Así se gobierna el mundo

5. Amiga de mi enemiga

La brillantina en mi sombra de ojos parece temblar, señal reflejo de la agitación que siento. Es la noche de mi show y no sé si estoy a punto de subir al escenario o a ser sacrificada en una ceremonia pública. Las paredes del pequeño camerino parecen acercarse, aprisionándome en este limbo pre-show.

Estoy agotada. Agotada hasta la médula. Después de un día de trabajo caótico, diría apocalíptico, en realidad. Entre organizar la conferencia de prensa -un circo de tres pistas donde la principal atracción resultaría ser yo-, lidiar con los cuchicheos en la oficina y no desmayarme de pura ansiedad, siento que he vivido un mes comprimido en las últimas doce horas. He bebido tanto café que puedo olerlo saliendo por mis poros. Pero aquí estoy, parada frente al espejo del camerino de mi club de stand-up favorito, tratando de convencerme de que esto es una noche normal. Una noche como cualquier otra.

Mentira. Una vil y flagrante mentira. Se terminó mi vida como standaupera entre las sombras.

Porque no es una noche normal. Para nada. Usualmente, a lo sumo, hay una docena de borrachos universitarios y un par de parejas en crisis buscando una distracción. Pero hoy… hoy afuera hay cámaras, muchas. Hay reporteros, apretujados tras las vallas, con la mirada hambrienta de buitres. Hay extraños murmurando mi nombre, "Eleanor Hayes" en susurros cargados de morbo y expectativa. Y ahí estará además una persona en especial en la audiencia que hace que quiera meterme debajo del sofá y no salir nunca más, hibernar hasta que este circo se acabe: el gobernador Becker Hunter, el hombre que, sin proponérmelo, me ha convertido en la persona más comentada de la ciudad.

La puerta del camerino se abre de golpe, interrumpiendo mi espiral descendente. Es Julia, mi mejor amiga y compañera de fechorías, que está conmigo en el camerino, cruzada de brazos y sonriendo de oreja a oreja. Siempre irradiando optimismo, incluso cuando el mundo se cae a pedazos.

—¿Lista para ser la comediante más analizada de la historia? —bromea, aunque sé que hay un dejo de preocupación en sus ojos.

—Totalmente lista para vomitar sobre mis propios zapatos. ¿Dónde está Matt?—respondo con un suspiro que parece arrastrar el aire del camerino conmigo. Mi boca está seca como el desierto.

—Ayudando a ordenar el caos de gente que quiere entrar.

—Deja de bromas. Jamás hemos tenido uan sala llena.

Julia ríe, una risa contagiosa que, por un segundo, logra aliviar la tensión. En un intento de distraerme, saca su teléfono y me lo muestra. La pantalla brilla con luz artificial en la penumbra del camerino.

—Mira quién está en primera fila.

Observo la pantalla y, en un instante, mi estómago cae al vacío, dos veces quizá considerando que el primer impacto es que sí, está abarrotada de gente.

Siento como si hubiera perdido un ascensor sin frenos. Es una foto tomada hace pocos minutos. Un hombre atractivo, con una sonrisa de medio lado, una sonrisa que recuerdo demasiado bien, y una postura relajada, sentado en una mesa cerca del escenario. Lleva una chaqueta de polo sobre los hombros anchos que le confiere mucha seguridad y una copa de vino tinto entre los dedos. Sé perfectamente quién es. Lo conozco demasiado bien.

—¿QUÉ HACE AQUÍ?—exclamo, arrebatándole el teléfono casi con violencia. Mis dedos tiemblan.

—Pues lo mismo que todos los demás: vino a verte —dice Julia, encogiéndose de hombros con una inocencia fingida. Está disfrutando este momento. Lo sé.

No puede ser. No puede ser que mi ex esté aquí. Después de años, después de jurar que nunca más lo volvería a ver. Como si no tuviera suficiente con el gobernador y la prensa siguiéndome los pasos, ahora también tengo que lidiar con fantasmas del pasado. ¿El universo ha decidido poner a prueba mi estabilidad emocional? ¿O simplemente se está burlando de mí?

—Esto es una pesadilla —murmuro, pasándome una mano por el pelo. Necesito un trago. Necesito salir corriendo. Necesito…

Antes de que pueda procesarlo del todo, alguien toca la puerta. Tres golpes suaves, pero que resuenan como truenos en el silencio tenso del camerino. Es el encargado del lugar, un hombre mayor llamado Frank, que siempre me ha tratado bien, con la condescendencia paternalista que reservas para los artistas principiantes. Pero esta vez luce un poco nervioso. Tiene el ceño fruncido y se frota las manos contra el pantalón.

—Señorita Hayes, hay alguien que quiere saludarla antes del show. En privado.

Trago saliva, sintiendo un nudo formándose en mi garganta.

—¿Quién?

Frank vacila, su mirada esquiva la mía.

—El gobernador Hunter… y su acompañante.

Oh. Genial. La noche sigue mejorando. Esto es como una película de terror, pero en vez de un payaso asesino, tengo a mi ex y al gobernador que es un bombón.

Julia me da un empujoncito hacia la puerta y me susurra al oído: “Respira. Sonríe. Y no digas nada que pueda terminar en otro escándalo.”

Tomo una respiración profunda, tratando de calmar el torbellino en mi interior. Abro la puerta y allí está él. Becker Hunter. Infernalmente guapo, como siempre. Su cabello oscuro perfectamente peinado, su mandíbula afilada, sus ojos azules que podrían derretir glaciares. Lleva el poder en el porte. Pero esta vez no está solo. A su lado hay una mujer deslumbrante, con un vestido elegante pero discreto, color esmeralda, que resalta sus ojos claros, y un aire de sofisticación imposible de ignorar. Rubia, de ojos claros, piel perfecta, y con un acento que delata sus raíces al instante.

—Es un placer conocerte, Eleanor —dice ella con una sonrisa genuina, extendiéndome la mano. Su agarre es firme, seguro. No parece una socialité hueca.

¿En qué momento he entrado en una película?

—Becker me ha hablado mucho de ti.

¿Lo ha hecho? ¿Qué exactamente le ha dicho? ¿Que soy la loca que casi le arruina la carrera con un chiste sobre su peculiar forma de colocarse sus corbatas de terciopelo?




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