Faltaba un mes para retomar las clases y ese día en especial tenía una pequeña cita con un chico que conocí la noche anterior en un bar.
La cita, a decir verdad, fue entretenida, la mejor que había tenido en dos años, el chico era lindo, agradable y sus ojos marrones transmitían calidez.
Me calló mejor —aún más— que la noche anterior cuando tuve el placer de hablar con él, acordamos tener otra cita en dos días.
Y así estuvimos, teniendo citas casi todos los días durante dos semanas, semanas en las que verdaderamente me llegó a atraer el chico.
Vivía entre el drama de Amet y su profesor, encerrado en mi habitación de hotel y tratando de esquivar lo más posible a Asher, algo que era bastante difícil —por no decir que imposible—, cada que le cancelaba algún plan que él proponía, o una salida de los tres aparecía en el hotel y me obligaba a ir, varias veces me llevó a rastras.
La situación divertía a Amet, que cada dos por tres se burlaba de nosotros, me dejé ser por ese tiempo, ya que al fin y al cabo pronto me iría a Inglaterra y no sabía cuándo volvería a verlos.
A mi, en cambio, me hacía sentir aún peor que años atrás.
Quería volver a huir.
Quería tener una oportunidad con Asher.
Quería ser alguien especial para él.
Quería ser ese alguien para él.