Así se gobierna el mundo

9. Payaso de circo

—Felicitaciones por el éxito en el show. Además, veo que tuvo una noche… entretenida, señorita Hayes —dice el gobernador Hunter, sin dignarse a levantar la vista de una montaña de papeles que parecen contener los secretos del universo o, más probablemente, los presupuestos para la reparación de algún bache olvidado en una carretera secundaria o las tratativas para sacar adelante el partido al cual pertenece.

Me quedo clavada en el umbral al escucharle antes de que sepa que me ha visto llegar. Clac. El último taconeo resuena como un disparo en la quietud. Mi cerebro, ese órgano maravilloso y traicionero, empieza a trabajar a mil por hora, como una centralita telefónica durante una crisis de caída de líneas. ¿Se ha referido solo al show, a la cena o a lo que vino luego con Liam? ¿"Entretenida"? ¿Qué significa "entretenida" en el diccionario Hunter? ¿Significa "mi novia te vio salir del restaurante con Liam O'Connell, ese periodista guapete pero potencialmente problemático, y luego te vi volver sospechosamente tarde tarareando algo que sonaba peligrosamente a Abba"? ¿O significa simplemente "pareces un poco más despeinada de lo habitual, que seguro saliste huyendo de tu ex para llegar luego hasta acá"?

Analizo la frase. Cada sílaba. El tono: neutro, tan plano como una tabla de planchar olvidada bajo una pila de ropa. La intención: indescifrable, como un jeroglífico egipcio escrito por un médico con mala letra. No hay emoción aparente, cero inflexiones, nada. Pero conozco este juego. He pasado años leyendo públicos, descifrando si esa tos es una crítica velada o solo alergia al polvo del local. Y en la voz de Hunter, o más bien, en la ausencia de emoción, detecto algo. Una corriente subterránea. Una nota discordante en la sinfonía de su impasibilidad habitual.

Decido activar el protocolo "Hacerse la tonta" y dedico una sonrisa radiante, quizás un poco demasiado amplia.

—¿Noche? ¿Mi noche? Oh, sí, sí, ¡increíble! Dormí como un tronco. Bueno, como un lirón. O un oso en hibernación. ¡Un combo! Las almohadas de mi apartamento son... ¡mágicas! Pura nube. Creo que hasta soñé que ganaba un premio Nobel de la Paz por inventar un chiste tan bueno que curaba el mal humor mundial. Una cosa loca. ¿Y usted, señor Hunter? —pregunto, cambiando de tema con la sutileza de un elefante en una cacharrería—. ¡Y gracias por ir al show, fue todo sumamente emocionante!

Él, por fin, levanta la vista. Y ahí están. Los Ojos. Con mayúscula. Esos iris como acero que parecen capaces de perforar el alma, analizar tus pecados fiscales y juzgar tu voto en las últimas elecciones, todo en menos de un segundo. Si no fuera porque mi carrera en el stand-up me ha curtido la piel contra miradas críticas (y ocasionales proyectiles de lechuga), probablemente me habría derretido en un charco de nerviosismo y maquillaje barato ahí mismo, en su carísima alfombra persa. Siento cómo su mirada me escanea, probablemente detectando los restos de rímel corrido que no conseguí quitar del todo anoche o la mentira que le he arrojado intentando hacerle creer que dormí en mi apartamento.

—Digamos que me resultó difícil conciliar el sueño después de haberme reído como en mucho tiempo no lo hacía—responde.

Le devuelvo la mirada, intentando aplicar mis habilidades de lectura de público. ¿Qué demonios quiere decir con eso? No le vi reírse mucho y es que no se ríe casi nunca de manera genuina, pero en mi show sí fue así. O eso quiero creer.

—Vaya, lamento oír eso —digo, esforzándome por mantener un tono ligero, como si estuviéramos hablando del tiempo y no de mi posible metedura de pata social—. Espero que no haya sido por la cena ya que Katarzyna se quedó a cenar con nosotros al final y probablemente haya llegado tarde a casa. ¡Fue un encanto! Se metió a todo el grupo en el bolsillo.

—Descuida, Eleanor, no comparto casa con Katarzyna.

—¿Ah, no?—. ¿Por qué motivo eso me hace sentir un chispazo de…? No lo sé, quizás algo que pueda calificar en tanto una suerte de ¿alivio?

—Camas separadas, casas separadas.

—¡Wao, qué…moderno!

—Quizás hasta que estemos seguros de que esto va en serio.

—¿No lo está?

—Vamos probando.

—¡Ah, claro, paso a paso! ¡Y Kata es encantadora! ¿Puedo llamarle así?—. ¿”Kata”? ¿En serio, Eleanor, EN SERIO?

El gobernador asiente. Un movimiento casi imperceptible de cabeza, como si estuviera calibrado para ahorrar energía.

—Puedes llamarle así, claro. Además, sí, Kat tiene ese efecto en la gente. Es... eficiente en sus relaciones sociales.

Eficiente. Claro. Así describe Hunter el carisma. Probablemente describe un amanecer como "un adecuado ciclo de rotación planetaria con efectos lumínicos aceptables".

Y entonces, ¡alabado sea el caos! ¡Bendita sea la interrupción oportuna! Como si el guionista cósmico de mi vida supiera que estaba a punto de estallar, se comunican desde el interno y alcanzo a escuchar la voz de la señora Petrovic desde el aparato:

—Señor Hunter, disculpe la interrupción. El ministro de Minería, el señor Davenport, está aquí. Me indica tiene reunión a las nueve.

—¡Son las nueve!

¿En qué momento se me fue la mañana!

Reginald Davenport es el Ministro de Minería. Un hombre cuya foto en el diccionario ilustra perfectamente la entrada "Pomposo y con cara de oler algo desagradable permanentemente". Un tipo con el que nunca he tenido relación alguna pero su presencia me hace sospechar que me detesta con la pasión que otros reservan para su equipo de fútbol rival. Creo que piensa que mi mera presencia en un radio de cinco kilómetros de una decisión gubernamental seria es un insulto a la inteligencia nacional. La última vez que intenté hacer una broma para romper el hielo en una reunión con él, me miró como si acabara de proponer solucionar la crisis energética usando hámsters en ruedas gigantes. Quizás no fue mi mejor chiste, lo admito.

Hunter asiente a la señora Petrovic, y luego me dirige una mirada que interpreto como "Vamos, Hayes, a la arena de los leones... otra vez".




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