Un día después de estar en New York fui donde Amet a dejar los recados, este reaccionó de la manera que esperaba: se negó a volver a su país natal a menos que sea una emergencia que incluya a su madre.
Esa noche compramos pizza y cervezas, cenamos entre bromas y risas, o así fue hasta que alguien tocó la puerta de Amet.
Asher...
El estupido tenía la costumbre de aparecer en los lugares menos esperados en los momentos no indicados, esa noche no fue la excepción y volví a verlo.
Mi cuerpo quedó paralizado mientras mi cerebro trataba de buscar una explicación y cómo salir de ahí.
Quería lanzarme por la ventana y escapar.
Quería esconderme debajo de la mesa.
No podía procesar lo que estaba pasando en ese momento, pero aún así eso no me impidió recorrerlo con la mirada.
¡Dios mío! Esos tres años le habían sentado bien, estaba más musculoso, su cara ya no tenía esos rasgos aniñados, era todo lo contrario a cuando lo conocía.
Mandíbula cuadrada, hombros anchos, el pelo largo como siempre lo había tenido, la mirada era diferente, ya no tenía ese brillo.
Asher era un hombre y nunca estuve preparado para eso.
Él fue quien rompió el hielo, fue el primero en hablar y su voz, ¡Dios mío su voz!, Era más áspera, ronca, varonil.
Dió dos zancadas hasta llegar a mi y me abrazó, joder, me abrazó y yo seguía sin moverme, sin saber cómo reaccionar, sin saber lo que estaba pasando.
—Me alegra volver a verte, Brandy.
Y en medio de ese abrazo incómodo que yo no logré corresponder me sentí aterrizando y a la vez en casa.