Ashter

I

Sonrisas.

Siempre son sonrisas, las que los seminaristas se dedican a primera hora de la mañana; todos están en absoluto silencio, pues, sus primeras palabras deben ser para Dios.

De entre todos los jóvenes con sotanas negras, hay uno que se muerde las uñas de forma insistente, sus cabellos negros, no se encuentran perfectamente peinados como suelen estar. Algo le carcome la cabeza, la causa más razonable, sería su oscuro secreto, uno que lo asfixia y lo mantiene al borde del colapso, pero.... no es eso, esta vez es diferente.

Otra vez tuvo el mismo sueño.

Sería más adecuado llamarlo “parálisis del sueño”, todos los días, a las 00 horas, Alan se quedara completamente estático sobre su catre, como una pesada piedra, tanto así que ni siquiera puede mover su lengua para gritar, y en una esquina de la pateadera, una gran sombra negra lo vigila, lo único visible son los dos ojos dorados de ese ser, es como si, un terrible depredador lo acechara, marinándolo en miedo para luego comérselo con más ganas.

Simplemente escalofriante.

Pero no entremos más en el tema, justo ahora, Alan ha sido interceptado por el pelirrojo de nombre Agustín, que se le cuelga de los hombros, como si fuese una mochila, sin importarle en absoluto arrugarle la sotana que con tanto esmero plancho la noche anterior.

—Quítate —se queja moviendo sus brazos para bajar a su molesto amigo.

Todos los seminaristas alrededor detienen sus pasos, y de forma sincronizadas giran su rostro hacia el chico, quien se encoge de hombros sin saber que hacer, lentamente Agustín baja, sintiendo culpa.

Nadie habla, está claro el porqué, pero en sus caras se denota el reproche hacia Alan, ha cometido una infracción, Marcos, el tipo de ojos café que caminaba delante de ellos, saca una canica dorada, se acerca y la pone en la mano de Alan, después de esa acción, todos retoman sus pasos como si nada hubiese pasado.

La cabellera castaña de Marco se aleja dejando a Alan mirando fijamente la cuenca, Agustín le toca el hombro con suavidad repetidas veces, gira su rostro para verlo con una mirada de molestia, el pelirrojo juntas sus dos manos pidiendo perdón con la mirada, si no fuera por él, Alan no hubiera recibido la canica.

Hoy le tocan 30 azotes y 30 padre nuestro.

Alán ignora al pelirrojo y retoma su camino hacia la capilla mayor de Miguel arcángel para la santa eucaristía, esta capilla es la más hermosa del seminario, sus paredes son enteramente blancas, y en el altar se encuentra un retablo de madera con la imagen de Jesús crucificado en el medio, a su lado está la virgen María, y del otro lado el arcángel miguel.

«Veni Creator Spiritus

Mentes tuorum visita

Imple superna gratia

Quae tu creasti, pectora...

La eucaristía da inicio con esa canción.

Hombres con túnicas blancas sobre su sotana negra, hacen acto de presencia, el turífero es el que abre la procesión, a su lado izquierdo está él porta naveta, detrás el portacruz, junto a otros dos compañeros que llevan los cirios, luego vienen los padres formadores.

Lo que hace que el corazón de Alan se oprima, es la alta figura de piel morena que llega al altar después de los demas, le resulta extrañamente familiar, inconscientemente sus ojos chocan contra los de esta persona, se miran por tan solo unos segundos, pero solo eso basta para que se vuelva a morder las uñas con ansias.

No lo entiende, jura que no lo entiende, ese hombre... no parece conocerlo de ningún lado, pero sin embargo le ha causado un miedo terrible, el tan solo ver su sonrisa le ha espantado.

Los niños del coro dejan de cantar, y automáticamente todos comienzan a persignarse, por fin han roto silencio.

Agustín empuja con su codo a Alan para que haga lo mismo o recibirá otra canica, él deja de morderse las uñas, retoma la compostura y se persigna como si nada hubiese pasado.

En el altar hay una mesa, detrás de esta se encuentra el obispo Anselmo, a tres metros se ubican los padres formadores, dos curas, tres diáconos, y por supuesto el hombre desconocido.

—Tengan ustedes muy buenos días, me alegra estar presente junto a todos ustedes, tuve un viaje largo, pero por fin estoy de regreso, y traje a un buen amigo que hice, me complace presentarles al padre Ash Leroy, un invitado que vino desde España, solo para ayudarnos a guiarlos.

El nombrado baja la cabeza en asentimiento sin perder su postura de seriedad, luego la levanto con una sonrisa cálida, en sus ojos marrones se podía ver amabilidad absoluta.

—Que Dios todo poderoso este con nosotros, tenga misericordia y perdone nuestros pecados, para que nos lleve así a la vida eterna, confesemos nuestras ofensas y oremos por ser perdonados —el obispo vuelve ha hablar y acto seguido todos bajan su cabeza para orar.

Otro día más.

Ruega a Dios para que lo limpie de tan impuro pecado, quiere dejar de sentirse enfermo

Una risa se escucha cerca de su oreja, y junto a ella una presencia esta justo frente a él, es como si unos escasos centímetros los separaran, y el sonido de una lenta respiración le acariciara la mejilla, quiere abrir sus ojos, pero no puede, ha dejado de sentir le presencia de los demas desde hace un rato, es como si estuviera solo en un espacio calmado, en donde solo se mezcla su respiración con la del otro ser.

Su piel empieza a sentirse tremendamente fría, de forma inconsciente intenta abrazarse a sí mismo, pero sus brazos no le responden, están tan pesados, como si fueran bloques de hierro de más de 30 kilos, si intentara levantarlos terminaría con una hernia.

Esta es una sensación muy conocida para él.

Pum, ¡pum, ¡pum!!!...

Los latidos de su corazón empiezan a acelerar como locomotora en movimiento, su garganta pica y quiere rascarla a como dé lugar, pero su cuerpo no responde, el cosquilleo lo irrita y desespera, quiere gritar, necesita gritar, pero sus dientes están tan apretados y su mandíbula no quiere abrirse, siente que si la fuerza más, esta se va a dislocar; el cosquilleo en su garganta es reemplazado por sequedad, una que incluso está empezando a quitarle la respiración, su corazón se hunde, pero pronto retoma con más agresividad sus latidos, es tanta que siente que se le va a salir del pecho exigiendo respirar.




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