Ashter

II

La Santa Eucaristía terminó con los nuevos miembros de primer año, quienes ingresaban al seminario para un futuro convertirse en sacerdotes. Durante todo el suceso, Alan estuvo con la mente en otro lado, todo está aún fresco en su memoria y cuerpo, simplemente no es fácil de ignorar.

Mueve su cabeza evitando pensar en eso, es mejor mantener la calma.

—Muero de hambre —se queja Agustín— si no ingiero esa minestrone, serás el que organice mi entierro, estará estipulado en mi testamento —dramatiza moviendo los hombros de Alan con fuerza.

El pelirrojo está tratando de actuar lo más normal posible, de lo contrario sería muy incómodo debido a los sucesos de la mañana.

—No exageres—sacude sus hombros para alejarlo, aun esta disgustado con su amigo, aunque sabe que parte del castigo es su culpa.

Lo deja atrás cruzando el jardín, con rumbo al comedor de la casa parroquial, un lugar abierto realmente grande de columnas blancas que sostienen el techo, solo una parte está cubierta por paredes, esa es la cocina. Las mesas ya están ordenadas y limpias, la mayoría de personas está de pie al lado estas, a excepción de algunos otros que van llegando.

—Huele delicioso —dice Agustín, quien ya lo alcanzo.

Vuelve a ser ignorado.

Esto hace que el pelirrojo cierre la boca y deje de hablar, esta vez, Alan se ve realmente enojado.

Todos están de pie en sus respectivas mesas asignadas, es como el inicio de clases en donde cada quien reserva su mesa y esta le dura hasta el final del año, de manera inconsciente cada seminarista respeta el sitio de los otros y se ubican con sus respectivos compañeros de habitación.

Al extremo superior del comedor, se encuentran los miembros del clero, y entre ellos está el invitado especial acompañando al obispo.

Nadie puede sentarse hasta que algún padre formador o miembro del clero venga a dar bendiciones por la comida, eso es algo que se explica en el primer día de ingreso.

Un hombre que ya está por pasar a su etapa de jubilación, nada más se hace el duro, se acerca a dar las bendiciones.

Es el padre formador de teología universal.

—Señor, Dios nuestro, tú que bendices a toda criatura, bendice a las madres pasionistas por preparar el alimento para nuestros cuerpos físicos, y permítenos disfrutar en abundancia.

—Amén —dicen todos en coro.

—Que el Señor nos bendiga, nos preserve de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

—Amén —vuelven a repetir.

Todos los seminaristas por fin toman asiento, solo Alan y sus compañeros de cuarto se mantienen en pie, hoy les toca a ellos repartir los alimentos, los turnos siempre varían, usualmente cada dos lunes, les toca a ellos.

—Yo reparto los panes —se apresura a hablar Agustín, quién literalmente corre hacia la cocina en busca del carrito con ese alimento.

Todos ruedan los ojos antes de seguirlo, en menos de 5 minutos, cuatro jóvenes se encuentran empujando los carritos con comida, y tres de ellos empujan disimuladamente hacia el frente a Alan.

siempre le hacen eso.

Tienen temor de darle una mala impresión a los del clero, a quienes por respeto se les debe servir primero.

—Apresúrate, no debes hacerlos esperar —le susurra Thomas, un tipo alto de cabellos castaños y mirada amigable.

Alan evita voltear a verlo, a pesar de que Thomas lusca amable, se toma muy enserio absolutamente todo, y en cierto punto puede llegar a ser intimidante; suspira y niega con la cabeza mientras empuja el carrito a la mesa principal, en donde una animada charla se desenvuelve, especialmente entre el padre Ash y el obispo.

—Buenos días —saluda con una pequeña sonrisa forzada.

Estos lo miran y asienten dando a entender que puede dejar el desayuno, y así es como lo hace, pasa de sitio en sitio dejando el minestrone, mientras más avanza más se impregnan sus fosas nasales de un perfume raro pero agradable, es difícil de identificar pero capta ciertos toques de...¿Fuego? ¿cenizas?, no puede definirlo con seguridad.

—¿Como te llamas? —un aliento tibio se siente en su oído, junto a un tono de voz ronco y suave.

Esto le resulta familiar.

Sus manos tiemblan, y los latidos de su corazón vuelven a resonar con fuerzas, el plato en su mano se balancea derramando algunas gotas del alimento, el cual está a punto de caerse por completo, de no ser por una morenas y grandes manos que lo sostienen, dejando el plato en la mesa con delicadeza.

—Ten cuidado, puedes quemarte.

Alán sigue temblando evitando levantar la cabeza y ver al dueño de esa voz, pero el carraspeo del obispo, y la dura mirada de los otros miembros en la mesa, hacen que solo se sienta más cohibido, queriendo abrir sus labios y contestar la pregunta, más su boca no logra formular palabra alguna.

La misma mano que antes lo había ayudado con el plato, justo ahora le está cogiendo la muñeca con total delicadeza, y con su otra mano libre sostiene un pañuelo negro, con el cual comienza a limpiarle las gotas de comida que le cayeron, felizmente la minestrone estaba tibia, de lo contrario, Alán se hubiese quemado y generado una ampolla.

Su cuerpo esta estático y quieto, aun así intenta forcejear para quitar su mano de entre las del moreno, pero no logra moverla ni siquiera un milímetro.

—Se te hizo una pregunta, ¿no vas a responder? —el obispo interrumpe el ambiente con una voz en tono de reproche.

Alan levanta el rostro por fin mirando al obispo con culpa, asiente rápidamente con la cabeza y gira su rostro hacia el hombre que no ha dejado de limpiarle la mano, tragándose un jadeo ante la intensa mirada del moreno, sus ojos son de un dorado puro, y una sonrisa divertida parece estar surcándole los labios.

¿Por qué nadie se da cuenta?, esto no es normal.

Se pregunta así mismo, quiere pedir ayuda, pero su boca no quiere formular esa palabra.




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