Esa noche soñó con los afiches del vestíbulo y con el abdomen desnudo de Milzy. Despertó agitada y ligeramente excitada. Abrió los ojos en medio de la penumbra y buscó el interruptor de la lámpara. El sonido rebotó por todos lados, haciéndola llevarse las manos a la cara y descubrir que estaba empapada de sudor. Tenues haces de luz comenzaban a proyectarse en el suelo como zarpas dispuestas a desgarrar la alfombra; estaba a punto de amanecer.
Marceline tomó el móvil, puso una canción que ahogó la silenciosa mañana y se incorporó de la cama; estaba segura de que ya no se iba a poder dormir. Estiró los brazos al tiempo que agitaba la cabeza al ritmo de Cybersleep de Lacuna Coil. Subió un poco más el volumen y se metió a la ducha.
Tenía que deshacerse de las sensaciones que le habían quitado el sueño y por un momento intentó sacar a Ash Devil de su cabeza. El agua fría le provocó un estremecimiento, exhaló un gemido fatigoso mientras el agua corría, opacando el sonido de la música. Optó por una ducha corta. Abandonó el cuarto de baño y se precipitó hacia la habitación todavía con la cabeza echa un lío.
Solo después de cinco canciones y un desayuno ligero, fue capaz de despejar su mente. Sus dedos inquietos buscaron la guitarra y se puso a tocar hasta que el sol se elevó en el cielo. Su mente se negaba a deshacerse de la imagen de Milzy, se encontró evocando el color extraño de sus ojos cuando estaba forzando la cerradura de su propia casa. Desvió la mirada hacia la pared, hacia el nuevo afiche que le había regalado; no se atrevió a deshacerse del anterior. Ni una pizca de edad pasaba por su rostro, después de tres años se veía exactamente igual. Aunque pudo notar que su mirada era distinta, más sombría y se había endurecido un poco. No pudo evitar preguntarse qué había sucedido durante ese tiempo. ¿Qué había provocado aquel cambio?
Una de las cuestiones que le llegaron a la cabeza fue la pregunta que Milzy le había hecho cuando se enteró de su salida de Scarlett. Al principio no le dio importancia, pero ahora se le antojaba como un horrible peso en el estómago. Por fortuna, ya no habían vuelto a tocar el tema. Dejó la guitarra a un lado y caminó pesadamente hasta la cama en donde se dejó caer entre las almohadas, hundiendo el rostro en su suavidad.
Dio un respingo cuando su móvil comenzó a vibrar bajo su cuerpo; había olvidado que lo tenía en el bolsillo. Parpadeó con aire de confusión al ver el nombre de su abuela en la pantalla. Se puso tan nerviosa, que el móvil se le resbaló y fue a dar contra la guitarra. Se tapó la cara e hizo una mueca al escuchar el crujido. El móvil quedó intacto, pero su preciado instrumento salió derrotado con una ligera raspadura en el cuerpo. Además, había perdido la llamada. Meneó la cabeza y le echó una mirada extraña a la guitarra, como si le reclamara por lo ocurrido. Después de pensárselo un rato, decidió no devolver la llamada; su abuela tampoco insistió.
Como no podía acceder a ninguna de sus cuentas hasta que investigaran a fondo el caso de intervención, entró al sitio web de Cabaret como «invitado». La noticia del fallo de la dinámica saltaba al principio. Una fotografía de Milzy y Jessica aparecía en la parte superior, y una de Nina Chambers en medio de ambas. Las llamaban: «Las reinas de La Noche de Brujas». Milzy rodó los ojos ante el título, le parecía un tanto cursi, pero aun así sintió un poco de alegría.
Todavía no terminaba de asimilar lo que había sucedido esa noche. Eran tantas emociones que habían formado un embudo en su interior e iban manifestándose de una en una. Y la que estaba tomando fuerza y luchaba por salir era esa que le había provocado la psiquiatra. Sintió que su rostro se calentaba, se le puso la piel de gallina y esbozó una sonrisa un tanto boba.
Se encontraba sentada en la cama con las piernas cruzadas y el portátil sobre estas. Se echó hacia atrás, llevándose las manos detrás de la cabeza. Se quedó mirando hacia la ventana, hacia la tenue luz de la mañana. Un viento ligero se colaba por un resquicio y hacía ondear la cortina. Milzy se quedó ensimismada durante unos segundos hasta que el sonido del móvil la sorprendió.
Miró la pantalla y resopló ruidosamente. Le sorprendía que el detective la estuviera llamando hasta ese momento. Estaba segura de que el agente le había informado lo sucedido en cuanto hubo regresado. Seguro iba a armar una buena.
—¿Qué pasa? —respondió con desgana. Dejó a un lado el portátil y se puso en pie para desperezarse.
Su interlocutor bufó.
—Lamento lo de ayer —dijo el detective. Milzy arqueó las cejas, incrédula—. No quería que te marcharas en esas condiciones.
—¿Para eso me llamaste? —preguntó en tono ligeramente brusco.
—Bueno, no en realidad. —De pronto se puso serio—. Creo que deberías venir a la galería.
El tono que había empleado hizo que a Milzy le dieran escalofríos.
—Iré en un momento.
—Tómate tu tiempo, no te apresures —dijo él.
—De todas formas no tengo nada qué hacer —aseguró y colgó.
Lanzó el móvil a la cama y bostezó. No tenía ganas de ir a la facultad. Además, la actitud del detective no le había gustado nada. No la había reprendido por su escape, tampoco le había preguntado a dónde había ido. Algo debía estar ocurriendo, y como de costumbre, él lo mantenía en secreto.
Ahora que el asunto de la dinámica había concluido, decidió enfocarse en desenredar la maraña que la envolvía, y quería comenzar haciendo una visita antes de acudir a la galería. Cuando se llegó el mediodía salió de casa y echó a andar hacia el coche con pasos ligeros. Alzó la cabeza para escrutar el cielo con ojos entornados.