Despierto temprano. Tempranísimo. De ese tipo de temprano que hace que el concepto mismo de "descanso nocturno" parezca una leyenda urbana inventada por gente sin responsabilidades ni gatos que maúllan a las cinco de la mañana pidiendo atención (o comida, o ambos, nunca está claro). A veces, en esos primeros segundos de lucidez borrosa, me pregunto si existe algo más intrínsecamente dramático, más universalmente doloroso, que el preciso instante en que tu mejilla, calentita y feliz sobre la almohada, se despega de ella y tu cara se encuentra de bruces con la fría y dura realidad de que: A) tienes que levantarte, B) probablemente no dormiste lo suficiente, y C) el mundo sigue girando y exigiendo cosas de ti.
Pues bien, he descubierto algo. Spoiler alert: sí, sí hay algo más dramático y surrealista que ese despertar. Ese algo es abrir los ojos y encontrarte a Katarzyna, la exnovia (¿o no tan ex?) perfecta y escultural de tu jefe/futuro-falso-marido, haciendo sentadillas búlgaras con una intensidad digna de una atleta olímpica… en ayunas… en mitad del salón de tu apartamento. Mi apartamento. El que se supone que es mi refugio caótico y personal, no un gimnasio improvisado para diosas despechadas (o no tan despechadas, ¡quién sabe!).
Ahí está ella. Como una aparición rubia y tonificada en medio de mi desorden mañanero. Sudando. Pero no un sudor humano normal, de ese que te deja pegajosa y con mal aspecto. No. Es un sudor elegante, casi decorativo, como si cada gota hubiera sido colocada estratégicamente por un estilista de fitness. Está dándolo todo, como si el sofá donde durmió anoche (¡en mi sofá! ¡Katarzyna durmió en mi sofá!) no fuera un mueble normal con manchas sospechosas y cojines deformes, sino un centro de entrenamiento de élite para espías soviéticos reconvertidos en influencers de vida sana.
Su rostro, incluso en pleno esfuerzo físico, está impecable. Ni una pizca de rímel corrido, ni una señal de haber dormido en un lugar que no es su cama de seda egipcia. Su cabello, recogido en una coleta alta y perfecta que desafía las leyes de la gravedad y el encrespamiento matutino, parece sacado directamente de una portada de revista de moda deportiva. Y su respiración… ah, su respiración. No es el jadeo agónico de un ser humano normal haciendo ejercicio. Es rítmica, profunda, decidida. Como si estuviera inhalando poder y exhalando… perfección. O quizás solo dióxido de carbono, pero lo hace con estilo.
Y yo, mientras tanto, ¿qué soy? Soy una masa informe envuelta en una bata de baño que ha visto días mejores. Soy una especie de papilla humana con ojeras que podrían servir de equipaje de mano y el pelo apuntando en siete direcciones diferentes, como si hubiera tenido una pelea nocturna con un enchufe. La comparación es… deprimente. Ella es un cisne haciendo pilates al amanecer. Yo soy un ornitorrinco recién despertado de una siesta muy larga y confusa.
—Buenos días —dice ella, sin detener su rutina de sentadillas. Ni siquiera parece ligeramente sin aliento. Su voz es melodiosa, tranquila, como si hacer abdominales en ángulos que desafían la anatomía humana fuera la forma más natural y civilizada de empezar el día. Probablemente para ella lo sea.
Me aclaro la garganta, intentando que mi voz no suene como un rallador de queso oxidado.
—Eh… buenos días, Katarzyna —respondo, aferrándome a mi bata como si fuera una armadura de franela contra su aura de perfección intimidante—. ¿Estás… estás bien? ¿Dormiste cómoda en… en el sofá? Espero que no te diera mucho la lata el ruido de la calle… o mis ronquidos… si es que ronco, claro, no estoy segura…
Ella se detiene un segundo, se incorpora con la gracia de una bailarina de ballet y me dedica una sonrisa. Una sonrisa brillante, blanca, perfecta. Una sonrisa que podría fundir metales pesados, desactivar sistemas de seguridad o convencer a un pingüino de comprar un aire acondicionado.
—Perfectamente, gracias, Eleanor —dice, con esa elegancia suya que parece inmune a las incomodidades mundanas—. Me gusta tu sofá. Tiene… carácter. Es… auténtico.
"Carácter". "Auténtico". Traducción: es viejo, un poco deforme y probablemente tiene migas de galleta de hace tres semanas en algún pliegue oculto. Pero lo dice con tanta convicción que casi me lo creo. Casi me siento orgullosa de mi sofá con "carácter".
Intento escabullirme hacia la cocina para preparar café, mi elixir vital, mi combustible para enfrentar el día (y a Katarzynas haciendo ejercicio en mi salón). Necesito cafeína. Urgentemente. Pero, por supuesto, mi cafetera, esa vieja y querida amiga que normalmente me entiende, decide traicionarme hoy. Justo hoy. Empieza a toser, a gorgotear, a hacer ruidos guturales como un fumador empedernido con bronquitis crónica. Es un concierto de sonidos poco elegantes que rompen el silencio y anuncian mi presencia torpe en la cocina. Genial. Gracias, cafetera. Te debo una.
Katarzyna, mientras tanto, ha cambiado de postura. Ahora está en el suelo, sobre una esterilla que ha materializado de la nada (¿la llevaba en el bolso? ¿es plegable nivel origami?), haciendo algo que no sé si clasificar como una postura de yoga avanzada, un estiramiento de contorsionista profesional o parte de un ritual de exorcismo para eliminar las malas vibraciones (probablemente las mías). Se mueve con una fluidez y una flexibilidad que me hacen sentir como un tronco de árbol petrificado.
—¿Siempre vas al trabajo tan temprano? —pregunta, sin perder la concentración en su extraña postura. Su tono es casual, pero sus ojos azules me lanzan una mirada rápida y penetrante. Es como si estuviera interrogando dulcemente a una espía enemiga mientras finge admirar sus habilidades de infiltración.
—Sí, bueno… ya sabes… el deber llama —respondo, intentando sonar ocupada y profesional, mientras lucho con el filtro de la cafetera que parece haberse declarado en huelga—. Y por "deber", me refiero principalmente a una montaña de papeles que probablemente nadie quiere leer pero que alguien tiene que firmar, reuniones interminables que perfectamente podrían haber sido un correo electrónico con puntos clave, y la perspectiva de beber varios cafés recalentados a lo largo del día para mantenerme despierta. La emocionante vida de la burocracia gubernamental. Glamour puro.