, el café de la máquina de la recepción no era lo suficientemente eficaz para mantenerlo alerta. Soltó un suspiro ruidoso y salió de la habitación para tomar un poco del aire que se colaba por los pasillos.
Avanzó con determinación hacia la máquina de café, con la intención de beberse otro vaso, pero enseguida se detuvo en seco. La luz del exterior solo lo dejaba ver una silueta que estaba recargada contra el marco de la puerta de entrada.
—Yo no bebería eso si fuera tú. ¡Es horrible! Ya lo he probado —dijo al tiempo que levantaba un vaso vacío—. ¿Tú eres Christopher? —preguntó la silueta de repente.
El detective entornó los ojos al tiempo que la figura se acercaba y se situaba frente a él.
—Sí, usted debe ser la señorita Harder. ¿Lleva mucho tiempo esperando? —Mostró una expresión extraña, le indicó con un gesto de la mano que entrara y se dirigió a la puerta para cerrarla. La pelirroja asintió con la cabeza, luego se sentó sobre un sofá polvoriento.
—Para nada, solo unos pocos minutos. El hombre de allá me dijo que esperara aquí. —Señaló hacia la puerta cerrada. El detective observó su móvil y descubrió que tenía varios mensajes del agente, informándole del visitante que lo esperaba en el vestíbulo. Había estado tan ensimismado que no lo había escuchado.
—Lamento las condiciones del lugar, señorita, pero es por precaución. Además, tengo cosas que me impiden alejarme por mucho tiempo de aquí —aseguró, luego señaló hacia las escaleras con el pulgar.
—Comprendo —dijo Jenn con una sonrisa precavida. Estaba estudiando si el detective era de fiar.
El detective tomó asiento frente a ella y le echó una mirada discreta; aquella mujer se veía tan joven y llena de energía.
—Por lo que entendí en su correo, hay alguien que está dejando una especie de pistas en la clínica —expuso.
—Es correcto. —Jenn comenzó a revolver su mochila y sacó un atado de documentos envueltos en una bolsa plástica—. Estos son los folders que he encontrado.
—¿Los ha hecho revisar para las huellas? —preguntó él con precaución, antes de coger uno. Ella dijo que no. De inmediato, él llamó a uno de sus hombres que se encargó de la tarea en un rincón apartado.
—El primero probablemente tiene las mías, con los otros tomé precauciones —explicó muy seria.
—¿Ha encontrado algo que los relacione? —preguntó, con las cejas bajas. Estaba comenzando a sudar debido a la puerta cerrada.
—Pertenecen a chicas jóvenes que fueron recluidas a causa de problemas como esquizofrenia o psicopatía. Pero eso no es todo…
Volvió a hurgar en el bolso y puso delante del detective las fotos de las rosas que había tomado Harold la primera vez, el amuleto y la figura regordeta del gato dorado.
—¡Qué extraño! —afirmó él mientras miraba con detalle los objetos. Los examinó desde la distancia y luego indicó al agente que también les echara un vistazo para buscar huellas.
—Corríjame si me equivoco, señorita Harder, pero ¿estos objetos son de la cultura japonesa?
—Así es. Los encontré muy cerca de los expedientes.
—¿Tiene algún sospechoso? —preguntó.
—Francamente, los tenía, pero me parece que las cosas han cambiado desde entonces.
Jenn le relató los acontecimientos que involucraban al director de la clínica y a la psicóloga. Él asentía a cada tanto, pero daba la impresión de que su mente estaba muy lejos de ahí. El hombre que estaba revisando los documentos y los objetos se acercó, movió la cabeza negativamente.
—No hay nada, detective. Parece que usaron guantes para no dejar ni una huella. Todo está limpio. A excepción del folder que la señorita nos señaló.
—De acuerdo —dijo al fin. Con un gesto echó fuera al agente para poder continuar—. La ayudaré a investigar, pero como le mencioné en la información que le envié por correo —bajó la voz hasta susurrar—: esto quedará entre nosotros, sin involucrar a la policía. Por lo tanto, no podré ayudarla con algo más que información.
—Es perfecto, Christopher. ¿Por dónde comenzamos?
Volvieron a analizar los folders, el detective hacía anotaciones en un viejo cuaderno que siempre llevaba consigo. Christopher era un detective recto, sin embargo, tenía una naturaleza llena de curiosidad y habilidades que le eran difíciles de emplear en su entorno, de manera que trabajaba «ilícitamente» en algunos casos en los que nadie, por alguna u otra razón, quería involucrar a la ley. Era capaz de conseguir información de forma ilegal por varios medios, incluyendo contactos del mundo criminal y delincuentes virtuales. Había logrado resolver una cantidad considerable de casos gracias a ellos. En ese momento se encontraba entusiasmado, pues el caso de la doctora era extraño y le daba mucha curiosidad.
Todavía cabía la posibilidad de que alguien le estuviera tomando el pelo a la doctora, o que intentaran mantenerla a raya de las cosas que realmente ocurrían.