La cena comienza con tintes tan extraños que no entiendo por qué soy la única que nota que algo aquí está fuera de lugar.
Primero, que mis amigos me acompañan en la noche que debería haber sido el mayor fracaso de mi vida, segundo que mi ex ha venido, tercero que mi jefe quien es el gobernador también pasó a verme (pero no se quedó a cenar) luego de que confesé fantasías románticas con él en público y cuarto, su novia polaca bellísima también decidió venir. La verdad, me siento un poco fuera de lugar. Yo, con mi historial de caídas en público, mi afición por las bromas de dudoso gusto y mi tendencia a decir lo primero que se me viene a la cabeza, no encajo en este escenario de perfección prefabricada el cual se ha generado justamente por mi responsabilidad y mi éxito incontrolable.
Katarzyna, en cambio, se mueve como pez en el agua. Es un encanto. Simpática, divertida, inteligente y, para colmo, increíblemente hermosa. Conversa con todos con la misma facilidad, cuenta anécdotas graciosas con su acento polaco y hace reír a Julia y a Matt con cada comentario. Sinceramente, empiezo a sospechar que es una espía enviada por el gobierno polaco para robar nuestros secretos de estado con su irresistible carisma.
Julia, por su parte, está en su máximo esplendor. Irradia confianza, coquetea descaradamente con el camarero y no deja de hacerle cumplidos a Katarzyna. Se nota que está disfrutando de la atención. Y, sinceramente, me alegro por ella. Julia merece toda la felicidad del mundo. Además, su buen humor ayuda a disimular mi propia incomodidad.
Matt… bueno, Matt ha asumido el papel de maestro de ceremonias y se encarga de mantenernos a todos entretenidos con su usual sarcasmo. Lanza chistes ingeniosos, imita a famosos y no duda en hacer bromas conmigo cada vez que tiene oportunidad. Es molesto, pero a la vez divertido. Matt es como ese hermano mayor que te avergüenza en público, pero que en el fondo te quiere con locura.
Y luego está Liam.
Liam, mi ex. El culpable de mi insomnio ocasional, el responsable de mi colección de canciones tristes y el principal sospechoso de la inexplicable desaparición de mi sentido común. Sentado justo frente a mí, con esa sonrisa de tipo que sabe que es atractivo, con ese aura de confianza que parece gritar “soy irresistible”, con esos ojos que me miran como si supiera algo que yo no. Y, por supuesto, con su innata habilidad para molestarme en menos de diez palabras.
—¡Este brindis es un honor enorme! Eleanor, felicidades por hacer historia esta noche —dice, mientras toma un sorbo de su copa de vino tinto tras un nuevo brindis de parte de todos. Su voz suena ligeramente burlona, pero también hay una pizca de admiración en ella. —No todos logran una caída tan icónica y convertirla en un fenómeno viral y en un acto triunfal de la noche a partes iguales.
—Gracias, gracias —respondo, inclinándome con fingida modestia. Intento sonar desinteresada, pero en el fondo me halaga su comentario. —Yo solo intento ser una inspiración para las futuras generaciones de artistas torpes. Quiero que sepan que no importa cuántas veces se caigan, siempre pueden levantarse, sacudirse el polvo y seguir haciendo el ridículo.
Katarzyna se ríe con entusiasmo, aplaudiendo como si fuera mi fan número uno. Su reacción me sorprende y me agrada. Empiezo a pensar que tal vez, solo tal vez, no sea tan perfecta como aparenta. O lo es demasiado y por eso cae de perlas.
Julia, por otro lado, me da un codazo y susurra:
—Esa tensión entre ustedes se corta con un cuchillo de untar. Necesitan reconciliarse o pelearse de una buena vez. ¡Elijan una!
La ignoro. No quiero darle la satisfacción de saber que tiene razón. La tensión entre Liam y yo es palpable. Se siente como una corriente eléctrica que recorre el aire, amenazando con provocar una chispa en cualquier momento.
Pero Liam no la ignora. Me mira con esa expresión traviesa que siempre me sacaba de quicio y que, si soy honesta conmigo misma, sigue haciéndolo. Es una mirada que mezcla diversión, desafío y un toque de… ¿nostalgia? No lo sé. No quiero analizarlo demasiado, pero logro salirme del tema y entrar en otros que no tienen que ver con la tensión sexual entre mi ex y yo, el cual seguramente se acercó tras mi éxito comercial en redes por el momento.
Y así sigue la noche. Entre bromas, comentarios sarcásticos y miradas que van de desafiantes a… bueno, algo más. Algo que no quiero analizar demasiado porque me conozco y sé que si lo hago, terminaré en problemas.
Pero debajo de la superficie, la tensión sigue presente. La atracción entre Liam y yo es innegable. Se siente como un imán invisible que nos atrae el uno hacia el otro, a pesar de nuestros mejores esfuerzos por resistirnos.
En un momento dado, Katarzyna nos pregunta cómo nos conocimos. Julia y Matt intercambian miradas significativas. Yo me tenso. No quiero revivir los detalles de mi relación con Liam. No quiero recordar los momentos felices, ni los momentos tristes, ni los momentos en los que pensé que íbamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos.
Pero Liam responde antes de que pueda siquiera abrir la boca.
—Nos conocimos en una fiesta —dice con una sonrisa nostálgica. —Eleanor estaba bailando sola en medio de la pista, completamente ajena al mundo que la rodeaba. Me enamoré de ella al instante.
Sus palabras me sorprenden. No recordaba que me viera de esa manera.
—Fue más complicado que eso —digo, intentando minimizar el romanticismo de su relato. —Él estaba borracho y yo estaba intentando escapar de un tipo que no entendía el concepto del espacio personal.
Katarzyna se ríe.
—Suena como el comienzo de una gran historia de amor.
—Terminó como una gran historia de desamor —replico, con un tono amargo.
Liam me mira con tristeza.
—No tenía que ser así.
—Lo sé —digo, evitando su mirada.
El silencio se instala en la mesa. Un silencio incómodo, pesado, que parece durar una eternidad.